Nunca había existido este mundo de suelos estrellados y cabellos a contraluz y pasos sencillos y fáciles, y el público de 1940 que lo veía lo sabía. Y ése era su atractivo, no que reflejara «tiempos más brillantes y felices», sino que era imposible. Eso era lo que querían y lo que nunca podrían tener.
La pantalla emitió otro aviso legal, la apelación de ILMGM ya estaba en marcha, y yo no había visto el final de la rutina, no la había grabado en cinta ni había hecho siquiera un backup.
No importaba. Era Eleanor, no Alis, y no importaba lo que pensara Heada, no importaba lo lógico que fuera, no era yo quien lo hacía. Porque de ser así, con litigio o sin litigio, ahí era donde la habría puesto: bailando con Fred, inclinándose para dirigirle aquella sonrisa embelesada.
MONTAJE: Primerísimo plano de la pantalla del comp. Los títulos de crédito se funden unos en otros: Al sur del Pacífico, La feria de la vida, Armonías de juventud, Locuras de verano.
Al final me quedé sin sitio donde buscar. Volví a Hollywood Boulevard, pero nadie la recordaba, y ninguno de los lugares tenían Digimattes excepto Ha Nacido Una Estrella, y estaba cerrado durante la noche, con una verja de hierro ante la puerta. Las otras clases de Alis trataban sobre el enlace de fibra-op, y su compañera de habitación, muy colocada, tenía la impresión de que Alis había regresado a casa.
—Empaquetó todas sus cosas —dijo—. Lo cogió todo, vestidos, pelucas y eso, y se marchó.
—¿Cuánto tiempo hace?
—No lo sé. La semana pasada, creo. Antes de Navidad.
Hablé con la compañera de habitación cinco semanas después de haber visto a Alis en Siete novias. A la sexta semana, me quedé sin musicales. No había tantos, y los había visto todos, excepto los que andaban en litigio a causa de Fred. Y Ray Bolger, a quien Viamont quiso registar el día después de que yo fuera a Burbank.
El asunto de Russ Tamblyn se zanjó, y la alarma me despertó en mitad de la noche para decirme que alguien había ganado el derecho para violarlo y saquearlo en la pantalla grande, y grabé la escena de la construcción del granero y luego vi West Side Story, por si acaso. Alis no estaba allí.
Vi de nuevo el número de «Un día en Nueva York» y estudié Nubes pintadas de sol, convencido de que allí había algo importante que se me había pasado por alto. Era un remake de Vampiresas 1933, pero no era eso lo que me llamaba la atención. Puse todos los números en orden en las pantallas, del más fácil al más difícil, como si eso me pudiera proporcionar una pista de lo que ella iba a hacer a continuación, pero no sirvió de nada. Siete novias para siete hermanos era lo más difícil que había hecho, y eso había sido seis semanas atrás.
Ordené las películas por fecha, estudio y bailarines; y comparé los datos. Luego me senté y contemplé los nulos resultados durante un rato. Y las pantallas.
Llamaron a la puerta. Mayer. Apagué las pantallas y traté de pensar en una no musical que recuperar, pero no se me ocurría ninguna.
—Historias de Filadelfia —dije por fin—. Fotograma 115-010. —Y grité—: Adelante.
Era Heada.
—He venido a decirte que Mayer va a estallar si no le envías ninguna película —dijo, mirando la pantalla. Era la escena de la boda. Todo el mundo, Jimmy Stewart, Cary Grant, estaban reunidos alrededor de Katharine Hepburn, que llevaba un sombrero enorme y tenía una resaca de caballo.
»Se comenta que Arthurton va a traer a un tipo nuevo, supuestamente para dirigir Montaje —dijo Heada—, pero en realidad será su ayudante, y en ese caso Mayer está en la calle.
Bien, pensé, al menos eso pondrá fin a la masacre. Pero si despedían a Mayer, yo perdería mi acceso, y nunca encontraría a Alis.
—Estaba trabajando en eso ahora mismo —aseguré, y me lancé a dar una elaborada explicación de por qué seguía todavía con Historias de Filadelfia.
—Mayer me ofreció un trabajo —soltó Heada.
—Ya veo: ahora que te ha contratado como cuerpo presente tienes interés en que no lo despidan, y has venido a meterme prisa, ¿no?
—No —dijo ella—. De cuerpo presente no. Ayudante de localización. Me marcho para Nueva York esta tarde.
Era lo último que podía esperar. La miré y vi que llevaba un traje chaqueta. Heada como ejeco de estudio.
—¿Te marchas? —pregunté, aturdido.
—Esta misma tarde. He venido a darte mi número de acceso. —Sacó un papel—. Es asterisco nueve dos punto ocho tres tres —dijo, y me lo tendió.
Lo miré, esperando que fuera el número, pero era una lista de títulos de películas.
—En ninguna de ellas hay bebida —dijo—. Son unas tres semanas de trabajo. Con eso tendrás contento a Mayer durante algún tiempo.
—Gracias —dije, asombrado.
—Betsy Booth contraataca.
Debí de poner cara de tonto.
—Judy Garland. Andy Hardy se enamora. Ya te dije que he estado viendo un montón de películas. Por eso conseguí el trabajo. Una ayudante de localización tiene que conocer todos los escenarios, decorados y pruebas, y poder encontrarlos para que el hackólito no tenga que digitalizar otras nuevas. Ahorra memoria.
Señaló la pantalla.
—Historias de Filadelfia tiene una biblioteca pública, una redacción de periódico, una piscina, y un Packard del 1936 —sonrió—. ¿Recuerdas cuando dijiste que las películas nos enseñaban a actuar y nos daban líneas de diálogo que decir? Tenías razón. Pero te equivocabas en el papel que yo representaba. Dijiste que era Thelma Ritter, pero no es así. —Señaló la pantalla, donde estaban reunidos los invitados a la boda—. Era Liz.
Fruncí el ceño ante la pantalla, incapaz de recordar quién era Liz. ¿La precoz hermana pequeña de Katharine Hepburn? No, espera. La otra periodista, la doliente enamorada de Jimmy Stewart.
—He estado haciendo de Joan Blondell —añadió Heada—. Mary Stuart Masterson, Ann Sothern. La chica de la puerta de al lado, la secretaria enamorada de su jefe, sólo que el tipo nunca se fija en ella, sólo la considera una chiquilla. Él está enamorado de Tracy Lord, pero Joan Blondell le ayuda de todas formas. Haría cualquier cosa por él, incluso ver películas.
Se metió las manos en los bolsillos de su chaqueta y me pregunté cuándo había dejado de llevar el vestido blanco sin mangas y los guantes de seda rosa.
—La secretaria lo apoya —prosiguió Heada—. Lo cuida y le da consejo. Incluso le ayuda con sus amoríos, porque sabe que al final de la película acabará fijándose en ella, se dará cuenta de que no puede vivir sin ella, comprenderá que Katharine Hepburn no es para él y la secretaria le ha estado amando en secreto desde el principio. —Me miró—. Pero esto no es el cine, ¿verdad? —Me observó fijamente…
Su pelo ya no era rubio platino. Era castaño claro con mechas.
—Heada —dije.
—No importa. Ya lo he comprendido. Es lo que pasa por tomar demasiado klieg —sonrió—. En la vida real, Liz tendría que renunciar a Jimmy Stewart, contentarse con su amistad. Prueba para un nuevo papel. ¿Joan Crawford, tal vez?
Sacudí la cabeza.
—Rosalind Russell.
—Bueno, Melanie Griffith al menos. De todas formas, me marcho esta tarde, y sólo quería despedirme y que me desearas buena suerte.
—Te irá muy bien —dije—. Serás la dueña de ILMGM dentro de seis meses. —La besé en la mejilla—. Lo sabes todo.