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– Pequeño Sergei -sopló-. Raisa Maximovna… ¡Satanás ha sido… echado… del jardín!

La referencia sólo rozó una débil cuerda en la memoria de Propenko. Por momento, pensó que Tolkachev se estaba refiriendo al perro de un vecino o que había tomado su medicina con vodka otra vez y deliraba. Echó una mirada a Raisa, que parecía haber casi comprendido, estar un poco más adelante que él, sonrojada con alguna súbita fiebre de esperanza.

A Tolkachev le daba trabajo su respiración. Había entrado en la cocina, y había abierto los brazos como anticipando un abrazo.

– ¡Kabanov -dijo, mirando directamente a la cara de Propenko-, ha huido!

– ¡No!

– ¡Sí!… V-otstavku!

Raisa chilló.

Propenko perdió dos segundos en inspeccionar la mirada de Tolkachev para saber si estaba loco, luego agarró al viejo alrededor de los muslos, lo levantó como si acabasen de haberlo declarado campeón de los pesos pluma, y lo paseó de aquí para allá en la cocina con la cabeza casi rozando el techo. Tolkachev golpeaba en éxtasis sobre los hombros de Propenko. Raisa y Marya Petrovna se daban besos en la cara, y luego levantaron las manos y dieron un paso de danza ucraniana: luego Propenko abrazó a Raisa, y Tolkachev, todavía resoplando y jadeando, trataba de conseguir que Marya Petrovna dejara que la besara en la boca. Raisa encendió la radio en busca de noticias, Propenko bajó a la bodega, y al ver que no había una, sino dos grandes jarras del vino de Tolkachev, se agachó en el cubículo húmedo, cerró las manos en un puño, y golpeó un abdomen imaginario hasta que las piernas del otro cedieron. Se agachó un poco más, dejó caer el hombro derecho, lanzó un uppercut solapado que mandó la cabeza del otro atrás, siguió golpeando más y más alto y rompió la viga que sostenía el piso de la cocina.

A olvidarse de enero. Comieron las verduras que habían recogido durante toda la mañana Raisa hirvió una cacerola de patatas, las rebanó sobre fuentes de crema agria. Mezcló algo de cebolla y un poco de rábano, y lo sirvió con el vino de Tolkachev y pan negro.

Propenko se quedó sentado con su mano derecha lastimada envuelta en un lienzo lleno de hielo, bebiendo más de lo que comía, vigilando el camino. Marya Petrovna se refería a él como el "boxeador tonto" de nuevo. Raisa sonreía. La familia era casi lo que había sido antes.

Tolkachev estaba adelantado una ronda de vino sobre los demás. "Todavía queda más en casa -no dejaba de decir mientras Propenko volvía a llenar las copas-. Todavía queda más en casa." Cuando retiraron los platos contó una anécdota.

– Mikhail Lvovich Kabanov -comenzó al estilo de un profesor, echando los hombros atrás y sacando su pecho escuálido hasta donde podía llegar-. con el espíritu del Pensamiento Nuevo, decide ir a Estados Unidos para hablar con Dzheordzh Boosh y ver si hay algo que pueda aprender de los conspiradores capitalistas hijos de perra. -Tolkachev empujó sus gafas hacia arriba sobre el puente de la nariz, se arrellanó en la silla para causar efecto, y estuvo a un

centímetro de caerse hacia atrás.- Viaja a Estados Unidos -continuó, cuando Marya Petrovna lo ayudó a enderezarse- a la Casa Blanca en Pinslvahnya Ahvinyu, y le pregunta a Boosh cuál es el secreto. ¿Cómo podría poner a prueba a sus ministros para asegurarse de que está rodeado por la gente más inteligente del distrito? -Tolkachev tomó un sorbo de vino, miró a cada miembro de la audiencia por turno y empujó de nuevo los resbaladizos anteojos.- Boosh llama al vicepresidente, Den Qvail, y hace esta prueba:

"Den -dice, levantando un dedo así- contésteme una pregunta. ¿Cuál es el nombre del hijo de su madre que no es su hermano?

"Den Kvail -contesta Kvail después de vacilar un momento.

"Correcto -dice Boosh. Luego le dirige a Kabanov una mirada vanidosa y agrega:- Así es cómo se hace en Estados Unidos.

"Bien. Delante de Boosh, Kabanov finge que esto no es nada del otro mundo, pero piensa en ello durante todo el tiempo mientras cruza el Atlántico. Cuando llega a su oficina, inmediatamente llama a Gannov, su asistente, y le dice:

"Gennadi Pavlovich, respóndame a esta única pregunta.

"Usted dirá, Mikhail Lvovich -dice Gannov inclinándose.

"¿Cuál es el nombre del hijo de su madre que no es su hermano?

– Gannov piensa que es una trampa. Se frota el mentón. Está serio. Al cabo de un minuto dice:

"Bueno, Mikhail Lvovich, esta es una cuestión complicada. Necesitaré un poco de tiempo. Quizá convocaré a una comisión y lo estudiaremos y le presentaremos nuestra respuesta en…

"Le doy cinco minutos -dice Lvovich.

"Gannov sale de la oficina aterrado. ¡Cinco minutos! Le da vueltas a la pregunta en su cabeza una docena de veces ¡pero no se le ocure nada! Hijo de su madre, piensa. No es su hermano. ¡Nada tiene sentido! Es una trampa, eso es lo que pasa Pasan tres minutos, cuatro minutos. Ve a Boris Yeltsin que camina por el corredor como en un sueño, y corre hasta él y le dice:

"Camarada Yeltsin, dígame, por favor, ¿cuál es el nombre del hijo de su madre que no es su hermano? -Yeltsin no vacila.

"¡Boris Yeltsin! -dice con voz resonante, blandiendo un puño como si condujera un vitoreo.

"Aja. -Gannov, muy excitado, irrumpe en la oficina de Kabanov cuando ya se está acabando el plazo. Kabanov lo espera. Gannov se detiene frente a él y dice-: Mikhail Lvovic, tengo la respuesta.

"Bien -dice Kabanov-. Oigámosla. Gannov se endereza y dice, juiciosamente, con un gesto ceremonioso:

"¡Boris Yeltsin! -Kabanov le dirige una sonrisita piadosa y sacude la cabeza

"No. no, Gennadi Pavlovich -dice con tristeza-. No está bien, no está bien. -Gannov está a punto de desmayarse.

"¿Cuál es entonces? -dice temblando.

"Kabanov mira por la ventana y suspira, como si fuera realmente doloroso para él tener que instruir a este asno de granja colectiva. Por fin se da vuelta, mira a Gannov directamente a los ojos, levanta un dedo y dice:

"¡Den Qvail!

Todos rieron un poco más de lo que merecía el chiste, se relajaron, suspiraron, volvieron a reír un poco más, felicitaron a Tolkachev por su manera de contarlo, por el vino, miraron de nuevo alrededor con una satisfacción sobria a medias. Al cabo de un rato, Raisa se levantó de la mesa y Propenko vio que ordenaba unas verduras sobre la mesa y se quedaba mirándola, decidiendo qué comerían hoy y qué guardarían para el invierno. Parecía haber un futuro, después de todo. Suponía que le debía una palabra de agradecimiento a Víctor Vzyatin.

34

El mercado central de Vostok ocupaba un largo depósito de dos pisos de cemento con manchas de agua, como encaje sucio, debajo de las ventanas, y un hombre que vendía kvass de un camión tanque, al frente. Czesich y Lydia empujaron las pesadas puertas de madera de la entrada y enseguida se sumieron en el tumulto de la libre empresa: unos georgianos les ofrecían flores; puesto tras puesto de mujeres rusas y ucranianas de delantal blanco vendían zanahorias, manzanas, semillas de girasol, tomates, panales, nueces, ajo, berenjenas. Más allá había otra falange de sureñas de cabello oscuro que pregonaban fruta con su acento tosco, guiñándole un ojo a Lydia, mostrándoles trozos de melón rojo con un cuchillo, gritándole a Czesich que le comprara a su joven novia algunas rosas, un kilo de naranjas o melocotones, una o dos de las peras más gustosas del planeta. Czesich no dejaba de sonreír. Los olores de la tierra, los colores luminosos, la energía; quería comprar todo, regatear con todos, frotarse como un perro en el olor del lugar. Al lado, cuarenta contenedores de huevos en polvo y carne enlatada parecía otra muestra de incapacidad del Departamento de Estado, un insulto.