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– ¡Ey! -gritó Czesich una vez. Era un saludo de su juventud. Dejó caer el bastón, lo oyó rodar sobre la piedra, y tenía los ojos cerrados, y una mano en el bolsillo, buscando billetes, cuando cayó.

37

La celda medía dos metros por tres, con un agujero en el rincón como inodoro, somier de hierro, con un colchón de paja manchado y un panel corredizo en la base de la puerta, a través del que, hacía horas, le habían ofrecido un tazón de sopa fría, y luego lo habían retirado. Propenko estaba sentado en el borde de la cama con los codos sobre las rodillas, abriendo y cerrando sus grandes manos. El aire olía a sudor y orina, las paredes estaban tan frías como piedras enterradas. Eran casi las cuatro de la mañana, pero el ruido en las otras celdas seguía sin parar, gritos y alaridos, delirios de borrachos, un universo exterior que ya no le exigía su atención.

"Entonces elige lo que más te asuste", había dicho Anton Antonovich. Lo que más lo asustaba, resultó ser él mismo.

Entre el clamor se oyeron pasos. La mirilla se abrió y se cerró, pero Propenko no miró. Habían estado vigilándolo toda la noche, a la espera de una señal de rendición de modo que el jefe pudiera apersonarse con su confianza y sus condolencias y decirle qué se suponía que debía hacer ahora. Pero, si bien estaba exhausto y hambriento y medio loco, no veía ninguna rendición en su futuro. Durante las horas de la noche le habían proporcionado un remanso de comprensión, un atisbo del escenario mas amplio: Bessarovich y Vzyatin decidiendo enviar los víveres a Vostok; haciendo listas de los lugares de distribución; eliminando a los hombres tímidos de la vieja guardia como Volkov; creando las condiciones, como había dicho Tolkachev, para la destitución de Mikhail Lvovich Kabanov. Si uno tiene A y B. uno debe siempre, dentro de cierta probabilidad, tener C. El había sido su C, el boxeador ambicioso y obediente. Después de uno o dos rounds en situación precaria, tambaleándose, sangrando y dispuesto a abandonar, había cumplido con su trabajo para ellos, había dirigido una derecha desesperada y sacado al campeón fuera del cuadrilátero.

Y esto estaba bien. Salvo que. en el proceso habían golpeado y violado a su hija, y algo se había endurecido dentro de él que sus dirigentes no habían tenido en cuenta.

La mirilla se abrió y cerró de nuevo, pero hubo un ruido en el cerrojo de la puerta, y dos hombres aparecieron en la luz intensa del corredor. Eran de su misma altura, con un cuerpo como un tonel, y por un momento Propenko pensó que venían a golpearlo.

El primer hombre le indicó por señas que se pusiera de pie. y lo palpó muy a fondo mientras el otro observaba: botas, calcetines, las piernas del pantalón, entrepierna, la camisa sudada, la espalda y el frente y debajo de ambos brazos Hizo que Propenko abriera la boca, pasó los dedos por dentro del cuello y de los puños, dentro de la cintura del pantalón, inspeccionó las manos bruscamente, silencioso y competente. No estaban uniformados, eran desconocidos, demasiado buenos para ser hombres de Vzyatin Sin decir nada, le indicaron que saliera de la celda y lo llevaron por el pasillo, uno adelante y el otro atrás. Demasiada luz Puertas melladas a su derecha, ventanas con rejas hasta arriba a su izquierda. El alboroto de sus compañeros de prisión resonaba en todas partes. Una puerta, luego bajaron cuatro tramos cortos y Propenko se encontró en una parte más silenciosa, más familiar del Departamento Centraclass="underline" planta baja, atrás, la entrada a la oficina de Vzyatin.

Uno de los guardias golpeó dos veces y abrió la puerta. La silla detrás del gran escritorio del Jefe estaba vacía. En la pared del costado había un cuadro del cambio de guardia en la tumba de Lenin, ahí estaba el sofá finlandés de Vzyatin, y en el sofá estaba Lyudmila Bessarovich con las manos entrelazadas tranquilamente sobre la falda. Bessarovich señaló una silla frente a ella y Propenko se sentó, de espaldas a la puerta y a los guardaespaldas. Esta vez ningún saludo brotó de sus labios. No adoptó una actitud de sumisión, no demostró preocupación por la noticia que podía traer de Moscú. Por fin. en su amargura, no le preocupaba esa parte

Bessarovich hizo que uno de los hombres trajera dos vasos de té. y luego lo despachó.

Miró fijamente a Propenko durante un rato largo. Y él la miro a su vez Le pareció más baja de como la recordaba, más gastada, pero todavía tenía la textura del poder en su postura, ojos y voz. la dura urbanidad de alguien acostumbrado a ser obedecido. Era un truco que Propenko conocía ahora se eliminaba la duda, se daba por sentado la autoridad y la gente lo seguía a uno. Ese había sido el secreto de Vzyatin todos estos años, la fuente de su confianza y la fuente de su error. No quería tener nada que ver con eso.

– Primero los hechos, Sergei -dijo Bessarovich con calma, los ojos perfectamente firmes, cansada, vacía de emoción-. Lydia se sentó y tomó té y pan. Habla. Me pidió que lo llevara a casa.

Propenko sintió que las palabras lo atravesaban, y una picazón de lagrimas detrás de los ojos. Miró por encima del escritorio de Vzyatin y afuera por la ventana oscura.

– Sus asaltantes fueron apresados en el puesto GAI en Vosiok Occidental. cuarenta minutos después del ataque: un hombre local y dos de Uzinsk Están en la cárcel de Makeyevka -Bessarovich tomó un sorbo de su vaso v lo observó durante algunos segundos. Propenko notó un pequeño cambio en sus ojos, una partícula de sentimiento que no pudo interpretar – Me dicen que mientras los estaban interrogando, uno de los violadores quiso escapar y fue severamente golpeado.

Propenko apretó la mano derecha para que dejara de temblar. La venganza traía venganza, lo sabía. El odio creaba odio. Trató de forzarse a retroceder desde ese abismo, de ponerse en dirección a la avenida Octubre, donde podría esconderse de nuevo bajo la apariencia de sus deberes de padre, que otros se tomaran su venganza y decidieran por él. Trató como había estado tratando toda la noche, pero las fuerzas que lo llevaban por el otro camino eran demasiado grandes. No sabía porqué creía esto, qué trauma, qué intuición lo estaba dirigiendo, pero tenía bien claro que si no sumergía sus brazos en sangre nunca podría volver a hablar con Lydia como había hablado en la iglesia La única manera de conocerla ahora era ir más y más abajo, dentro de la desdicha que había en él mismo, desprenderse de todo a lo que se había aferrado durante tanto tiempo.

No estaba seguro de que su voz funcionaría.

– (Quién los interrogó"?

– Victor. primero. luego mis hombres

– ,.Y quien ordenó… el ataque… quien dio la orden?

– Nikolai Malov.

– ¿Con qué autoridad?

– La suya propia… por lo que hemos podido…