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Capítulo 4

– Marcus…

La llamada telefónica de Ruby lo despertó. Siempre se levantaba al amanecer, pero aquella noche casi no había dormido, pensando en los acontecimientos del día.

No sabía cómo, pero Rose había conseguido atravesar sus defensas. Y él se había involucrado. Hasta el fondo.

Esperaba que estuviera durmiendo, que su cama no le pareciera demasiado grande y extraña.

Pensó en ella, sola en su frío apartamento, y por primera vez deseó haberlo decorado más acogedoramente. También había pensado en ello por la noche, y cuando finalmente había conseguido dormirse, prácticamente había decidido contratar a otro decorador. Pero no, eso sería una pérdida de tiempo, porque en cuanto Rose se marchara, a él dejaría de interesarle el piso.

Consiguió contestar a Ruby al teléfono, con voz somnolienta.

– ¿La sacaste de allí? -preguntó ella.

– ¿Qué?

– De aquel hotel. ¿La sacaste? -Ruby parecía impaciente.

– Sí. Está en mi casa.

– ¿En tu casa? -Marcos pudo oír el tono de interés en la voz de Ruby.

– Yo estoy en el club.

– De acuerdo. En el club, en la otra punta de la ciudad. Muy acogedor.

– ¿Qué es lo que quieres, Ruby?

– Una boda.

– ¿Hay algún problema? -preguntó, preocupado.

– Ninguno para casarte. He encontrado un juez que está dispuesto a hacerlo, y nuestro equipo legal ya lo tiene todo en orden.

– Entonces, ¿qué ocurre?

– Lo que no me gusta es que Rose vaya a dejar el país -contestó Ruby-. Vuelve a su casa mañana, ¿no?

– Eso creo.

– Y tú te vas a quedar aquí.

– ¿Y qué otra cosa puedo hacer?

– Un marido de verdad iría con ella.

Marcus se tensó y concentró toda su atención en la conversación.

– Ruby, no es un matrimonio real.

– Eso no es lo que dirán los papeles. Esto tiene que ser serio, Marcus, no simplemente una ceremonia y un certificado de matrimonio, o Charles lo echará todo por tierra a la menor oportunidad. No funcionará a menos que paséis un tiempo juntos. Si te casas con la chica, tienes que hacerlo correctamente.

– ¿Correctamente? ¿Y qué sugieres?

– Bueno -Marcus la oyó inspirar profundamente, como si fuera a decir algo de lo que no estuviera segura- Adam, Gloria y yo hemos estado pensando.

Adam y Gloria. Las mejores mentes del equipo legal. Y Ruby. Los tres juntos eran la mano derecha de Marcus.

– ¿En qué habéis estado pensando?

– En que deberías tomarte unas vacaciones.

Marcus se quedó callado, pensativo.

– ¿Sigues ahí? -preguntó Ruby.

– Sí.

– ¿Te has tomado vacaciones alguna vez?

– No necesito…

– Marcus, has estado haciendo dinero desde que tu madre te abandonó cuando tenías doce años -lo cortó Ruby, y él casi dejó caer el teléfono.

– Pero, ¿qué demonios…?

– ¿Pensabas que no lo sabía? ¿Que ninguno de nosotros lo sabía? Has luchado cada segundo de tu vida, Marcus. Lo único que sabes es hacer dinero.

– Ruby…

– Sí, ya lo sé.

Nunca se entrometían en la vida del otro. Jamás.

Y les gustaba que fuera así, pero Ruby estaba rompiendo las reglas.

– Marcus -siguió diciendo ella-, empecé a trabajar en los negocios porque perdí a mi marido y a mi hija en un accidente de coche. Lleno mi vida con el trabajo porque he amado y ya no me queda nada. Pero tú… Tú ni siquiera has empezado.

¿Ruby había tenido un marido y una hija? ¿Y habían muerto? ¿Por qué él nunca lo había sabido? Nunca había preguntado porque no era asunto suyo.

Y ella tampoco se había metido en su terreno personal. ¿Por qué lo hacía ahora?

– ¿Me estás diciendo que tengo que enamorarme?

– No esperamos milagros -contestó Ruby-. Pero acabas de cerrar el trato comercial con Forde y no ocurrirá nada en las siguientes semanas de lo que Adam, Gloria y yo no podamos ocuparnos. Si realmente quieres que tu matrimonio tenga validez, necesitas unas vacaciones. Tienes que ir a Australia.

– Unos cuantos días no solucionarán nada.

– Unos cuantos días no, pero dos semanas sí. Lo he comprobado. Hay un precedente en el caso de Amerson contra Amerson. Los Amerson se casaron, tuvieron una luna de miel de dos semanas y después cada uno se fue a vivir a un país diferente. Se llamaban por teléfono una vez a la semana y se escribían muchísimo por e-mail. Él murió y la mujer heredó, pero el hermano del marido reclamó la herencia, argumentando que el matrimonio no había sido válido. Pero el juez decretó qué sí lo había sido, así que ése es el precedente que vas a usar. Vas a estar dos semanas en Australia, y después llegarán las llamadas y los e-mails. O eso, o nada.

– ¿Dos semanas?

– Como mínimo.

– No puedo -afirmó Marcus.

– Claro que puedes. Es una chica muy agradable.

– ¿Es qué?

– ¿No lo es? Bueno, ya me dirás qué más cosas es -dijo Ruby suavemente, y colgó.

Marcus se quedó atónito. Debería salir de aquel lío en ese mismo momento. Las cosas se estaban complicando demasiado. Entonces recordó dónde había encontrado a Rose la noche anterior; pensó en su propia situación varios años atrás y en todo lo que había luchado para conseguir lo que tenía.

Pensó en Ruby, y en por qué él nunca le había preguntado por su vida privada. Recordó a Rose, tomándole las manos, besándolo.

Unas vacaciones. ¿Qué daño podrían hacerte dos semanas?

Rose permanecía de pie en la capilla donde se estaba celebrando el funeral. El sacerdote estaba pronunciando palabras de despedida para su querida tía.

No había nadie más. Charles, por supuesto, no había acudido. Rose observó el ataúd de madera y se esforzó por no pensar en lo triste que estaría Hattie si supiera que su hijo no había ido a despedirla.

Intentó pensar en los buenos momentos, pero los recuerdos se negaban a aflorar. La apenaba enormemente tener que despedir a Hattie allí, en lugar de en su querida iglesia de Australia. Rose odiaba todo aquello. Además, se estaba viendo obligada a casarse con un desconocido para proteger su herencia.

El matrimonio era una locura. Tenía que ser su imaginación, parte de la pesadilla que tuvo la noche anterior. En aquel momento, Marcus era sólo un recuerdo nebuloso.

El ataúd que tenía delante era la única cosa real en aquel caos. El sacerdote estaba murmurando la última bendición. Era un hombre amable; sabía que a Rose le apenaba que el funeral fuera tan corto, pero tenía que celebrar tres más esa misma mañana.

La cortina se cerró delante del ataúd… y todo se terminó.

– Le habría alegrado mucho saber que estás aquí.

La voz familiar la sobresaltó, y cuando Marcus le puso una mano en el hombro, Rose estuvo a punto de volverse hacia él y echarse a llorar. Definitivamente, no era un recuerdo nebuloso; Marcus era muy real.

– Volví a mi apartamento y vi que ya te habías ido -añadió-. Luego Ruby me llamó y me dijo que el funeral era ahora. Siento no haber llegado antes.

– Pero… ¿porqué?

– Pensé que necesitarías ánimos. Además, para eso están los maridos -le dedicó una sonrisa que casi la derritió-. La querías -Rose asintió-. He estado haciendo algunas averiguaciones. Tu tía sólo vino a Estados Unidos cuando se puso enferma. Y porque Charles insistió -ambos miraron hacia la cortina. Un ruido de ruedas les indicó que el ataúd de Hattie estaba dejando paso al siguiente.

– Australia era su hogar -dijo Rose con voz cansada-. Pero Charles quiso que su madre muriera aquí.

– ¿Por qué? -preguntó él.

– ¿No lo adivinas? Charles hizo un viaje relámpago a Australia cuando los médicos le dijeron a Hattie que le quedaba poco tiempo, e insistió en que volviera aquí con él. Creo que, en su estado, estaba tan agradecida de que se interesara por ella que habría hecho cualquier cosa. Cuando hablábamos, decía que todo iba bien. Pero de repente dejó de telefonearme y Charles no contestaba a mis llamadas. Me preocupé tanto que decidí subirme a un avión y venir.