MONTAJE: Sin sonido. El HÉROE, sentado ante el comp, con la barbilla apoyada en la mano, diciendo «Siguiente, por favor», mientras las rutinas en la pantalla cambian. Huía, número latino, paspié, la idea de Hollywood de un ballet, número de vagabundos, ballet acuático, baile de muñecas.
Todavía no había expulsado todo el alcohol de mi organismo. Media hora después de que Heada se marchara, el dolor de cabeza regresó con una venganza. Solicité Dos marineros y una chica, (¿o era Dos chicas y un marineros?) y dormí durante dos días seguidos.
Cuando me levanté, oriné varios litros y luego fui a comprobar si Heada había contactado conmigo. No lo había hecho. Intenté llamarla, y luego a Vincent, y empecé a revisar de nuevo las películas.
Alis aparecía en Querido Melvin, haciendo, cómo no, de chica del coro que intentaba abrirse paso en el cine, y en Todos a bailar y en Dos semanas de amor. La encontré en dos películas de Vera-Ellen, que vi dos veces, convencido de que estaba pasando por alto alguna pista importante, y en Nubes pintadas de luz, ocupando el lugar de Virginia Gibson otra vez en una escena de baile con Gene Nelson y Virginia Mayo.
Accedí a Vincent y le pregunté por los tempomentos paralelos.
—¿Es para Sol naciente? —preguntó, receloso.
—La máquina del tiempo —dije—. Paul Newman y Julia Roberts. ¿Qué es un tempomento paralelo? —Recibí todo un discurso verbal sobre probabilidad, causalidad y universos colaterales.
—Cada acontecimiento tiene una docena, un centenar, un millar de resultados posibles —explicó—. La teoría es que cada uno de estos resultados existe en un universo paralelo.
Un universo en el que Alis consigue bailar en el cine, pensé. Un universo donde Fred Astaire sigue vivo y la revolución de GO nunca se ha producido.
Había estado buscando exclusivamente en musicales realizados durante los cincuenta. Pero si había tempomentos paralelos, y Alis había encontrado de algún modo una forma de entrar y salir de aquellos universos, no había ningún motivo para que no pudiera estar en películas realizadas más tarde. O incluso antes.
Empecé por las de Busby Berkeley, por pocos bailes que tuvieran, y me la encontré zapateando sin música en Vampiresas 1935 y en el gran final de La calle 42, pero eso fue todo. Me fue mejor (y al parecer también a ella) con las que no eran de Busby. Sombreros fuera, llevando un sombrero, para variar, y en Espectáculo de espectáculos y en Demasiada armonía, actuando en un número digno de Marilyn, con ligas y una falda blanca que revoloteaba alrededor de sus medias. También aparecía en Nacida para la danza, pero en el coro, y no pude encontrarla en ninguna otra película de Eleanor Powell.
Tardé una semana en acabar las películas en blanco y negro, y en todo ese tiempo no pude localizar a Heada, y ella no contactó conmigo. Cuando mi comp sonó por fin, no esperé a que apareciera.
—¿Has descubierto algo? —pregunté.
—¡Claro que he descubierto algo! —dijo Mayer, retorciéndose—. ¡No has enviado ni una película en dos semanas! ¡Pensaba entregarle todo el lote a mi jefe en la reunión de la semana que viene, y tú estás perdiendo el tiempo con Sol naciente, que ni siquiera está en la lista!
Lo cual significaba que Vincent tenía un papel estelar haciendo de Joe Spinell como soplón en El Padrino II.
—Necesitaba sustituir un par de escenas —le dije—. Había demasiadas visuales para borrar. Una de ellas es un número de baile. ¿Conoces a alguien que sepa bailar? —Lo observé, buscando algún signo, alguna indicación de que recordaba a Alis, la conocía, había querido ñaqueársela con suficiente intensidad como para pegar su cara en una docena de bailarinas. Nada. Ni siquiera una pausa.
«Había una cara hace un par de fiestas —añadí—. Bonita, con el pelo castaño claro; quería bailar en el cine.
Nada. No era Mayer.
—Olvida los bailes —estalló él—. Olvida La máquina del tiempo. ¡Tan sólo quita el maldito alcohol! ¡Quiero el resto de la lista terminada para el lunes, o nunca volverás a trabajar para ILMGM!
—Puede contar conmigo, señor Potter —dije yo, y le dejé decirme que iba a cortar mi crédito.
—¡Te quiero sobrio! —dijo.
Deseo que, curiosamente, podía concederle.
Quité la canción «Moonshine Lullaby» de Annie coge el rifle y las pipas de Kismet para demostrarle que había estado escuchando, y empecé por los cuarenta, buscando alcohol y Alis, dos pájaros de un tiro. Ella aparecía en Yanqui dandy y en el número de zapateado de Chicas de Broadway, con el delantal que llevaba la noche en que vino a pedirme el disco.
Heada llegó mientras estaba viendo Tres chicas de azul, que tenía una mezcla de polisones y Vera-Ellen, pero ninguna Alis.
—He encontrado al ejeco —dijo—. Ahora trabaja para Warner. Por lo visto pretenden una posible absorción de ILMGM.
—¿Cómo se llama?
—No quiso decirme nada. Según él, si no han relanzado En algún lugar del tiempo es porque no pudieron decidir si incluir a Vivien Leigh o a Marilyn Monroe.
—Hablaré con él. ¿Cómo se llama?
Ella vaciló.
—Hablé también con los hackólitos. Dijeron que el año pasado transmitieron imágenes a través de una región de materia negativa y recibieron interferencias que atribuyeron a una discrepancia temporal, pero no han podido reproducir los resultados, y ahora piensan que fue una transmisión de otra fuente.
—¿De qué tamaño fue la discrepancia temporal?
Ella pareció triste.
—Les pregunté si podrían reproducir los resultados, si podrían enviar a una persona al pasado, y dijeron que aunque funcionara, sólo hablaban de electrones, no de átomos, y que no había manera de que ningún organismo vivo pudiera atravesar una región de materia negativa.
Advertí que aún faltaba lo peor porque Heada siguió junto a la puerta, como Clara Bow en Alas, incapaz de decirme la mala noticia.
—¿La has encontrado en alguna película más? —preguntó.
—En seis —asentí—. Y si no es viaje temporal, debe de haber atravesado la pantalla como Mia Farrow. Porque no es un pastiche. Y tampoco no es Mayer.
—Hay otra explicación —deslizó ella tristemente—. Pasaste algún tiempo bastante colocado. Una de las películas que vi trataba de un tipo que era alcohólico.
—Días sin huella. Ray Milland —dije, y comprendí adonde quería ir a parar.
—Tenía momentos en blanco cuando bebía. Hacía cosas y luego no se acordaba. —Me miró—. Tú sabías qué aspecto tiene ella. Y disponías de los accesos.
DANA ANDREWS [De pie junto a la mesa del sargento de policía]: Le digo que ella no lo hizo.
BRODERICK CRAWFORD: ¿Ah, sí? ¿Entonces quién fue?
DANA ANDREWS: No lo sé, pero no pudo ser ella. No es de esa clase de chicas.
BRODERICK CRAWFORD: Bueno, alguien lo hizo. [Entorna los ojos, receloso.] Tal vez lo hizo usted. ¿Dónde estaba cuando mataron a Carson?
DANA ANDREWS: Había salido a dar un paseo.
Era la explicación más probable. Yo era un experto en pastiches. Además tenía su cara grabada en la mente desde el momento en que destellé. Y tenía acceso pleno de los estudios. Móvil y oportunidad.