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– ¿No fue Mikhail Lvovich?

– Ni Lvovich. ni el komitet.

Fuera del cuadrilátero. Propenko no le había pegado a otro ser humano desde hacía treinta y cinco años, desde su infancia. Ahora no podía pensar nada más que en pegar.

– , Dónde está -dijo

– En una mina al sur del río -le dijo Bessarov ich-. Bajo la custodia del Comité de Huelga

– ¿Y a quién le responde el Comité de Huelga? ¿A Alexei? ¿ A Vzyatin?

– Alexei murió hace treinta minuto. Sergei. El Comité de Huelga siempre me ha respondido a mi

– ¿Qué mina.? -exigió él.

– Podría decírselo -dijo Bessarovich con calma, suavemente-. pero me preocupa que…

– ¡Qué MINA! -Propenko dejó caer los dos puños sobre la frágil mesa de madera que había entre los dos. y quebró la tapa en tres pedazos astillados y volcó el vaso sobre la alfombra. Inmediatamente cruzó los brazos, los apretó contra el pecho y cerró los ojos y apretó los labios. Sintió que el picaporte de la puerta golpeaba contra la pared detrás de él y los hombres de Bessarovich irrumpieron en la habitación, exudando abrió los ojos vio que Bessarovich les hacía un gesto indicándoles que volvieran al vestíbulo. Uno de los guardaespaldas vaciló, miró a Propenko con sus ojos oblicuos, tendió los brazos hacia adelante.

– Kostya -dijo Bessarovich, como si le hablara a un perro-. Afuera

Cuando estuvieron solos de nuevo, clavó en Propenko la misma mirada fija de sus ojos grises que recordaba de la sala de conferencias.

– Violó a mi hija -dijo Propenko entre dientes-. ¡Ordenó que violaran a mi hija!

– Y será castigado. El punto es que usted no es la persona que debe administrar ese castigo.

– ¿Quién decide eso?

Bessarovich lo miró sin pestañear.

– Lo decido yo.

La cara de Bessarovich estaba borrosa. Propenko apretó los dientes, y sintió que una oleada de cansancio lo invadía y trataba de arrastrarlo a la rendición.

– En la mina donde tienen a Malov hay centenares de túneles pequeños. Con lugar sólo para arrastrarse. Vetas de carbón que han sido socavadas y que debe permitirse que caigan para que la tierra por encima de ellas sea firme. Los mineros van a llevar a Malov a uno de esos lugares. Se hará estallar una carga. Ese será el final. No habrá cuerpo que descubrir, ningún problema con el komitet, ni con el procurador, no habrá sangre en sus manos, mis manos o las de Víctor.

– Quiero mirar su cara -dijo abruptamente Propenko.

Bessarovich frunció el entrecejo como si él la hubiera desilusionado.

– Lo matará si mira su cara.

– ¡No lo haré! -gritó él, pero ahora hablaba por su cuerpo, y el cuerpo no quería que hablara por él. Sintió que un músculo empezaba a tensarse al lado de su ojo izquierdo y levantó la mano y presionó sobre él hasta que se quedó quieto. La mayor maldición de hombres como Malov era que infectaban a los que forman su entorno. Si uno amaba, confiaba y tenía esperanzas, conseguían que uno odiara, sospechara y desesperara. Para ellos, esa era su victoria.

Bessarovich miró hacia abajo, los restos de la mesa; el té que se desangraba en la alfombra cara de Vzyatin, luego arriba, a la cara de Propenko.

Propenko apretaba las manos entre las rodillas como si fueran a volar y salir por la ventana si las soltaba, como si un brazo pudiera arrancarse de un lado, y el otro brazo del otro, con virtiéndolo en dos mitades destrozadas y sangrantes.

– Tengo que verlo -dijo-. No puedo volver a casa y mirar en la cara a Lydia. Raisa y Marya Petrovna sin verlo a él antes.

– Tonterías… -le dijo Bessarovich-. Tonterías de hombre. Todo lo que quieren es que vuelva a casa. Ahí es donde debería estar ya en vez de gritando y forcejeando en una celda de la cárcel. Ahora debe estar en su casa.

Cerró los ojos un instante y trató de volver al tranquilo centro de sí mismo, el lugar al que había llegado después de la mitad de una vida de obediencia ciega, y una hora o dos de gritar y protestar en la celda. Si pudiera hablarle a Bessarovich desde ese lugar estaba seguro de que no se lo negaría.

– Tengo el resto de mi vida para estar en casa, Lyudmila -dijo, omitiendo el patronímico, y sintiendo que eso la traspasaba-. Le estoy pidiendo una cosa: Antes de que él muera quiero ver la cara del hombre que mandó violar a mi hija. Eso es todo.

Bessarovich revolvió el terrón duro de azúcar en el fondo de su vaso y tomó un pequeño sorbo. Propenko se dio cuenta de que estaba haciendo sus cálculos, sopesando riesgos y ganancias, tratando de librarse de una astilla de duda. Sintió como había sentido en el balcón con Mikhail Lvovich, que la rueda de la ruleta estaba girando, que había tratos y posibilidades girando delante de él, demasiado rápido para verlos. Después de lo que pareció un tiempo muy largo, minutos y minutos, Bessarovich miró hacia arriba.

– No volé a Vostok para decir esto, Sergei -dijo-. Puede creerlo o no, como guste, pero de todos modos voy a decirlo. Lvovich se ha ido ahora, para siempre. Víctor es tan leal como un cachorro y listo a su manera. Pero Víctor ha hecho un lío terrible con todo últimamente y él lo sabe, y ha perdido algo de mi confianza. Con la excepción de unas pocas personas en el Comité de Huelga (gente que no tienen su educación y su experiencia), la ciudad carece por completo ahora de líderes confiables. En Moscú la guardia está a punto de cambiar. En Vostok necesitamos hacer dos o tres nombramientos clave, y usted va a ser uno de los dos o tres.

Propenko le dirigió una mirada feroz, con todo el odio en su cara, y por un instante el disfraz de Bessarovich pareció deslizarse. Durante ese instante pudo haber sido cualquier otra mujer soviética asustada, cualquier otra Vera o Lyuba amontonada en la fila delante de la panadería en la calle Vostochni, agobiada por las bolsas de compra, con las piernas gruesas plantadas como si hubiese surgido de la vereda.

– No tengo interés en su asqueroso nombramiento -dijo él-. Es lo que menos me interesa.

– Claro que no. A nadie le interesaría ahora. Como le dije, no había pensado decírselo esta noche, pero por otra parte, hasta unos pocos segundos, no estaba ni siquiera tomando en cuenta la posibilidad de permitir que se acercara a Nikolai. No estoy hablando de cargos temporarios con un programa de víveres norteamericanos, Sergei. Y no estoy hablando del Consejo de Comercio e Industria. Estas son designaciones en el más alto nivel, la gente que rehará esta ciudad. Estoy dispuesta a pensar en dejarle ver a Malov, sólo verlo, si usted me da su palabra de simplemente tomar en cuenta lo que le estoy ofreciendo aquí. No me gustaría que trepara a esas alturas con sangre en las manos, eso es todo.

– No estoy trepando a ninguna parte -dijo Propenko. pero Bessarovich pareció estar mirando dentro de él, un lugar que él todavía no alcanzaba a ver.

Al cabo de un momento la cara de ella se suavizó levemente.

– Siento mucho lo de Lydia -dijo-, pero por lo que me dicen los mineros, no es de las personas que se dejan vencer por algo así, y tampoco lo es usted.

Propenko dejó que el halago le pasara por encima. En la cara empolvada que tenía delante, no veía nada menos que un reflejo de este país. Un espejo cambiante tras el otro, máscara sobre máscara, trucos, juegos y maniobras. Había dos opciones: o se sentaba en su casa y fortificaba las paredes alrededor de su kremlin doméstico y trataba de mantenerse puro; o elegía su partido, para mejor o peor, y vadeaba en la sangre y la suciedad. El había intentado la opción pura y doméstica. Solo lo había llevado a esta pequeña rendición.

Asintió. Bessarovich pareció sonreír sin mover los labios.

– Está en la mina Nevsky -dijo-. Víctor está esperando afuera para llevarlo allá, si es que está decidido. En la mina pregunte por Yevgeni Vasilievich. Los llamaré y les diré que le avisen a Nikolai que usted va a verlo, de modo que lo espere durante una media hora más o menos.