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Lo que pido para mí, es sólo lo que pido para ellos: una medida de olvido y una medida de memoria, y el coraje de vivir sin protección.

Nuestra azafata se acerca, blandiendo un dedo enojado. Basta.

39

De los sueños con torturadores y campanas de iglesia, Czesich se despertó para encontrarse con átomos de polvo y cajones desalineados. Sabía dónde estaba y qué había ocurrido, pero no qué lo había despertado. Un ruido, pensó, aunque la habitación ahora estaba tranquila.

Estaba echado de costado con la almohada gorda del hotel contra la mejilla izquierda y manto de dolor sobre la derecha. Un reloj hacía tic tac suavemente detrás de él. y al cabo de un momento oyó algo que sonaba como golpes en la puerta, amortiguados por la pared del comedor, y luego bisagras que crujían y pasos. Apretando los dientes por el dolor, esperando que apareciera Malov o uno de los hombres de Malov, levantó la cabeza de la almohada lo suficiente para ver a Slava Bobin tapando la entrada. Bobin se acercó a la cama y se puso en cuclillas de modo que su cara quedó a poca distancia, verrugosa y ablandada por la bebida; un espejo del miedo soñoliento de Czesich.

Pero la sorpresa de Czesich, parecía que un viejo reflejo se había quebrado durante la horrible noche. No sintió ningún deseo de simular afecto. Ninguna necesidad tampoco de que se lo demostraran a él falsamente. Miró como Bobin se estrujaba las manos, se preocupaba, desempeñaba su papel, pero ya no le inspiraba una respuesta.

– Anton Antonovich -dijo el director del hotel-, su delegado del Embajador ha llegado y casi ha terminado de registrarse.

Czesich giró debajo de la sábana demasiado rápido y miró el despertador que tenía sobre la mesitade luz: 6.10. Era imposible que fueran las 6.10 p.m. Seis y diez. p.m. quería decir que había estado de vuelta en el hotel desde hacía catorce o quince horas, durmiendo el sueño de los muertos. Miró el intersticio de luz entre las cortinas, una luz de la tarde, cansada, débil, y luego de nuevo al reloj.

– ¿Qué habitación?

– Ocho-dieciocho.

Se impulsó para adoptar la posición sentada y sacó los pies de la cama. El esfuerzo le hizo retumbar algo por la columna vertebral hasta dentro de las sienes, y por un momento el mundo estuvo estrellado, girando suavemente, aunque el dolor más fuerte se había calmado mientras dormía.

Me enteré de la terrible noticia sobre Lydia Sergeievna -murmuró Bobín-. Los hombres están detenidos. Les va a ir muy mal ahora.

Czesich se frotó los ojos. Estaba en la habitación del hotel. Bobin aquí, Julie arriba. Todavía no se atrevía a pensar en Lydia Sergeievna o en los hombres que la habían atacado. Necesitaba pasar una o dos horas sin miedo y dolor antes de poder pensar en ellos. Ahora quería que Bobin se fuera, y lo dejara afeitarse y lavarse y prepararse para enfrentar a Julie; pero el director parecía genuinamente perturbado, necesitado de compañía. Su acostumbrada hospitalidad exagerada había cedido lugar a esta borrachera peculiar, todo gimoteo y sonrisas tontas y restregarse las manos, y Czesich no sabía bien cómo tomarlo, hasta que Bobin habló de nuevo, de duelo:

– Mikhail Lvovich nos ha abandonado.

Czesich lo palmeó una vez en el hombro y mantuvo la mano allí para poder ponerse de pie. Rengueó hasta el comedor y hacia el cuarto de baño, con Bobin atrás a la espera de consuelo. Czesich cerró la puerta de baño, se sentó y apoyó la cabeza con cuidado sobre las dos manos, con los ojos cerrados. Ahí estaba Lydia Sergeievna doblada hacia atrás en el suelo de la iglesia. Ahí estaban los violadores profesionales con sus puños de piedra. Allí, cuando abrió los ojos, había una fila de hormigas trabajando sobre los mosaicos blancos, estúpidas y durante unos minutos despreció a este país con sus empleados de hospital de la Gestapo y porteros hipócritas, sus torturadores y asesinos secretos. Mikhail Lvovich se había ido, pero todavía había cinco millones de Malovs sueltos en la población, matones aprobados por el Estado envenenando todo lo que pareciera amor.

Tiró de la cadena, mandando a todos ellos a la cloaca, y como si las cañerías resonantes y trepidantes hubieran sido una señal para él, Bobin abrió la puerta del cuarto de baño. Czesich tenía los pantalones puestos, por lo menos.

– Por Dios, Slava ¿no puede esperar hasta que haya salido de este baño de mierda?

Bobin pareció escandalizado por la palabra y por encontrarse en el umbral del baño. Se miró las piernas como si lo hubiesen traicionado.

– Tengo que pedirle un favor Anton Antonovich.

– Usted está borracho.

– No exactamente.

Czesich se dio la vuelta. Contra el fondo turbulento del horror de ayer, las súplicas de borracho de Bobin resultaban obscenas, despreciables y repulsivas. Y la cara que recibió a Czesich en el espejo no fue ningún consuelo. Debajo de su ojo derecho colgaba una media luna morada, la piel de alrededor color amarillo y tensa, con la alfombra de una barba de dos días, los ojos inflamados y la hinchazón justo delante de la oreja, tenía el aspecto de alguien que ha pasado un mes en las calles. Se desnudó hasta la cintura y se enjabonó.

Bobin no se había movido.

– Nikolai Phillipovich fue secuestrado esta mañana a las tres -dijo con calma, y a Czesich le resbaló la hoja en la mejilla y le empezó a sangrar. Apoyó su peso sobre el lavabo y evaluó a Bobin en el espejo con marco anaranjado. Cuando estaba borracho, Bobin parecía incapaz de engañar.

– Yefrem Alezndrovich fue testigo. Tres hombres lo agarraron justo frente al hotel, mineros, le pareció y lo metieron a la fuerza en un auto… -Bobin vaciló y miró la pared como si esperara ver ahí una oreja deformada.- No fue mucho después de que la milicia lo trajera a usted aquí. Tres en punto de la mañana. Creo que Nikolai venía a verlo para saber si usted estaba bien, y lo secuestraron. Eso es lo que va a suceder ahora que Lvovich se ha ido. Ahora no habrá orden, ni disciplina, ni… respeto -Bobin se inclinó y se sostuvo contra el marco de la puerta.

Czesich miró el espejo, y luego se volvió y lo miró de frente.

– ¿Qué se sabe de Lydia?

– Salió del hospital y está en su casa -barboteó Bobin. Buscó una palabra, apretó los labios frustrado, y dijo-: Estropeada.

– ¿Estropeada?

Bobin pareció confundido.

– Lesionada. Pusieron a su padre bajo arresto para evitar que él… El Jefe de la Milicia es amigo suyo… Se hace a menudo.

A Czesich le estaba costando seguir lo que Bobin murmuraba. Julie arriba. Lydia con vida. Malov secuestrado. Intentó hacer un todo con esas piezas sueltas, pero su pesimismo eslavo natural se resistía.

– Nos enteramos de que usted y Sergei entregaron los víveres a los manifestantes -dijo Bobin. Czesich vio venir una clase sobre disciplina y orden, pero Bobin hizo una pausa, agachó la cabeza levemente, y miró hacia arriba-. Era lo que correspondía hacer, Anton Antonovich. Hambrientos… los hombres y mujeres que estaban allí… Es lo que correspondía hacer.

Czesich lo miró sin poder creerlo. Si a Bobin le hubieran encargado simbolizar setenta y cuatro años de moralidad de conveniencia, no podría haber desempeñado el papel con mayor perfección. De todos modos, veía una débil luz de esperanza. La gente puede cambiar. Todo lo que necesitaba Bobin era que lo pisotearan, que le pegaran, que violaran a una jovencita delante de sus ojos, y quizá se encontraría parcialmente absuelto, apaleado y con miedo, pero un poco menos falso.

– Su Delegada es muy digna…