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– En eso tienes razón.

– ¿De verdad vas a cocinar salchichas?

– No si puedo evitarlo. ¿Dónde está la nevera?

– Te la enseñaré. Hattie solía ir a la ciudad y comprar cosas interesantes.

– Vamos a echarle un vistazo -le dijo Marcus-. ¿Sabes cocinar?

– ¡No! -contestó Harry, sorprendido.

– Pues estás a punto de aprender.

Rose se dio una ducha después de ordeñar a las vacas. Estaba muy cansada, pero de nuevo se sentía en casa, En casa. Además, las amenazas a su seguridad, su padre y su primo, habían desaparecido.

Marcus lo había hecho por ella. Le había onecido un gran regalo.

Bajó la vista a la alianza dorada que aún llevaba. Marcus había insistido que en los dos la llevaran durante un año.

– Hagamos esto bien-le había dicho.

Él, desde luego, lo estaba haciendo bien. Y ella lo había enviado a casa de Hattie.

«A lo mejor le gusta el rosa», pensó mientras sonreía. Pero por lo menos estaría cómodo. Y alejado de ella. Su vida podría volver a la normalidad.

– ¿Rose? -Harry la estaba buscando y ella sacó la cabeza de la ducha.

– ¿Mmm?

– Marcus y yo hemos preparado la cena. Date prisa, tienes que venir antes de que se enfríe -el muchacho la esperó con impaciencia mientras ella se ponía unos vaqueros limpios y una camiseta-. ¡Vamos, vamos!

Demasiado entusiasmo para comer unas salchichas…

– ¿No te pistaría cenar solo conmigo esta noche? -preguntó ella.

– ¿Estás bromeando? -contestó Harry, sorprendido-. Marcus es genial.

– Sí, pero…

– Ya verás lo que hemos preparado.

Curry.

Rose abrió la puerta trasera de la casa de Hattie y se detuvo, asombrada. ¡Curry! Nunca había olido algo parecido en aquella casa. Harían falta tres botes de ambientador para disimular el olor. Hattie no lo habría permitido nunca.

Entonces Marcus apareció en la puerta y ella dejó de pensar en su tía. Nunca había visto a Marcus así. Desde que lo conoció, siempre había llevado trajes, ropa muy formal. Pero en aquel momento…había cambiado. Se había puesto unos vaqueros desgastados y una camiseta que se le ajustaba al pecho, marcándole los músculos de los brazos. Tenía el pelo alborotado y una mancha naranja en la mejilla. Y llevaba un delantal.

Era uno de los delantales de Hattie, rosa, con un enorme lazo.

Rose lo miró con sorpresa. Se había preparado para una cena formal y educada, para darle la bienvenida a un invitado. Pero los adjetivos formal y educado no tenían cabida en aquello. No pudo aguantar más la risa y explotó en carcajadas.

– ¿Qué? -preguntó él, haciéndose el ofendido-. ¿No te gusta mi delantal?

– Es… -Rose intentó controlarse, pero no pudo. Reía a carcajada limpia-. Es muy bonito. Y el lazo también. Bien… bien hecho chicos -intentó controlarse una vez más-. Umm… ¿Es curry lo que huelo?

– Así es -contestó Marcus-. Harry dijo que le gustaba.

– Pero… ¿tenía la tía Hattie curry en polvo?

– El curry no se hace con curry en polvo -respondió él-. No cocinas mucho, ¿verdad, señora Benson?

Señora Benson… Rose se mordió el labio inferior e intentó ignorar el comentario.

– Cuanto tenía ocho años, tuve a una profesora muy sensata -empezó a explicar ella-. Un día nos llevó a las chicas aparte y nos dijo que si queríamos llegar a ser algo en la vida, nunca teníamos que aprender a escribir a máquina, a coser ni a cocinar. Yo seguí su consejo al pie de la letra.

– Bien hecho -respondió él, divertido-. Así que curry en polvo, ¿eh?

– Entonces, ¿cómo lo has hecho? -quiso saber Rose.

– Tomas los frasquitos de hierbas que Hattie tiene en su colección Delicias de Gonrmet. Yo creo que los compró para decorar más que para usarlos, pero tiene de todo. Cilantro, comino, cúrcuma, cardamomo… Nunca los abrió, así que todo está bueno. Después tomas la pequeña plantita de chili que hay en el porche, y que seguramente está ahí fuera porque no va bien con el rosa. Tomas dos chilis, un trozo de cordero congelado, una lata de tomate frito, algunos limones del árbol que hay fuera y ¡voilá! ¿Tienes hambre?

¿Que si tenía hambre? Rose inspiró el aroma y el estómago empezó a hacerle cosas extraordinarias. Pero no era sólo por el aroma, pensó. Era por aquella situación. Había un hombre en casa de Hattie. ¡Un hombre en su vida!

Pero ya había bastantes hombres en su vida. Tenía cuatro hermanos a los que adoraba, y había tenido que enfrentarse a un padre negligente y a un primo violento. No necesitaba más hombres.

Pero Marcus le estaba sujetando la silla para que se sentara, un gesto que nunca nadie había hecho por ella. Marcus le estaba sonriendo. Nunca nadie le había sonreído…

¿Se estaba volviendo toca? ¡La gente le sonreía todo el tiempo! Pero nadie como Marcus…

Estaba en casa, se dijo, y la vida tenía que volver a la normalidad. ¿Podría?

Rose y Harry se sentaron frente a Marcus y comieron como si nunca lo hubieran hecho antes, saboreando cada bocado.

Para Marcus, cocinar era su placer secreto. Durante los primeros años de su vida se había alimentado de hamburguesas y Coca-Cola. Pero entonces uno de los novios de su madre la había cortejado contratando a un chef por una noche. A Marcus lo habían enviado a la cama mientras los dos tenían un romántico encuentro, pero los aromas que le llegaban lo habían atormentado. Al día siguiente, los ingredientes sobrantes estaban en la cocina. Marcus había investigado y después había tenido una larga charla con la vecina de al lado.

Aquél había sido el comienzo de una habilidad que hasta entonces no había compartido con nadie. Pero compartir era fantástico, pensó. Rose y Harry habían disfrutado comiendo. Había disfrutado de verdad.

– ¿Donde aprendiste a hacer esto? -preguntó ella.

Marcus se lo contó, sintiéndose extraño al hablar de su pasado con una mujer que parecía interesada de verdad. Incluso parecía que le importara.

Pero no, eso no podía ser, se dijo Marcus. La vida de Rose era la granja. Sin embargo, cuando ella se levantó para irse, Marcus sintió una extraña sensación de pérdida.

– Prepararé café -dijo, pero ella negó con la cabeza.

– Tengo que ordeñar por la mañana. A las cinco. Necesito dormir. Y Harry tiene que ir al colegio.

– Pero… -empezó a protestar Harry.

– Son sólo las ocho -dijo Marcus-. Incluso el príncipe del cuento podía disfrutar un poco más.

– Dejaste a Cenicienta en Nueva York -repuso Rose con firmeza.

Capítulo 8

Marcus se quedó en su casita rosa, a solas con sus pensamientos. Ordenó y limpió la cocina y deshizo la maleta, colgando su ropa en perchas rosas.

Encendió su portátil. Eran las nueve de la noche, lo que significaba que en Nueva York eran las cinco de la mañana. Tenía que haber alguien conectado.

Había esperado un montón de correspondencia de Ruby, pero no había nada. ¿Dónde estaba todo el mundo? Le echó una mirada al móvil. Podría llamar. Había muchos asuntos que discutir. Despertaría a todo el mundo…

Pero trabajaban para él, tendrían que aguantarse…

– Tómate unas vacaciones -le había dicho Ruby-. Lo digo en serio, Marcus. Tómate dos semanas sin nada de trabajo. No quiero saber nada de ti. A ver si eres capaz de hacerlo.

Ruby lo había planteado como un desafío y él había reaccionado como si fuera estúpida. Pero al mirar el móvil y el portátil supo que no lo era. Lo conocía mejor que él mismo.

«Esta noche ha estado bien», pensó. «De hecho, ha estado genial». No sólo había enseñado a un chico de doce años a preparar curry, sino que había visto cómo disfrutaba. Y había visto cómo Rose disfrutaba al ver el placer de Harry.

Había hecho feliz a Rose y se sentía bien por eso. Pero, ¿en qué estaba pensando? Aquella situación era sólo por dos semanas. «Dos semanas, Benson, y después te vas».