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Puede que Cassie sea una cínica y un cerebro, pero desde luego está haciendo la parte que le toca para sacarnos de aquí, repartiendo agua junto a Miriam y a veces incluso excavando. Miro a hurtadillas. Hasta el día que muera, retendré la imagen de una mujer bella, de cabello negro como el azabache, con unos tejanos cortados y una camiseta de Harley-Davidson, sacando al Carpco Valparaíso con una pala.

Cuando empezamos a seguir esta dieta, todos supusimos que nos cambiaría de algún modo. ¿Lo ha hecho? Es difícil saberlo. Hasta ahora no he visto nada verdaderamente asombroso, ningún gran salto en la velocidad de lectura de nadie o en la destreza para hacer nudos. Aunque nuestras evacuaciones han sido increíblemente pálidas y coherentes —es como cagar jabón— eso no es precisamente un milagro (Chispas señala que se puede obtener el mismo resultado con comida macrobiótica). Cierto, los marineros tienen toneladas de energía, una cantidad fenomenal, pero Cassie insiste en que no está ocurriendo nada sobrenatural. «Su carne actúa como la pluma mágica de Dumbo —dice—, nos permite aprovechar nuestros poderes latentes».

Con Spicer y Wheatstone muertos, hemos tenido que redistribuir nuestras funciones. Dolores Haycox parece estar completamente rehabilitada, así que la hemos convertido en nuestra segunda oficial, y hemos ascendido a James Echohawk a tercer oficial. El contramaestre nuevo es Ralph Mungo. Me siento inclinado a volver a meter a Weisinger en el calabozo, pero Ockham está convencido de que Zook murió antes de que el chico le cortara la manguera y ahora mismo necesitamos todas las manos disponibles.

Mientras la gente de Rafferty desmonta la montaña, los hombres de O’Connor reparan los daños, pulen la quilla con pedazos de chatarra y ponen recto el árbol de la hélice de babor a base de golpes de mazo. Resulta que la hélice tirada tiene una fisura de dos metros en una hoja, pero parece que el tornillo de refuerzo está bien y ése es el que montaremos.

Esta mañana Rafferty y Ockham hicieron inmersiones de exploración. Su informe fue alentador. Tal como sospechábamos, los huesos del yunque se partieron en las dos orejas, pero el padre dice que casi seguro que podremos agarrarnos bien a los estribos.

Esta bien, lo reconozco: seguro que su cerebro ya es papilla. No dejo de repetirme que no importa. Los ángeles querían un entierro decente, nada mas. Sólo un entierro decente.

Durante las últimas veinticuatro horas, Sam Follingsbee ha ido mucho mas allá de McDonald’s, y ha encontrado formas increíblemente creativas para preparar los filetes. Le frustra que se engulleran tantas especies y tantos condimentos durante la hambruna, pero es un hacha para arreglárselas. La arena loca, por ejemplo, tiene un sabor decididamente a pimienta. El cuerpo mismo suministra otros productos esenciales: fragmentos de verruga como champiñones, peladuras de lunar como dientes de ajo, trozos de conducto lacrimal como cebollas. Lo más sorprendente de todo es que, combinando un condensador de agua fresca y un horno microondas para formar un artilugio que causa una fermentación rápida, nuestro chef puede destilar la sangre de Dios en algo que sabe exactamente a un Borgoña de primera clase.

Los nombres que Sam le da a sus platos —Dieu Bourguignon, Caldo Domine, Pater Stroganoff, Sopa de falsa Tortuga—, no expresan ni remotamente lo mucho que llenan y lo deliciosos que son. Créeme, Popeye, ningún paladar humano ha conocido jamás maravillas como éstas.

Dieu Bourguignon

8 kg de carne, en dados

7 tazas de caldo

42 cebollas pequeñas, en rodajas

1,2 kg de champiñones, en rodajas

14 tazas de Borgoña

7 dientes de ajo

Marinar la carne en el vino y el caldo durante 4 horas. Sacar la carne y reservar la marinada. Dorar las cebollas en 3 sartenes gruesas y reservar. Dorar la carne en las mismas sartenes. Añadir la marinada, llevar a ebullición, tapar y hervir a fuego lento 2 horas. Volver a echar las cebollas a las sartenes, añadir los champiñones y los dientes de ajo y hervir a fuego lento, tapado, 1 hora más. Para 35 personas.

A pesar de todo, el pobre cocinero se preocupa por nuestra nutrición. Ha estado probando todo lo que se le ocurre, extrayendo selenio, yodo y otros minerales del mar de Gibraltar y mezclándolos en las recetas, pero no basta.

—Lo único que en realidad recibimos son grasas y proteínas —me dice—. Alguien que se esté recuperando de una hambruna necesita vitamina C, capitán. Necesita vitamina A, el complejo vitamínico B, calcio, potasio…

—Tal vez podríamos hacerle explotar el hígado —sugiero.

—Ya lo había pensado. Para llegar allá, habría que atravesar ochenta y cinco metros de la carne más dura del planeta, una excavación que podría durar al menos tres semanas.

No ha habido ningún brote de escorbuto en un barco mercante americano desde 1903, Popeye, pero puede que ese dato feliz esté a punto de cambiar.

Cuando la campana de la cena sonó por fin, un toque bajo de la sirena de niebla del Valparaíso, como un shofar[6] anunciando el Rosh Hashanah, Neil Weisinger se miró las manos. Apenas las reconocía. Tenía las palmas llenas de ampollas como nidadas de huevos diminutos rojos. Un callo blanco le cubría la raíz de cada dedo.

Clavó la pala en la arena mojada, cogió su fiambrera de Bugs Bunny y se sentó. Le dolía la espalda. Tenía un dolor punzante en los brazos. A su alrededor, marineros sudorosos abrían sus fiambreras y cubos diversos y sacaban sus McNuggets, Cuartos de Libra y Filetes de Pescado, para devorarlos con fervor glotón. Estaban orgullosos de sí mismos. Se lo merecían. En apenas cuatro días y medio habían desmontado una montaña de trescientas mil toneladas y habían bajado el petrolero más grande del mundo al nivel del mar.

Neil dirigió la mirada hacia la cala. El sol poniente brillaba en el ojo de estribor de su cargamento. La bruma envolvía como un manto el archipiélago de los dedos de los pies. La marea llegó lánguidamente, susurrando debajo del casco del Valparaíso y salpicando la quilla. Se imaginó la luna como una especie de madre cariñosa que tapara con cuidado la costa sur de la isla con una manta de olas y siguió imaginándose esa tierna escena cuando, tras recoger la fiambrera, empezó su marcha pequeña y audaz alejándose del barco.

Se metió una mano en el bolsillo del pantalón y pasó el dedo por el borde estriado de la medalla de Ben-Gurion de su abuelo. Sabía que en cualquier momento su valor podía abandonarle. Con los nervios a flor de piel, se uniría a sus compañeros en la huida de aquel maldito lugar. Sin embargo, siguió caminando, pasando junto a las dunas carmesíes y los bidones de doscientos litros, los Volvos oxidados y los neumáticos Goodyear podridos, siguiendo la costa envuelta en brumas.

Más adelante, había una higuera mediterránea clásica, encaramada en una loma de arena y en cuanto Neil vio las ramas llenas de frutos, decidió no aventurarse más lejos. Ahí estaba: su Zarza Ardiendo privada, el sitio donde por fin se encontraría con la esencia incognoscible de YHWH, el mirador desde el que finalmente contemplaría al Dios de la guardia de las cuatro de la madrugada. Ascendió la loma y acarició el tronco. Frío, basto, duro. Una roca. Siguió explorando con las puntas de los dedos. Ramas, corteza, hojas, frutos: roca, todo, un árbol convertido en piedra, como la mujer de Lot se convirtió en sal. Daba igual. La cosa serviría.

Un hombre dijo:

—Asombroso.

Neil se dio la vuelta. El padre Thomas estaba a su lado, con unos tejanos negros y una cazadora amarilla y el sudor que le goteaba por debajo del panamá.

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6

Cuerno que se sopla en la sinagoga durante el festival del Rosh Hashanah, que celebra el año nuevo judío (N. de la T.)