Rose esperaba en la entrada de Justicia, sintiéndose ridícula. Pero también se sentía extrañamente bien. Ligera. Y libre.
Ruby había tenido razón: lo habían pasado de maravilla. Habían ido al emporio nupcial más grande de Nueva York y cuando Ruby había explicado que la boda era aquella tarde, que Rose se iba a casar con Marcus Benson y que el dinero no era ningún problema, se habían volcado en ellas completamente.
Rose se había probado varios vestidos fabulosos, aunque el que eligieron finalmente era bastante sencillo. Era de seda de color marfil, con finos tirantes y un escote en forma de corazón. Parecía hecho especialmente para ella. Se le ajustaba perfectamente a la cintura y después caía en elegantes pliegues hasta los tobillos.
Después habían escogido unas sandalias blancas, el esteticista le había puesto unos pequeños lazos blancos en el cabello y le había aplicado un poco de maquillaje. Cuando por fin Rose se miró en el espejo, se encontró con una hermosa imagen que no reconoció.
Luego, a instancias de Rose, los empleados de la tienda habían centrado su atención en Ruby. Habían encontrado un bonito traje de color azul pálido, con sombrero y zapatos a juego. El esteticista también había decidido mejorar los rizos de Ruby, así que al final ésta se había quedado tan sorprendida con su imagen como Rose.
Una limusina blanca, adornada con orquídeas del mismo color, las esperaba para llevarlas a la cita con Marcus. De camino, habían bebido champán.
Una vez en el lugar acordado vieron que Marcus aún no había llegado, pero sí Darrell, el sargento. Se había vestido con el uniforme de gala militar, y estaba tan imponente que Rose apenas se fijó en las cicatrices de su cara.
– Me alegro mucho por ti -le dijo Darrell-. Marcus se merece a alguien que le haga feliz.
– ¿Estás segura de que vendrá? -le susurró Rose a Ruby.
– Eso espero. Si no, tendrás que casarte con Darrell.
Estupendo. Rose miró con nerviosismo hacia la calle. Había un montón dé fotógrafos, obviamente esperando a alguien importante. Ya estaban allí cuando ella llegó, pero la habían ignorado.
– Esto es una locura -murmuró Rose. Bajó la vista al precioso ramo de orquídeas blancas, sin creer lo que veía-. No puedo…
En ese momento un coche que le resultaba familiar se detuvo frente a la puerta. Robert salió de él, y después Marcus. Estaba increíblemente atractivo. Llevaba un traje oscuro y una orquídea blanca en el ojal.
Su… ¿marido?
Sintió unos deseos irrefrenables de salir corriendo, pero Ruby, sonriente, la agarraba del brazo, y Darrell estaba entre ella y la puerta. No había escapatoria.
Entonces se abrió la puerta y él la vio. Por un momento Marcus pensó que se había equivocado de lugar. Había esperado un despacho oficial y a Rose vestida con algo respetable y formal. Pero en lugar de eso tenía… una novia.
Se quedó helado y por un instante revivió la pesadilla de su infancia, el brillo y el glamour de las horribles bodas de su madre. Pero fue sólo un momento. No era una pesadilla, sino Rose. Ella estaba hablando con Ruby y, cuando Marcus entró, se dio la vuelta, lo miró y le sonrió.
Aquello no era como todas las bodas horrorosas de su madre. El vestido de Rose era sencillo, pero hermoso, y ella estaba preciosa. La sonrisa de Rose se amplió y por un momento los dos se miraron a los ojos fijamente. En aquel instante, algo en Marcus se evaporó: el convencimiento de que nada ni nadie podría conmoverlo.
Nunca antes había pensado que una mujer podía ser tas adorable. Y no se debía al vestido ni a los lazos del cabello, sino a sus ojos, a su sonrisa, a la forma en que lo miraba, queriendo que compartiera con ella ese momento.
Rose no paraba de sonreír, y eso fue suficiente para que el corazón de Marcus sufriera una sacudida. El inmutable e intocable corazón de Marcus Benson.
Pero la de Rose no era la única sonrisa. También estaba Ruby, con un traje de color azul pálido que, de alguna manera, la hacía parecer menos dura. Ruby sonreía a Marcus y a Rose, y la mirada que te dirigía a ella era de puro orgullo.
Y Darrell. ¿Cómo se habría enterado Darrell de aquello? Normalmente era un hombre severo de mediana edad a quien la vida no había tratado bien. Su mujer lo había abandonado cuando tuvieron que hacerle injertos en la piel, estaba muy traumatizado por los acontecimientos del Golfo y prácticamente no tenía nada por lo que sonreír. Pero allí estaba, vestido con su imponente uniforme militar, sonriendo como si fuera una boda de verdad.
Marcos se acercó a Rose y ella le puso una mano en el brazo como si él ya fuera suyo, con un gesto de posesión. Eso tendría que haber bastado para que echara a correr, pero había cuatro personas sonriéndole, incluyendo el juez de paz, y fuera la prensa esperaba para ver si era capaz de cumplir aquel compromiso.
Pero no era un compromiso, se dijo con desesperación. Sólo se trataba de un papel, nada más. Y no sonreír habría sido estúpido, incluso cruel, cuando todo el mundo estaba esperando. Miró a Rose una vez más y fue demasiado para él. Las comisuras de los labios empezaron a elevarse, sus ojos se iluminaron… y sonrió para ella.
Marcus le tomó las manos firmemente, se volvieron hacia el juez y pronunciaron sus votos.
– Yo os declaro marido y mujer.
¿Por dos semanas…?
Se habían olvidado de Charles.
Ruby le había enviado la invitación, y nadie había vuelto a pensar en él. Pero mientras el juez pronunciaba las últimas palabras y Marcus miraba a su novia, sorprendido por lo que acababa de ocurrir, la puerta se abrió violentamente y entró el primo de Rose.
Se quedó de pie en la entrada, con los ojos desorbitados. En su rostro se veía una furia incontrolada casi criminal. Perversa. Cuando Rose se dio la vuelta para ver quién era, Charles arremetió contra ella.
Marcus supo de inmediato que estaba a punto de golpearla. Había visto suficiente violencia en su vida como para reconocerla, y también para reaccionar rápidamente. Con un solo movimiento, se puso delante de Rose para protegerla de la furia de su primo.
– ¡Tú, pequeña…! -Charles se movió hacia un lado para agarrarla, pero Marcus se le adelantó, tomándolo fuertemente por los hombros.
– ¿Qué demonios crees que estás haciendo?
– ¡Esa… zorra! -Charles estaba fuera de control-. Cuando llegué al despacho después de comer me encontré con esto -dijo sacando la invitación del bolsillo-. ¡Esto! No sé cómo ha podido convencerlo para…
– No me ha convencido nadie -contestó Marcus fríamente.
– Seguro que lo ha hecho. Esa zorra, esa…
– Cuidado con lo que dices. ¡Estás hablando de mi mujer!
Mujer. La palabra actuó como un muro de hielo. Charles se calló y los miró.
– No es posible… ¿Por qué querría casarse con ella?
– Nos estás ofendiendo -dijo Marcus, conteniéndose.
– Ella es quien me está ofendiendo -espetó Charles-. Está haciendo esto para robarme lo que me pertenece por derecho. La granja es mía. Me tomé muchas molestias en traer aquí a la vieja y…
– Sal de aquí -ordenó Marcus. Entonces, se volvió al juez de paz-. ¿Hay guardias de seguridad en el edificio?
– Tengo invitación -susurró Charles.
– La invitación queda rescindida.
– Y también este matrimonio. Esto es una farsa, es ilegal. No puede casarse con ella y desaparecer con mi propiedad. Haré que lo anulen.
– No tengo intención de casarme con Rose y desaparecer. La voy a llevar a Australia -Rose salió de detrás de él y Marcus le pasó un brazo por los hombros-. La voy a llevar a casa, con todos los honores. Vete acostumbrando -Marcus se giró hacia Darrell-. Darrell, si no hay guardias de seguridad, ¿quieres ayudarme a deshacerme de… esto?
– Será un placer -contestó Darrell.
– Os ayudaré-afirmó Ruby.
– Yo también -intervino Rose-. Al fin y al cabo, es mi primo.
– Tienes que hacer otra cosa -le recordó Ruby-. Algo importante. Si ha terminado ya… -añadió, dirigiéndose a Charles.