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No añadió que en el viaje se había gastado todos sus ahorros. Él la miraba fijamente.

– ¿Y Charles no la estaba cuidando bien?

– ¿Tú qué crees? Por supuesto que no. Era australiana y no tenía seguro médico. Ni siquiera la estaban tratando. Había empeorado y Charles la llevó a una horrible residencia, abandonándola allí. Se alegró tanto de verme… Estaba muy confusa. Conseguí que un medico la viera, pero ya era demasiado tarde. Él cáncer se había extendido tanto que sólo tenía algunos momentos de lucidez, pero por lo menos sabía que yo estaba con ella. Murió una semana después de que yo llegara.

– Tras haber cambiado el testamento a favor de su hijo -intervino Marcus.

– Estaba en su derecho.

– Creo que voy a disfrutar de este matrimonio -miró a Rose, que estaba pálida, y decidió dejar su furia para otro momento. Además, había otro funeral esperando para ser celebrado-. Deja que te compre algo de comer.

– No -Rose intentó serenarse-. No, gracias.

El director de pompas fúnebres se acercó a ellos, impaciente por despejar la sala para que pudiera celebrarse el siguiente funeral. Miró a Marcus con curiosidad y, al reconocerlo, abrió mucho los ojos.

– ¿Marcus… Benson?

– Sí -Marcus le tendió la mano y la impaciencia del hombre desapareció al instante.

– No tengan prisa. Hay otro funeral ahora, pero tómense su tiempo.

– Gracias.

– Tengo que irme -dijo Rose.

– ¿Tienes miedo de mí? -preguntó él, con voz suave-. El miedo no es una buena base para un matrimonio.

– No tengo miedo de ti. Ni siquiera te conozco. Y eso tampoco es una base pata un matrimonio.

– Es cierto. Y ahí está el problema.

– ¿Hay algún problema? -preguntó Rose.

– Así es.

– Bueno, entonces… -le echó otra mirada a la cortina, como si no supiera si debía irse o no. Pero había gente esperando al otro lado de la puerta, y el director estaba impaciente. Hattie se había ido, y posiblemente su roturo también, porque el hombre que iba a solucionarle la vida acababa de decir que había un problema-. No hace falte que me digas qué problema es. La idea de casarnos era una locura. Tengo que tomar un avión mañana, y estoy segura de que tú tienes mucho trabajo. Gracias por haber venido esta mañana y por haberme alojado en tu casa. Has sido muy amable.

– Gracias.

– Bueno, no todos los días se recibe una proposición de matrimonio de alguien tan agradable como tú -miró al director de la funeraria y le dedicó una sonrisa-. No se preocupe, nos vamos -entonces le tendió la mano a Marcus y se la estrechó en un gesto de despedida rápidamente, antes de que se derrumbara-. Adiós -murmuró, y se dio la vuelta.

Marcus volvió a agarrarla de la mano y le hizo darse la vuelta.

– No.

– ¿No?

– Lo del matrimonio sigue en pie. Ruby dice que puedo casarme contigo.

– Bien por Ruby. ¿Tu ayudante te ha dado permiso para casarte?

– No. Bueno, sí. Ella se ha encargado de todo, y le he pedido que le pase el testamento a mis abogados para estudiarlo. Sería una pérdida de tiempo casarse y no poder darle la vuelta al testamento. Los abogados dicen que si nos casamos y luego tú te vas y yo me quedo, Charles puede argumentar que el matrimonio ha sido una farsa.

– Entonces, ¿qué estás diciendo? ¿Que tenemos que consumar el matrimonio?

Marcus hizo una mueca.

– No, no es eso.

– Es un alivio -dijo ella.

– Sabía que dirías eso.

Rose sonrió. Era la primera vez que sonreía en ese día, y le sentó bien. Le estaba muy agradecida a Marcus. Aunque el plan que tenían entre manos no funcionara, su presencia durante esos dos días la había aliviado mucho. La había hecho sonreír. La había hecho sentirse como si alguien se preocupara por ella.

– Si no hay que consumar el matrimonio, ¿qué tenemos que hacer?

– Ruby dice que necesitamos una luna de miel. Legalmente, tenemos que pasar algún tiempo juntos si queremos que nos vean como un matrimonio de verdad. Acabo de cerrar un trato que nos ha llevado tres años. Ruby dice que no me he tomado vacaciones en diez años, y tiene razón. En cualquier caso, si te gustaría tener una luna de miel… si quieres… Puedo volver a Australia contigo y quedarme un par de semanas.

– Estás bromeando -dijo, mirándolo estupefacta.

– Nunca bromeo.

– ¿Quieres venir a casa conmigo? Pero… No. Yo no quiero un marido.

– Eso está bien, porque yo no quiero una mujer -Marcus se encogió de hombros y sonrió-. Pero Ruby dice que, ya que me he ofrecido a hacer esto, tengo que hacerlo bien. Además, nunca he estado en Australia.

– Estoes una locura. No puedes tomarte dos semanas de vacaciones por una desconocida.

– Sí que puedo. Por vacaciones. Ruby dice que tengo que quedarme en tu granja.

– ¿Quieres quedarte en mi granja? -preguntó ella.

– No. Pero estoy preparado para hacerlo.

– Marcus, no puedo enfrentarme a esto -dijo Rose negando con la cabeza.

– Lo entiendo. Pero si realmente deseas quedarte con la granja, tienes que tragarte el orgullo, aceptar mi ayuda y asimilar que no quiero nada a cambio -le tomó las manos y la miró intensamente-. ¿Eres lo suficientemente fuerte como para aceptar esto? Recibir es duro, Rose. Lo sé bien. Pero… puede que no te quede otra opción.

Marcus estaba tan confuso como ella, pero no lo demostraba. Su mirada decía «confía en mí» y le mostraba el camino que debía tomar. Aunque era una auténtica locura, para Rose, que nunca había tenido a nadie que le mostrara el camino, la idea resultaba tremendamente atractiva.

– ¿Sin ataduras? -logró preguntar.

– Sin ataduras -respondió él.

– Te haré un par de calcetines para Navidad.

– ¿Eso significa que aceptas?

– No tengo elección. Te estoy muy agradecida, y odio tener que estar agradecida, así que… ¡Tendrás que acostumbrarte a mis calcetines!

Entraron en una cafetería cercana y tomaron café y pastas en silencio. Rose era consciente de que Mateos la observaba, como si quisiera ver es su interior, pero ella no podía hacer nada. Y tampoco estaba muy segura de importarle.

– ¿Qué les pasó a tus padres? -preguntó él, y a Rose se le contrajo el estómago.

– Mi madre murió de eclampsia al dar a luz a Harry. Y mi padre falleció cuando su tractor volcó hace diez años.

– ¿Y desde entonces has mantenido a tus hermanos?

– También estaba Hattie-dijo ella.

– ¿Hattie te cuidaba?

– Yo tenía dieciséis años. Era fuerte y podía hacerme cargo de la granja. Quería a Hattie y no podría haberlo conseguido sin ella, pero mi tía tenía artritis.

– A ver si lo he entendido bien. Tenías dieciséis años cuando te quedaste sola con una granja y cuatro niños. ¿Qué edad tenía el mayor?

– Daniel tenía once años.

– ¿Y tu primo? ¿Charles?

– Es bastante mayor que yo. Se fue antes de que mi padre muriera. Hattie le enviaba su parte de los beneficios, y solamente sabíamos algo de él cuando quería más dinero.

– ¿Estabas todavía en el instituto?

– Tuve que dejarlo, pero no me importó. Me encanta trabajar en la granja, y he conseguido que prosperara.

– ¿Los chicos te ayudan?

– Claro. Daniel y Christopher están en la universidad y William asiste a una escuela especial en la ciudad. Daniel será veterinario y Christopher está en su primer año de Derecho. Y William es brillante. Ganó una beca y estudia en una escuela especial para niños con talento.

– Pero… ¿los mantienes a todos?

– No. Ellos también me ayudan. Durante las vacaciones.

– Pero el resto del tiempo sólo estas tu.

– Y Harry -sonrió ampliamente al pensar en su hermano pequeño-. Harry es maravilloso, te encantaría conocerlo.