—¿Está Mayer por aquí? —pregunté.
—No —dijo ella, su cabeza platino inclinada sobre la colección de cubos y cápsulas que llevaba en la mano enguantada de rosa—. Estuvo aquí unos minutos, pero se marchó con una de las novatas. Y cuando la fiesta empezó había un tipo de Disney husmeando. Se rumorea que Disney va a hacerle una opa a ILMGM.
Otro motivo para que me pagaran enseguida.
—¿Comentó Mayer si pensaba volver?
Ella sacudió la cabeza, todavía sumida en el estudio de la farmacia.
—¿Hay algo de chooch por ahí? —pregunté.
—Creo que son éstas —dijo, tendiéndome dos cápsulas púrpuras y blancas—. Una cara me dio todo este material, y me dijo cuál era cuál, pero ya no me acuerdo. Estoy segura de que éstas son chooch. Tomé algunas. Te lo haré saber en un minuto.
—Magnífico —dije, deseando poder tomarlas enseguida. Que Mayer se largara con una novata podría significar que estaba tonteando otra vez, lo cual significaba otro pastiche—. ¿Qué se sabe del jefe de Mayer? ¿Su nueva amiguita no le ha despedido todavía?
Ella pareció repentinamente interesada.
—No, que yo sepa. ¿Por qué? ¿Has oído algo?
—No.
Y si Hedda no lo había oído tampoco, no había sucedido Así que Mayer se había llevado a la novata a su dormitoro para un ñaca rápido o una raya más rápida de copos, y volvería en unos minutos, y yo por fin cobraría.
Cogí un vaso de plástico a una Marilyn que pasaba y me tragué las cápsulas.
—Bien, Hedda —dije, ya que hablar con ella era mejor que hacerlo con el de la gorra de béisbol o el ejeco viajero del tiempo—, ¿qué otros chismes vas a meter en tu columna esta ser mana?
—¿Columna? —preguntó, con expresión confusa—. Siempre me llamas Hedda. ¿Por qué? ¿Es una estrella de cine?
—Columnista de cotilleos. Sabía todo lo que pasaba en Hollywood. Como tú. ¿Y bien? ¿Qué pasa?
—Viamount tiene un nuevo programa foley automático —declaró ella rápidamente—. ILMGM se está preparando para registrar los derechos sobre Fred Astaire y Sean Connery, que al final se ha muerto. Y se comenta que Pinewood está contratando cuerpos presentes para la nueva secuela de Batman. Y Warner… —Se detuvo a media palabra y se miró la mano con el ceño fruncido.
—¿Qué ocurre?
—Creo que no es chooch. Me siento un poco… —Se miró la mano—. Tal vez las amarillas eran el chooch. —Rebuscó en su mano—. Esto parece más hielo.
—¿Quién te las dio? ¿El tipo de Disney?
—No. Un tipo que conozco. Un cara.
—¿Cómo es? —dije. Pregunta estúpida. Sólo hay dos variedades: James Dean y River Phoenix—. ¿Está aquí?
Ella sacudió la cabeza.
—Me las dio porque se marchaba. Dijo que ya no las necesitaría, y además, en China lo arrestarían por tenerlas.
—¿China?
—Dijo que allí tenían un estudio de vivacciones, y estaban contratando dobles y cuerpos presentes para sus películas de propaganda.
Y yo que pensaba que hacer pastiches para Mayer era el peor trabajo del mundo.
—A lo peor era linearroja —dijo, rebuscando entre las cápsulas—. Espero que no. La linearroja siempre me deja como una mierda al día siguiente.
—En vez de como Marilyn Monroe —dije, buscando a Mayer en la sala. Aún no había vuelto. El ejeco del viaje temporal se dirigía hacia la puerta con una Marilyn. Los rarotas de los cascos de datos se reían y gesticulaban al aire, obviamente en una fiesta mucho mejor que ésta. Fred y Ginger hacían demos de otro programa montador. Rápidos planos de Ginger, las cortinas del salón de baile, la boca de Ginger, las cortinas. Debía de ser la escena de la ducha de Psicosis.
El programa terminó y Fred tomó la mano tendida de Ginger, el borde negro de su falda aleteando por el impulso, y la hizo girar hasta caer en sus brazos. Los bordes de la librepantalla empezaron a desenfocarse. Miré hacia las escaleras. También se nublaban.
—Mierda, no es linearroja —dije—. Es klieg.
—¿Sí? —preguntó ella, olisqueándolo.
Lo es, pensé disgustado, ¿y qué voy a hacer ahora? Un cuelgue con klieg no era lo más conveniente para tener una reunión con un psicópata como Mayer, y el maldito material no sirve para nada más. Ni espit, ni alucinaciones, ni siquiera un zumbido. Sólo visión nublada, y luego un destello de realidad indeleble.
—Mierda —repetí.
—Si es klieg —dijo Hedda, agitándolo con su mano enguantada—, al menos podemos tener una buena sesión de sexo.
—No necesito el klieg para eso —protesté, pero empecé a buscar en la sala alguien con quien hacer ñaca.
Hedda tenía razón. Destellar durante el sexo conseguía un orgasmo inolvidable. Literalmente. Escruté a las Marilyns. Podría hacer el número del cásting del ejeco con una de las novatas, pero uno nunca sabía cuánto podría tardar, y sentía que sólo me quedaban unos pocos minutos. La Marilyn con la que había hablado antes se encontraba junto a la librepantalla, escuchando el discurso del ejeco del viaje temporal.
Miré hacia la puerta. Había una chica en el umbral, mirando dubitativa a la fiesta como si estuviera buscando a alguien. Tenía el pelo castaño claro y rizado, echado hacia atrás en las sienes. La puerta tras ella estaba oscura, pero tenía que haber alguna luz por alguna parte porque sus cabellos brillaban como si estuviera a contraluz.
—De todas las clases de jaco que hay en el mundo… —dije.
—¿Jaco? —dijo Hedda, sumida en su asombro pastillero—. Creí que habías dicho que era klieg. —Lo olisqueó.
La chica tenía que ser una cara, era demasiado bonita para no serlo, pero el pelo era equivocado, y el traje, que no era un vestido sin mangas, ni tampoco blanco. Era negro, con un chalequito verde a juego, y llevaba guantes verdes cortos. ¿Deanna Durbin? No, el color del pelo no coincidía. Y lo llevaba sujeto con una cinta verde. ¿Shirley Temple?
—¿Quién es ésa?—murmuré.
—¿Quién? —Hedda lamió su dedo enguantado y lo frotó en el polvillo que habían dejado las píldoras.
—Esa cara de allí —le señalé. Ella se había apartado de la puerta, pero su cabello castaño claro seguía capturando la luz y creando un halo.
Hedda lamió el polvillo de su guante.
—Alice —dijo.
¿Alice quién? ¿Alice Faye? No, Alice Faye era rubia platino, como todo el mundo en Hollywood. Y no le iban las cintas en el pelo. ¿Charlotte Henry en Alicia en el país de las maravillas?
Fuera quien fuese quien buscaba la chica (el Conejo Blanco, probablemente), había renunciado a buscarlo, y contemplaba la librepantalla. En ella, Fred y Ginger bailaban uno alrededor del otro sin tocarse, mirándose a los ojos.
—¿Alice quién? —pregunté.
Hedda fruncía el ceño ante su dedo.
—¿Eh?
—¿Quién se supone que es? ¿Alice Faye? ¿Alice Adams? ¿Alicia ya no vive aquí?
La chica se había apartado de la pared, con los ojos todavía fijos en la pantalla, y se dirigía hacia el de la gorra de béisbol. Él saltó hacia delante, encantado por tener nuevo público, y empezó su discurso, pero la chica no le escuchaba. Contemplaba a Fred y Ginger, con la cabeza alzada hacia la pantalla. Sus cabellos capturaban toda la luz del enlace de fibra-op.
—Creo que no me dijo nada de eso —comentó Hedda, lamiéndose de nuevo el dedo—. Es su nombre.
—¿Qué?
—Alice —dijo—. A-l-i-s. Es su nombre. Es una novata. Historia cinematográfica. De Illinois.
Bueno, eso explicaba la cinta, aunque no el resto del atuendo. No era Alice Adams. Los guantes eran de los cincuenta, no de los treinta, y su cara no era lo suficientemente angulosa para intentar ser Katharine Hepburn.
—¿Quién se supone que es?