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– Necesitarás un buen acuerdo prematrimonial -le dijo.

– ¿Puedes ocuparte de ello? -preguntó Marcus.

– Por supuesto. Pero sabes que Charles no se quedará de brazos cruzados, sobre todo si hay dinero de por medio.

– Supongo que no.

– Hablaré con nuestros abogados -dijo Ruby-. Y haré que nos envíen por fax esta tarde una copia del testamento.

– Bien.

Entonces ella pareció dudar.

– Marcus… Aquí está la dirección de Rose.

– Sí, le dije que la anotara por si necesitabas que rellenara algunos papeles.

– Mmm -volvió a mirar el papel y observó a Marcus con cautela-. ¿Sabes dónde se aloja?

– No importa, la boda es sólo una formalidad. Donde viva es asunto suyo.

– Muy bien. Pero es que… conozco ese hotel. Un vecino tenía un amigo de Canadá que se quedó allí una noche. Es el hotel más barato de la ciudad, pero se lo robaron absolutamente todo.

Marcus tomó el papel de manos de Ruby y leyó la dirección.

– ¿Puedes arreglarlo?

– ¿Cómo? ¿Me presento allí y le digo que quieres que se mude?

– Supongo que no -sabía que las cosas no funcionaban así con Rose-. Tengo que irme -dijo finalmente, y Ruby asintió.

– Marcus Benson al rescate. ¡Buena suerte!

Cuando Robert la dejó en el hotel, Rose estaba exhausta. Se dejó caer en el duro colchón e intentó dormir. Pero, a pesar de no haber dormido casi nada y de los calmantes que le habían dado los médicos, no pudo conciliar el sueño. No era por el ruido, ya que llevaba una semana en aquel lugar y se había acostumbrado a la cacofonía. Tampoco estaba preocupada por su seguridad, porque no tenía nada que le pudieran robar. Llevaba el pasaporte y el billete de avión en un cinturón interior, pegado a la piel, y no tema nada más.

Debería dormir pero, ¿cómo? Cada vez que cerraba los ojos aparecía Marcus. Y se iba a casar con él. Increíble. No sabía nada de él pero, ¿qué podía hacer? Lo más sensato sería contratar un detective privado para averiguar algo sobre él, pero no tenía dinero.

No poseía nada de valor, así que Marcus no podría engañarla ni robarle. Solamente tenía la mitad de una granja. Si Marcus pretendía casarse con ella por otra cosa que no fuera altruismo, se iba a llevar una gran sorpresa.

Pero podría quedarse con Harry. El pensamiento, sorprendentemente, le pareció bueno. A Marcus le gustaría Harry, y a su hermano posiblemente también le gustaría Marcus. Ella quería a su hermano con locura, pero si Marcus también lo quería, estaba dispuesta a compartirlo.

Compartir. Era un buen concepto. Un concepto fantástico, de hecho.

El pensamiento la distrajo y su mente dejó de dar vueltas. Finalmente, el cansancio pudo con ella y se quedó dormida.

Se despertó con los gritos. No era nada nuevo, porque la mitad de los clientes de aquel hotel estaban borrachos, drogados o las dos cosas. Pero aquella vez los gritos parecían más fuertes y más cercanos.

En la habitación había ocho camas, y en cuatro de ellas había gente peleando, dando puñetazos, arañando y rodando. Se escuchó el sonido de cristales rotos y una mujer gritó.

Rose abrió los ojos y sintió que alguien la agarraba, levantándola.

– ¡Bájame!

– No llames la atención -le dijo su futuro marido-. ¿Es éste tu bolso? Cállate y deja que te saque de aquí.

Marcus la llevó a su apartamento, un ático, y durante el camino no contestó a ninguna de sus protestas.

– Me voy a casar contigo. Eso implica mantenerte viva, al menos hasta mañana. Así que haz el favor de obedecer mis órdenes -dijo él al cerrar la puerta a sus espaldas.

Rose aún estaba confusa, y medio dormida por los calmantes, pero aún le quedaban fuerzas para protestar.

– No se me da muy bien obedecer órdenes.

– ¿Por qué será que no me sorprende? -dijo él.

Estaban de pie en la entrada del apartamento y Rose sólo podía ver mármol negro y espejos. Pensó que si no fuera por la medicación, le entraría el pánico.

– No puedo quedarme aquí contigo.

– También suponía que ibas a decir eso -señaló tres puertas mientras decía-: Baño, dormitorio y cocina. Yo me quedaré en el club. Te veté por la mañana.

– Pero…

Rose lo miró, totalmente confundida. Sólo sabia que aquel día había empezado como un desastre y que todo se había solucionado gracias a aquel hombre con unos ojos preciosos y una sonrisa igualmente preciosa.

– Gracias -acertó a decir.

– Está bien -contestó Marcus.

– Lo digo de verdad -se acercó y le tomó una mano; después, antes de que él adivinara lo que iba a hacer, le dio un suave beso en los labios. Fue muy leve, simplemente un beso de gratitud, pero a Marcus le causó una gran confusión.

– Será mejor que me vaya -su voz sonaba extraña. Ronca. Insegura.

– No tienes que irte -quería decirle que ella podía dormir en el sofá, pero el cansancio y los calmantes le impidieron añadir nada más.

Le había dicho que no tenía que irse y lo había dicho en serio. Quería que se quedara. Se sentía sola.

– Quiero decir… -intentó explicarse.

– Sé lo que quieres decir -la interrumpió Marcus, y sonrió. Aquella sonrisa era capaz de derretirla, de cambiarlo todo-. Pero sigo pensando que es mejor que me vaya.

La acarició levemente, deslizando un dedo por su mejilla. ¿Estaba Rose imaginándose cosas, o Marcus parecía reacio a irse?

– Cierra la puerta con llave cuando me vaya. Y no te metas en líos hasta mañana.

Y eso fue todo. Marcus se dirigió a la salida y cerró la puerta tras él. Rose estaba tan confusa que ni siquiera podía pensar. Agarró las muletas y se acercó a la primera puerta, al dormitorio. A la cama. Era una cama alta y mullida con un montón de cojines. Se subió a ella y se dejó caer.

Cinco minutos después estaba dormida. Y mientras dormía mantuvo una mano en la mejilla, donde los dedos de Marcus la habían acariciado.

Tumbado en su cama del club, Marcus maldijo en silencio. Una ceremonia y habría terminado con Rose para siempre.

Pero cuando había entrado en aquel hotel de mala muerte y había visto la pelea entre borrachos, los cristales rotos. Ya Rose, durmiendo como si estuviera tan cansada que ni siquiera podía protegerse…

Y después lo había besado. Marcus no sabía qué pensar. Sólo sabía que había tenido que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no quedarse con ella y llevarla a la cama.

«Cuidaré de ella hasta que se vaya de Nueva York», se dijo. «Y después la olvidaré».

Cuando Rose se despertó y miró a su alrededor, lo que vio no le gustó en absoluto. Aquel lugar era cómodo, silencioso y seguro, pero también era aséptico. Supuso que el apartamento lo había decorado un profesional con gusto clínico, moderno y masculino. Todo era frío, en gris y negro, con cristal y cromo.

Se bajó de la cama y caminó hacia la ventana. Por lo menos, había unas excelentes vistas de Central Park, Pudo ver unos coches de caballos paseando por el parque.

Paseó de nuevo la mirada por el apartamento e hizo usa mueca. No había nada personal, ni siquiera una fotografía. Aquel lugar era tan frío como un hotel. Incluso más.

¿Quién demonios era el hombre con el que se iba a casar? ¿Qué hacía ella en su casa? Pero no tenía tiempo para contestar a esas preguntas. Miró su reloj y casi dio un grito. ¡El funeral era en media hora!

Se duchó rápidamente, se vistió con la ropa que Marcus le había comprado el día anterior y se detuvo un momento en la puerta, dispuesta a marcharse.

Miró de nuevo el piso y pensó que no le daba pena irse. El hotel en el que se había hospedado era horrible, pero aquel apartamento tampoco era un hogar… Era la casa de Marcus. ¿Y qué? Marcus no significaba nada para ella. Nada en absoluto.