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—La puerta está por ahí —respondí, preguntándome si había pasado lo mismo la noche en que Alis me acompañó a casa desde Burbank—. No puedes bajarte por aquí.

—Ella lo hizo.

Miré a la pared trasera y luego otra vez a ella.

—¿Quién lo hizo?

—Ella —dijo—. Atravesó la puerta. Yo la vi.

Y vomitó sobre mis pies.

TÓPICO CINEMATOGRÁFICO N.° 12: La moraleja. Un personaje declara lo que es obvio, y todo el mundo entiende el tema.

VER: El mago de Oz, Campo de sueños, Love Story, ¿Qué tal, Pussycat?

Bajé a la Marilyn en Wilshire y la llevé a rehab. A esas alturas ya había vaciado el estómago, y esperé a asegurarme de que ingresaba.

—¿Estás seguro de que tienes tiempo para hacer esto? —preguntó, menos parecida a Marilyn y más a Jodie Foster en Taxi Driver.

—Estoy seguro.

Había tiempo de sobra, ahora que sabía dónde estaba Alis.

Mientras ella rellenaba el papeleo, accedí a Vincent.

—Tengo una pregunta —dije, sin más preámbulos—. ¿Y si coges un fotograma y lo sustituyes por otro idéntico? ¿Podría pasar eso las cerraduras-ID de fibra-op?

—¿Un fotograma idéntico? ¿De qué serviría eso?

—¿Podría?

—Supongo que sí. ¿Esto es para Mayer?

—Sí. ¿Y si colocaras una nueva imagen que encajara con la original? ¿Las cerraduras-ID detectarían la diferencia?

—¿Encajar?

—Una imagen distinta que sea igual.

—Tú estás colgado —dijo, y cortó.

No importaba. Yo sabía ya por qué las cerraduras-ID no detectaban la diferencia. Haría falta demasiada memoria. Y, como había dicho Vincent, ¿qué sentido tendría cambiar una imagen por otra exactamente igual?

Esperé a que la Marilyn estuviera en una cama con una intravenosa de ridigraña y luego volví a los deslizadores. Después de La Brea estaban desiertos, pero tardé hasta las tres y media en encontrar la puerta de servicio de la sección de desconexión y hasta las cinco en abrirla.

Me preocupaba que Alis la hubiera atrancado, cosa que había hecho, pero no intencionadamente. Uno de los cables de enlace de fibra-op estaba apoyado contra ella, y cuando por fin conseguí abrir la puerta una rendija, sólo tuve que empujar.

Estaba frente a la pared trasera, mirando la pantalla que en esta sección desconectada tendría que haber estado apagada. En el centro, Peter Lawford y June Allyson enseñaban el «Varsity Drag» a un gimnasio lleno de estudiantes ataviados con vestidos de fiesta y esmóquines. June llevaba un vestido rosa y zapatos de tacón color rosa con pompones, y Alis también, y ambas se habían puesto una peluca rizada, rubia e idéntica.

Alis había colocado el Digimatte en lo alto de su maleta, con el compositor y el pixar a su lado, en el suelo, y el cable de fibra-op serpenteaba a lo largo de la línea amarilla de advertencia y alrededor de la puerta hasta el alimentador de los deslizadores. Aparté el cable de la puerta, con cuidado, para no romper la conexión, y abrí la puerta lo suficiente para poder ver, y me quedé allí, medio oculto, y la observé.

—Abajo sobre los talones —instruía Peter Lawford—, arriba sobre los dedos. —Dio un triple paso.

Alis, con un mando a distancia en la mano, avanzó la canción y se detuvo donde empezaba el baile, y lo observó muy concentrada, contando los pasos. Rebobinó hasta el final de la canción. Pulsó un botón y todo se congeló a medio paso.

Caminó rápidamente con aquellos zapatitos de tacón de aspecto estúpido hasta el fondo de los deslizadores, fuera del alcance del encuadre, y pulsó un botón. Peter Lawford cantaba: «…that's how it gets».

Alis dejó el mando en el suelo, la falda se arrugó mientras se arrodillaba, y volvió corriendo a su puesto y se puso en pie, tapando a June Allyson excepto por una mano y un fragmento de la falda rosa, esperando su señal.

Cuando se produjo, Alis se agachó sobre sus talones, se incorporó apoyándose en los dedos de los pies, e inició un charlestón, con June detrás desde este ángulo siguiéndola como una sombra. Me situé de forma que podía verla desde el mismo ángulo que el procesador del Digimatte. June Allyson desapareció y sólo quedó Alis.

Casi esperaba que June Allyson se borrara de la pantalla como había pasado con la princesa Leia en la escena de la turata en Ha Nacido Una Estrella, pero Alis no estaba haciendo vids para la gente de casa, ni siquiera intentaba proyectar su imagen en la pantalla. Sólo se trataba de un ensayo, y había conectado el Digimatte al alimentador de fibra-op a través del procesador porque era la forma en que le habían enseñado a usarlo en el trabajo. Incluso desde mi puesto vi que la luz de grabación no estaba encendida.

Me retiré hasta la puerta entreabierta. Ella era más alta que June Allyson, y el vestido era de un tono más intenso, pero la imagen que el Digimatte suministraba al enlace de fibra-op era la versión corregida, ajustada para color, enfoque e iluminación. Y algunos de aquellos pasos, practicados durante horas y más horas en las secciones desconectadas de los deslizadores, hechos y rehechos y vueltos a hacer, aquella imagen corregida era tan similar a la original que los cerrojos-ID no la captaban, tan parecida que la imagen de Alis había engañado a los guardias y entrado en la fuente de fibra-op. Alis había conseguido lo imposible.

Dio una vuelta, se detuvo, corrió hasta el mando a distancia con sus zapatitos con pompón, rebobinó hasta la mitad justo antes del giro, y lo congeló. Miró al reloj del Digimatte y luego pulsó un botón y corrió hasta su puesto.

Sólo disponía de otra media hora, como mucho, y luego tendría que desmantelar el equipo y llevárselo a Hollywood Boulevard, guardarlo, abrir la tienda. Yo debería dejarla en paz. Podía mostrarle el opdisk en otro momento, ya había descubierto lo que quería saber. Debería cerrar la puerta y dejarla ensayar. Pero no lo hice. Me apoyé contra la puerta, y me quedé allí, viéndola bailar.

Repasó la parte central otras tres veces, puliendo el giro, y luego rebobinó hasta el final del número y lo bailó entero. Permanecía concentrada, alerta, como la noche en que contempló el Continental, pero carecía del deleite, el embeleso, el abandono del Beguine.

Me pregunté si aquello se debería a que aún estaba aprendiendo los pasos, o si alguna vez la perdería. La sonrisa que June Allyson dirigió a Peter Lawford era complacida, no alegre, y el «Varsity Drag» en sí mismo era tan sólo del montón. No precisamente Cole Porter.

Entonces, al verla rehacer pacientemente los mismos pasos una y otra vez, tal como Fred debía de haber hecho a solas en el salón de ensayos antes incluso de que la película empezara a filmarse, se me ocurrió que estaba equivocado respecto a ella.

Había pensado que creía, como Ruby Keeler y la ILMGM, que todo era posible. Yo intenté decirle que no, que los deseos no siempre se cumplen. Pero ella ya lo sabía, mucho antes de que yo la conociera, mucho antes de venir a Hollywood. Fred Astaire había muerto el año en que ella nació, y nunca, nunca, nunca, a pesar de la RV y los gráficos de ordenador y los copyrights, nunca podría bailar el Beguine con él.

Y todo esto, los disfraces, las clases y los ensayos, constituían simplemente un sustituto. Como luchar en la Resistencia. Comparado con la imposibilidad que Alis quería, abrirse camino en un Hollywood poblado por marionetas y chulos debía de haber parecido cosa fácil.

Peter Lawford cogió la mano de June Allyson, y Alis calculó mal el giro y chocó con el aire vacío. Cogió el mando a distancia para rebobinar, miró hacia el cartel de la estación, y me descubrió. Se quedó mirándome largo rato; luego se acercó y desconectó el Digimatte.

—No… —dije.

—¿No qué? —preguntó ella, desenchufando las conexiones. Se puso una bata blanca de laboratorio sobre el vestido rosa—. ¿No pierdas el tiempo tratando de encontrar un profesor de baile porque no hallarás ninguno? —Se abrochó la bata y se dirigió al enchufe y desconectó la alimentación—. Como puedes ver, ya me he dado cuenta de eso. Nadie en Hollywood sabe bailar. O si lo saben, están cocidos de chooch, intentando olvidar. —Empezó a enrollar el cable—. ¿Y tú?