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Irónicamente, el ablandamiento de la carne significó que Van Horne por fin pudo meter las cánulas en la arteria carótida: un gesto patético en ese momento, pero Thomas entendía la necesidad del capitán de hacerlo. El cinco de septiembre, a las 1415, Charlie Horrocks y su grupo de la sala de bombeo iniciaron la gran transfusión. Aunque nunca habían absorbido cargamento en marcha, en menos de seis horas los hombres de Horrocks habían logrado sacar trescientos veinte mil litros de agua salada de los tanques de lastre y echarlos al mar mientras canalizaban al mismo tiempo la misma cantidad de sangre a los compartimientos de carga del Valparaíso.

Y funcionó. Desde el primer instante, el barco empezó a navegar a una velocidad constante de nueve nudos, un tercio más rápido que en cualquier momento desde el principio del remolque.

Los oficiales cumplían con sus guardias religiosamente. Los marineros descascarillaban y pintaban a conciencia. Los cocineros recogían filetes con diligencia. Sin embargo, sólo cuando los marineros empezaron a responder a sus obligaciones con su malhumor de costumbre, sólo cuando las escaleras de cámara del Val empezaron a sonar con quejas profanas y maldiciones espeluznantes, estuvo seguro Thomas de que la normalidad había regresado al barco.

—Se ha acabado —le dijo a la hermana Miriam—. Por fin se ha acabado. Gracias a Dios por Immanuel Kant.

—Gracias a Dios por Dios —contestó ella, cortante, mientras mordía un Cuarto de Libra con Queso.

Al despuntar el Día del Trabajador[7], frío y nublado, el sacerdote vio que ya no podía negar, ni a sí mismo ni a Roma, el retraso lamentable que llevaba la Operación Jehová. En efecto, su cargamento era ya tan maloliente que se preguntó, medio en serio, si esta señal de su desventura podría haberse extendido hacia el este por el océano, hasta las mismas puertas del Vaticano. Su fax fue sincero y detallado. Estaban a tres mil kilómetros del círculo polar ártico. El barco se había encallado en una isla desconocida del mar de Gibraltar (37 al norte, 16 al oeste), y les había dejado atrapados en una montaña de óxido durante veintiséis días. Durante este intervalo, no sólo el relativismo ético sembrado por la Idea del Cadáver había florecido hasta llegar al caos total, sino que el mismo cuerpo había sufrido sin duda la putrefacción y la desorganización neurológica. Sí, el imperativo categórico kantiano ya tenía a todo el mundo a raya y sí, el plan de la transfusión del capitán había incrementado la velocidad de forma considerable, pero ninguno de esos hechos afortunados compensaba ni remotamente el paréntesis en la isla. Sólo en la cuestión de la hambruna se censuró Thomas, ya que se negó a especificar la fuente de su salvación. Le daba la sensación de que el Papa Inocente XIVaún no estaba preparado para la receta de Sam Follingsbee de Dieu Bourguignon.

El sínodo sólo tardó un día en absorber las noticias, debatirlas y actuar en consecuencia. El ocho de septiembre, a las 1315, salió la respuesta de Di Luca.

Estimado profesor Ockham:

¿Qué podemos decir? Van Horne ha fracasado, usted ha fracasado, la Operación Jehová ha fracasado. No hay palabras para describir el desconsuelo del Santo Padre. Según el OMNIVAC-2000, no sólo se ha perdido la mente divina, sino que la carne concomitante también se ha corrompido. Para cuando empiece el proceso de congelación, la degeneración será tan profunda que Le deshonrará, Cuyos restos nosotros debíamos salvar, por ser los elegidos. Está claro que en este momento se impone un cambio de estrategia.

Hemos decidido impregnar el Corpus Dei con un líquido conservante, un procedimiento que el OMNIVAC cree que se realizará sin complicaciones, puesto que Van Horne ya ha trasvasado el 18 por ciento de la sangre.

Con este fin, Roma ha fletado otro transportador de crudo ultra grande, el vapor Carpco Maracaibo, ha llenado la bodega de formaldehído en el puerto de Palermo y lo ha enviado hacia el oeste por el Mediterráneo. A los oficiales y a la tripulación del Maracaibo se les ha notificado que están en una misión para requisar un objeto de atrezzo de una película de contenido desmesuradamente pornográfico, para así impedir la producción. No necesitamos que su amigo Immanuel Kant nos diga que una treta así es de una moral ambigua, pero nos da la sensación de que la verdadera identidad del cuerpo ya la conocen demasiados individuos.

Al recibir este mensaje, ordenará a Van Horne que cambie de dirección y vuelva a visitar la isla a la que otorgó su apellido, para encontrarse allí con el Maracaibo. Yo estaré a bordo, dispuesto a vigilar las inyecciones de formaldehído y el transporte posterior del cuerpo a su última morada.

Atentamente,

Tullio Di Luca, Mons,
Secretario de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios

Salvo la acusación grosera y sin fundamento del primer párrafo, aquella carta incluso complació a Thomas. Milagrosamente, parecía que iba a tener una segunda oportunidad de discutir con Neil Weisinger para convencerle de que dejara su penitencia suicida, un asunto que le había estado preocupando desde que se fueron de la isla Van Horne. No le resultaba menos atractiva la idea de dejar todo el asunto sórdido y apestoso de la Operación Jehová en la falda de Di Luca. En aquel momento, lo único que quería Thomas era irse a casa, instalarse en su despacho húmedo de Fordham (cómo lo echaba de menos, su péndulo de Foucault en miniatura, las fotografías fractales enmarcadas, el busto de Aquino), y empezar a dar clases en un nuevo semestre de Caos 101.

—Tiene que ser una broma —dijo Van Horne tras leer el comunicado de Di Luca.

—Creo que no —dijo Thomas.

—¿Se da cuenta de lo que pide este hombre? —Levantando la pluma de Rafael de su mesa, Van Horne la hizo serpentear por el aire congestionado de Dios—. Me está pidiendo que renuncie al mando.

—Sí. Lo siento.

—Parece que a usted también le ponen de patitas a la calle.

—En mi caso, no me arrepiento. Nunca quise este trabajo.

Van Horne se colocó detrás de su mesa, abrió un cajón y sacó un sacacorchos, dos vasos de espuma de poliestireno y una botella de Borgoña.

—Es una lástima que le dijera a Di Luca que volamos el lastre. Lo tendrá en cuenta en sus cálculos cuando empiece a perseguirnos. —El capitán giró el sacacorchos con la misma autoridad con que había llevado el problema de introducir las cánulas en el cuello de su cargamento—. Por suerte, llevamos una buena ventaja. —Sacando el corcho de un tirón, Van Horne echó una cantidad generosa de Château de Dieu en cada vaso—. Tenga, Thomas… aleja la peste.

—¿He de entender que pretende desobedecer las órdenes de Di Luca?

—Nuestros ángeles nunca dijeron nada sobre un embalsamiento.

—Ni dijeron nada sobre atractrices extrañas, Eucaristías invertidas o lastrar el Val con sangre. Este viaje ha estado lleno de sorpresas, capitán, y ahora estamos obligados a virar el barco.

—¿Y no saber nunca por qué murió? Gabriel dijo que tenía que ir hasta el final, ¿recuerda?

—Ya no estoy interesado en saber por qué murió.

—Sí, lo está.

—Sólo quiero irme a casa.

—Lo esencial es esto: no me fío de sus amigos de Roma —Van Horne rompió el fax de Di Luca en dos mitades perfectas—, y, lo que es más, sospecho que usted tampoco se fía de ellos. Bébase el vino.

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7

El Día del Trabajador en EEUU y en Canadá se celebra el primer lunes de septiembre. (N. de la T.)