– No, no he terminado -dijo Charles, retrocediendo hacia la puerta mientras Darrell daba unos pasos hacia él-. Mis abogados se pondrán en contacto con vosotros.
– Espero que tengan mejores modales que tú -respondió Marcus, y luego se volvió hacia Ruby-. ¿Qué ha olvidado hacer mi novia?
«Mi novia». La expresión le sonaba extraña. Era como un gesto de protección, una declaración de intenciones de que los abogados de Charles no podrían hacerle daño. Pero, ¿en dónde se estaba metiendo? Mientras Darrell cerraba la puerta tras el primo de Rose, Marcus la miró, y vio que estaba tan confundida como él. Le estaba ofreciendo protección, pero para Rose la protección era algo desconocido.
Pero no, todo era una ilusión. Lo que sentía hacia ella, la forma de abrazarla, apretándola contra su cuerpo… Sólo era una fachada para convencer a Charles de que aquello era una boda real.
– ¿Qué ha olvidado hacer? -preguntó Marcus de nuevo.
Ruby los unió aún más y miró al juez, que estaba sorprendido porque la ceremonia se hubiera interrumpido tan violentamente. Pero era un juez experto, y seguramente habría visto todo tipo de matrimonios extraños.
– ¿Podemos continuar? -preguntó Ruby, y el hombre logró sonreír.
– Bien, ¿dónde estábamos? Ah, sí. Yo os declaro marido y mujer -inspiró profundamente y miró a Rose y a Marcus. La interrupción había sido desagradable, pero ante él había una pareja cuyo lenguaje corporal lo decía todo-. Eso es todo, amigos -dijo cerrando su libro-. Excepto por la última parte, mi favorita. Puedes besar a la novia.
No.
La palabra comenzó a subirle por la garganta, pero consiguió no pronunciarla. Marcus miró a Rose y vio en sus ojos el mismo pánico que él sentía.
Allí estaban, mirándose atónitos, como si no pudieran creer que estaban haciendo aquello. Pero Marcus inclinó la cabeza, le levantó a Rose la barbilla, la miró intensamente a los ojos y…
No quería hacerlo. No quería…
Era mentira. Lo que más deseaba en el mundo era besarla.
«Será sólo un beso», se dijo. No significaría más que unas firmas en un papel.
Pero entonces sus labios rozaron los de Rose y se dio cuenta de que significaba mucho más. Toda su vida cambió en aquel mismo instante. El frío Marcus Benson que no hacía nada sin pensar, cuya vida era una sucesión de movimientos calculados, que no perdía nunca el control; de repente estaba perdido.
Le puso las manos en la cintura para acercarla un poco más a él, con suavidad. Al instante sintió la calidez del cuerpo de Rose y entre ellos surgieron chispas.
Y su boca… Rose sabía… En realidad no sabía a nada que Marcus hubiera experimentado antes. Rose era suave y tierna, pero a la vez despedía una gran energía.
Se estaba arqueando hacia él y Marcus sabía que estaba tan sorprendida como él por las sensaciones, unas sensaciones que no podía analizar, porque no tenía nada con que compararlas.
Marcus era ajeno al pequeño grupo de testigos, que los miraba divertido. Sólo era consciente de los labios de Rose, de su sabor…
– Estoy seguro de que seréis muy felices.
Las palabras del juez rompieron la magia. El beso había durado mucho. Marcus se apartó, pero sólo un poco. Sus manos permanecieron en la cintura de Rose y la miró, descubriendo la confusión en sus ojos.
– No quería…
– Lo siento…
Hablaron los dos a la vez y la magia terminó de romperse.
– No tenéis que disculparos -el oficial, aún sonriendo, le tendió una mano a Marcus, obligándolo a soltar a Rose-. Un hombre no tiene que disculparse por besar a su mujer, y viceversa. Tenéis toda la vida para hacerlo -le estrechó la mano a Marcus y después besó a Rose-. Siento la interrupción que hemos tenido, pero no parece haber arruinado el momento. Ahora sólo tenéis que firmar unos papeles. Felicidades, señor y señora Benson. Bienvenidos a vuestra nueva vida.
Durante la hora siguiente Marcus se movió como un autómata. Firmó en el registro, aceptó felicitaciones, se enfrentó con la prensa y protegió a su mujer lo mejor que pudo. Comió, sin saber el qué, en el restaurante que Ruby había reservado, escuchó el tímido discurso de Darrell y sonrió.
A su lado Rose también sonreía, con una sonrisa que parecía tan forzada como la suya. Finalmente, las formalidades terminaron.
– Darrell y yo tomaremos un taxi para ir a casa -le dijo Ruby a su jefe. Metió la mano en el bolso y sacó un sobre-. Aquí están los billetes de avión, el pasaporte y toda la documentación que necesitarás durante las próximas semanas. Vuestro avión sale mañana a las nueve de la mañana.
Ruby se había tomado la libertad de cambiar el vuelo de Rose, que salía el mismo día, pero por la noche, argumentando que la boda estaría en todos los titulares y que, saliendo por la mañana, no tendrían que enfrentarse con la prensa.
– La prensa del corazón ha estado intentando emparejar a Marcus desde que amasó su primer millón de dólares -dijo Ruby.
– Y ahora lo han atrapado -Darrell sonrió a Ruby-. Es fantástico.
– Pero yo no he atrapado a nadie -protestó Rose.
Ruby se colocó el bolso al hombro y miró a Darrell.
– ¿Qué te parece si los dejamos solos?
– Me parece estupendo -Darrell sonrió. Le estrechó a Marcus la mano con fuerza y besó a Rose en ambas mejillas-. Cuídalo bien -dijo dirigiéndose a Rose-. Marcas es el mejor amigo del mundo y te necesita más de lo que imaginas. Os deseo todo el amor posible.
Allí estaban, solos en un reservado del restaurante. La sensación era… increíble.
«Si al menos no estuviera tan adorable…», pensó Marcus. «Si no pareciera tan vulnerable…»
– Necesito quitarme todo esto -dijo Rose- Me siento como la muñequita que va encima de la tarta.
Tal vez vulnerable no fuera la palabra apropiada. Y Rose tema razón: necesitaban volver a la normalidad. Pero volver a la realidad dolía…
– Incluso Cenicienta tenía hasta medianoche -dijo él-. ¿Quieres prolongar el cuento de hadas?
– ¿Hacer qué?
– Te vas de Nueva York mañana y no has paseado por Central Park. ¿Te gustaría hacerlo?
Rose lo miró como si se hubiera vuelto loco. Después hizo una mueca y se señaló el vestido.
– ¿Llevando esto?
– Los mejores cuentos de hadas terminan llenos de glamour -contestó Marcus con cautela, sin estar muy seguro de lo que estaba haciendo-. ¿Confías en mí?
– No confío en nadie que me ofrezca cuentos de hadas -dijo ella, pero le dedicó una sonrisa traviesa-. El príncipe siempre me pareció algo afeminado.
De pronto Marcus también se encontró sonriendo.
– Prometo no ser afeminado. ¿Qué dices? ¿Vamos a divertirnos?
Divertirse. Marcus la miró y supo instintivamente que para Rose la palabra era tan desconocida como para él.
– ¿Quieres que nos divirtamos? -preguntó ella.
– Sí. Quiero que nos olvidemos del imperio financiero Benson, de la granja O'Shannassy y de tu primo Charles. Hoy llevas un vestido de cuento de hadas y yo nunca había estado casado. ¿No podemos hacer que dure un poquito más?
– De acuerdo -su bella mujer lo tomó del brazo con confianza-. De acuerdo, señor Benson. Por esta tarde, Cenicienta y su príncipe seguirán con el cuento de hadas. Salgamos a Nueva York y divirtámonos.
Capítulo 6
Marcus la llevó a Central Park, dónde se dirigió a un carruaje de caballos con intención de dar un paseo. -¿Hasta dónde quieren llegar? -les preguntó el conductor.
– Queremos ver todo Central Park. No importa el tiempo que tardemos.
– Muy bien -dijo el conductor. A su alrededor se había reunido un grupo de gente, observando a los novios-. Suban -entonces se dirigió a los caballos-. Venga, chicos, vamos a hacer que nuestros amigos no olviden esta tarde. Y, como están recién casados, puede que les hagamos un descuento.