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Y allí estaba él, atrapado en la misma fantasía que había usado su madre para hacer de la vida algo más soportable. Bodas glamorosas. Un cuento de hadas…

Menos mal que Rose había tenido algo de sentido común; si no, en ese momento estaría en sus brazos, pensó. Casarse con ella estaba bien, pero hacer el amor con ella… ¡No!

¿Cómo demonios se había metido en aquel lío? ¿Una mujer? ¿Australia? El futuro inmediato le parecía ridículo.

– Yo no soy de los que creen en finales felices -le dijo al techo-. Mi vida está aquí.

Rose se arrellanó en su asiento de primera clase y se esforzó por sentirse indignada. ¿Cómo había descubierto Marcus que su billete era de clase turista? ¿Cómo se había atrevido a cambiarlo por aquél?

Pero podía extender las piernas. De hecho, podía tumbarse como en una cama. Había mantas, mullidas almohadas y podía escuchar música suave en su equipo personal de entretenimiento.

Iba de vuelta a la realidad, con sus vacas y el trabajo duro. Pero su marido estaba echado a su lado, y aquello no parecía real. Pero si estiraba la mano y… No, no quería estirar la mano. Rose O'Shannassy sabía muy bien cuál era la realidad. Más o menos.

Marcus podría haber usado su jet privado, pero Ruby se lo impidió.

– Ya sabes cómo reaccionó con la ropa. Con esto reaccionará exactamente igual -había dicho su ayudante. – Pero accedió a comprarse un vestido de novia.

– Eso fue fantasía. Un jet privado, a ojos de Rose, sería ridículo.

– Pero, ¡demonios! Esperar en los aeropuertos…

– Como todos los mortales. Sólo van a ser dos semanas.

Así que allí estaba él, en un vuelo comercial camino de una escala de cuatro horas en Tokio.

Y, sin embargo, se sentía bastante cómodo. Las miradas sorprendidas de Rose eran una delicia, aunque Marcus tenía la sensación de que estaba controlando su indignación ante tal despilfarro de dinero.

Rose. Su mujer.

Fantasía… realidad. Las fronteras estaban empezando a difuminarse.

Capítulo 7

En cuanto aterrizaron, Rose se transformó. Se volvió hacia Marcus con determinación y dijo: -Muchas gracias. Ahora ya puedes dejar de fingir.

– ¿Dejar de fingir?

– Quiero decir… -se ruborizó un poco, pero su decisión aumentó aún más-. Con todo esto de la boda. Hacerme viajar en primera clase, comprarme ropa, tratarme como tu mujer… Ya no necesitas hacerlo, aquí a nadie le importa.

– ¿Cómo dices?

– Lo siento, creo que me he expresado mal. Es que… aquí casi nadie habrá oído hablar de ti, y no les importará si estamos casados o no.

– ¿Me estás diciendo que me vaya? -preguntó Marcus.

– ¿Crees que Charles va a comprobar si estamos juntos?

– Seguro que lo hará.

– Pero, ¿cómo puede hacerlo? -dijo Rose con incredulidad.

– Los detectives privados son relativamente baratos cuando hay una gran cantidad de dinero en juego.

Rose pensó en ello y asintió con la cabeza.

– Muy bien, puede que tengas razón. Pero te quedarás en la casa de Hattie. Mi tía vivía separada de nosotros, aunque la casa también está en la granja.

– ¿No quieres que me quede contigo?

– No tengo habitación de invitados.

– Pero tienes cuatro hermanos. Si tres de ellos no están ahora en casa, ¿cómo no puedes tener una habitación libre?

Rose abrió la boca para contestar, pero volvió a cerrarla. Después sonrió.

– Puedes quedarte en la casa de Hattie -repitió-. ¿Quién va a encontramos aquí?

Los encontró todo el mundo. En cuanto atravesaron la puerta de las aduanas, Rose desapareció entre un montón de cabezas pelirrojas. Sus hermanos, que estaban ansiosos por verla, la envolvieron en un fuerte abrazo, rodeándola, hasta que Marcus la perdió de vista.

Cuando por fin la liberaron, Rose los miró a todos con afecto. Tres de ellos ya medían más de un metro ochenta, y el cuarto era un muchachito lleno de pecas que prometía ser tan alto como sus hermanos.

– Os he echado mucho de menos a todos -les dijo-. Venid a conocer a Marcus.

El mayor, que acababa de salir de la adolescencia, se tensó al oír esas palabras. Tenía la misma mirada que había tenido Rose cuando vio a Marcus por primera vez: de desafío y vulnerabilidad. El chico dio un paso adelante y estrechó la mano de Marcus con fuerza.

– Soy Daniel. Rose llamó y nos contó lo que has hecho por nosotros. Te estamos muy agradecidos.

Y Marcus, un hombre de mundo, sofisticado, enrojeció ante la muestra de gratitud. La de todos, que lo miraban como si fuera su hada madrina.

– Solamente me he casado con vuestra hermana. No ha sido un sacrificio tan grande.

– Bueno, Rose es una mandona -dijo Daniel-. Y también es muy desordenada y no sabe cocinar.

– ¡Oye!-protestó ella.

– Pero es muy buena con la obstetricia animal -intervino Christopher-. Aunque Daniel estudia veterinaria, no querría contar con nadie más que con ella en un parto complicado.

– Éstos son mis hermanos -dijo Rose débilmente-. Daniel, Christopher, William y Harry. Ya te han hecho una lista de todos mis defectos y virtudes -se agachó un poco y volvió a abrazar a su hermano más pequeño-. ¿Me has echado de menos?

– Sí -Harry parecía algo avergonzado, pero se dejó abrazar e incluso devolvió el abrazo antes de que se lo impidiera su vena masculina-. ¿Podemos irnos ya a casa?

– Lo dices como si no te hubiéramos cuidado bien en la universidad-se quejó Daniel.

– ¿No te descubrieron? -preguntó Rose.

– Todo el mundo sabía que estaba allí -dijo Daniel-. Incluso los profesores, pero nadie dijo nada.

– Chicos, supongo que no tendréis tiempo de volver a la granja, ¿no? -pregustó-Rose, y tres de ellos negaron con la cabeza.

– Estamos a finales del trimestre y hay exámenes -le explicó Daniel-. Pero dentro de tres semanas volveremos para la cosecha. A menos que nos necesites antes -le dirigió a Marcus una rápida mirada y el mensaje que quería expresar quedó claro: «A menos que necesites ayuda con este desconocido que has traído a casa»-. Pero mientras… -miró su reloj-. Tengo clase esta tarde, y también los otros. ¿Podemos dejar al enano contigo?

Rose rodeó los hombros de Harry con un brazo y los otros lo miraron con expresiones que decían que ninguno de ellos pensaba que era un enano. Marcus pensó que aquella familia exudaba cariño, y que era una sensación… cálida. Pero ya se había comprometido demasiado con Rose y no pensaba comprometerse con su familia.

– He dejado la camioneta en el aparcamiento -estaba diciendo Daniel-. Pero no cabréis todos.

– Supongo que Marcus alquilará un coche. No creo que quiera quedarse todo el día metido en la granja, esperando mis órdenes.

– ¿No era para eso este matrimonio? -preguntó William.

– William… -el tono de Rose era de advertencia, pero William estaba sonriendo.

Todos se echaron a reír y Marcus no pudo evitar pensar que eran buenos chicos. Formaban una familia muy agradable. Por supuesto. ¿Como podría ser de otra forma si Rose era…?

No. Tenía que centrarse en las cosas prácticas. Un coche. Miró sus documentos de viaje y sí, allí había lo necesario para alquilar un coche, pero.

– Tal vez este coche tampoco sea lo suficientemente grande. Es un coche deportivo. Ruby sabe lo que me gusta…

– ¿Qué tipo de coche deportivo? -preguntó Harry, liberándose de la mano de su hermana un instante.

– Un Morgan 4/4.

– ¿Un Morgan? -a Harry casi se le salieron los ojos de las órbitas-. Rose, ¿te has casado con un tipo que alquila deportivos Morgan?

– No está mal, ¿eh? -Rose miró a Marcus con ojos brillantes-. Bueno, chicos, ¿y si comemos juntos para ponernos al día? Después nos iremos. Yo llevaré la camioneta y Marcus y Harry pueden seguirme en el… ¿cómo se llama? Él Morgan. Venga, vamos.