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Julie ahora lo observaba de cerca. Czesich tuvo la inquietante sensación de que estaba viendo más allá de este resumen de coraje y en el fondo de un lugar secreto que escondía algo muy diferente. La verdad era que en San Salvador tenía un auto a prueba de balas de la embajada, y lo cierto era que en su vecindario en Washington no habían asesinado a nadie desde hacía varios años.

– Alguna gente piensa que han encendido la mecha.

– Oh, Cristo. Vamos, Julie. Eso se dice aquí desde el día en que Gorbachov se instaló en el Kremlin. Siempre hay alguien que viene con rumores de una conspiración de derecha. Va con el territorio.

– Puchkov le ha dicho al pais que eres un espía.

– Ya se ha dicho de mí antes.

Lo miró entrecerrando los ojos.

– ¿No estás tratando de ser un héroe, no?

– ¿Qué héroe? -dijo él. y ante su sorpresa, su desagrado, las palabras salieron revestidas de una vieja inflexión bostoniana. Era Tony Czesich quien hablaba. Estaba en la esquina de la plaza Maverick. tenía diecinueve años y hablaba con las manos para mostrarles a sus amigos que no había cambiado desde que estaba en la facultad. ¿Qué quieres decir, héroe? ¿De que estás hablando? Pero Julie lo conocía bien

Ella sonrió ante la erupción de este otro yo. y lo que había estado flotando bajo su máscara oficial finalmente se liberó. Czesich observó que su mandíbula se relajaba y sus ojos dejaron caer su velo de recelo.

– Todavía tratando de ser el macho -dijo con su encantadora sonrisa-. Amo tu mitad italiana.

– Lo de macho no tiene nada que ver con esto -dijo él-. Si hay algún lugar en la tierra en el que me puedo manejar es este. Está en mi sangre, por Dios, deberías poder comprenderlo. Crecí con mi abuelo que me enseñó a golpear discos de hockey en el patio del fondo y que me hablaba de los diablos bolcheviques. -Czesich estaba a punto de abrirse por entero y revelar las rupturas y tumores de la edad madura masculina (humillaciones de oficina y un matrimonio cauterizado, amoríos de una noche y un hijo que acababa de repudiarlo) cuando pescó un destello de algo nuevo en la cara de ella. La hermosa cara asumió un tinte sutil de traición, la marca de una vida de burócrata, exactamente aquello contra lo que él la había prevenido en sus quijotescos veinte años. De pronto le pareció que incluso el pequeño asomo de desnudez que se acababa de permitir había sido un error. Llevado por una vieja telepatía, dijo:- Estás pensando en suprimir el programa.

La mirada de Julie siguió el dibujo del sofá durante unos segundos antes de dirigirse a él.

– Sólo el personal del programa. Los barcos ya han atracado y descargado. Los camiones acaban de cruzar la frontera soviética en Brest. Demasiado tarde para detenerlos.

– ¿Para qué me trajeron hasta aquí, entonces?

– Te lo dije. Las circunstancias han cambiado en las últimas veinticuatro horas

Sonó a falso. En primer lugar, Julie no se habría enterado de la muerte de un capellán de una iglesia en Vostok. con tanta rapidez. La prensa de Vostok, que todavía estaba a las órdenes de Mikhail Kabanov. el Primer Secretario fascista de la ciudad, no se destacaba por informar sobre escándalos provinciales que podían o no tener una dimensión política. Y en segundo lugar, no era como si Czesich estuviera acompañando a un grupo de Scouts a las provincias. Estaba solo. Este era un programa piloto Tanto la mitad bien alimentada del mundo como la que pasaba hambre estarían a la espera de ver cómo resultaba

– ¿Los alemanes y los franceses también tienen esta actitud?

– Hemos hablado.

– ¿Has hablado con Filson?

– Hace una hora.

– ¿Y?

– Se va de vacaciones hoy. de modo que dejó la decisión final al embajador Haydock y al Secretario de Estado.

– Fabuloso -dijo Czesich-. Cortan el sebo y corren. Le dejan comida por valor de tres millones de dólares a Kabanov y sus tiburones de la KGB. Lo cuelgan a Gorby para secarlo. Es una diplomacia floja Julie.

– Una mala elección de palabras.

Su expresión no cambió, y por un momento Czesich pensó que el caso ya estaba cerrado, que lo había dejado volar cruzando el océano sólo porque quería que la viera así. tema de un perfil en la revista MS. una funcionaria importante en Asuntos Políticos que le había hecho un lugar en su apretada agenda treinta minutos al final de su ajetreada semana. Esto sería una especie de medalla de oro suprema en la Olimpíada de amor y deserción que habían compartido durante veintitrés años.

– ¿Te das cuenta de qué mensaje le estarás enviando a Puchkov y sus amigos de la KGB, no?

– Lo hemos tomado en cuenta.

– ¿De modo que ya está decidido?

– No. Queríamos hablar contigo. Filson. la Seguridad de la Embajada. Es un programa de Washington, si bien nosotros tenemos mucho que ver con su implementación aquí, como Filson admitió. Tú sabes que la política de la embajada es no mandar a empleados del gobierno solos a las provincias. y esto significa que tendríamos que designar a uno de los nuestros para acompañarte, es decir que también debemos tomar en cuenta su bienestar.

– Me podrían mandar solo -dijo él.

– Eso equivaldría a un acto ilegal. -Czesich sacudió la cabeza.- ¿Dónde está la pelea, Julie?

Ella cerró los ojos unos segundos con un gesto de impaciencia.

– ¿Por qué te importa tanto? Has hecho este tipo de cosas en todo el mundo

– No este tipo de cosa -le corrigió Czesich-. Y esto no es todo el mundo. Esto es la Unión Soviética. Y este es su único tiro. Soltamos a Gorby ahora, y Puchkov asume el poder y todos se hunden en el olvido por unos cuantos siglos.

– No es el mismo país que querías tanto hace unos años. Chesi

Czesich la observaba, tratando de descubrir qué había detrás de su modo de actuar.

– Estuve aquí hace un año y medio. Justo después de encontrarme contigo y Ted en Sofía, ¿recuerdas?

– Las cosas cambian muy rápido. -Julie trató de mirar su reloj a hurtadillas sin que él la viera.- No tenemos que decidirlo hoy -dijo ella en tono neutro. Profesionalmente. Con diplomacia. En la jerga del Departamento de Estado.- Por ahora sigamos tal como está planeado. ¿Supongo que tus pasajes y el visado están en orden?

El asintió.

– Está prevista tu asistencia el miércoles a una reunión informativa con Seguridad y luego una entrevista con el embajador Haydock, el Grande en persona.

– Pero mi tren sale el miércoles por la mañana.

Ella le entregó una hoja de papel con su horario escrito a máquina.

– Cambiaremos los pasajes para el jueves, si decidimos que vayas.

Czesich le echó una mirada al papel. Julie parecía no estar dispuesta a bajar la guardia, por lo menos no aquí. La gran ventaja de haber luchado con los hombres de camisa blanca todos estos años, la gran recompensa por una vida de ideales cada vez más disminuidos, era que finalmente había ascendido a un lugar donde la deferencia era automática y el respeto estaba institucionalizado. Los infantes de marina la saludarían y, sobre todo en las ciudades más pequeñas, los soviéticos darían vueltas de carnero para impresionarla. Se dijo que alguna parte de ella necesitaba aferrarse a un poco de eso, aún con él, quizá particularmente con él. Era su propia clase de coraza, y en ese momento lo que él más quería era atravesarla y ver si todavía quedaba algo cálido y real abajo.

– Falta una cita -dijo golpeando el horario nuevo con un dedo.

– ¿Cuál?

– Cena con la encargada de asuntos políticos el sábado por la noche.

Ella desvió la mirada y luego la volvió hacia él.

– La encargada de asuntos políticos está ocupada hasta el martes con la delegación comercial.

Czesich se obligó a sonreír.

– El martes por la noche entonces, ya que todo se difiere.. -Muy bien.

Sabía que ahora ella quería que se fuera, que estaba resistiendo el impulso de ponerse de pie para despedirlo. Había una manera con la que él quería terminar esta conversación, una manera que había imaginado para terminarla, pero se le escapaban las palabras adecuadas.