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– ¿Para comer cereales?

– Cereales o cualquier otra cosa que haya decidido tu imaginación.

Marcus hizo tortitas en la casa de Rose. Se sentía raro. Podía verla a través de la ventana mientras cocinaba, y la siguió con la mirada mientras terminaba de ordeñar y se metía en una caseta que hacía de lavabo para asearse un poco.

La cocina de Rose, a diferencia de la de Hattie, era acogedora. Estaba claro que era allí donde Rose y los chicos pasaban más tiempo. Era una gran sala, con una antigua estufa de leña, una mesa enorme y ventanales desde los que se veía la playa.

– Tortitas y café -dijo Rose desde la puerta-. Sabía que había una razón por la que me casé contigo.

– Me gustaría que dejaras de referirte a nuestro matrimonio como una especie de juego -contestó él-. No es así.

– Pero tampoco es real.

– Durante dos semanas tiene que ser real.

– Cuando pienso en ello superficialmente, todo está bien. Pero si lo analizo con detalle… ¿cómo demonios pudo ocurrir?

– Fantasía -dijo Marcus-. A todo el mundo le gustan los cuentos. El desayuno ya está listo. Siéntate.

Rose se sentó a la mesa y comió con avidez. Pero de repente apartó el plato y miró a Marcus, preocupada.

– Siento no haberte dejado ayudar con las vacas.

– No pasa nada.

– Sí que pasa. Te debo mucho. Debí haberte dejado hacer lo que querías.

– Pero no me dejaste dormir en tu lado del porche -dijo Marcus, sin darse cuenta de que aquellas palabras estaban saliendo de su boca.

– ¿Quieres hacerlo?

¿Quería hacerlo? Pero mientras la miraba, supo que sólo había una respuesta.

– No, Rose. No quiero aprovecharme de ti. Ha sido una tontería decirlo. Lo siento.

– Estarías en tu derecho.

– Si piensas que casarme contigo me da automáticamente ese derecho, es que no has conocido a hombres muy agradables -se miraron en silencio durante unos segundos y Marcus dijo finalmente-: Cuéntame qué quieres hacer ahora.

– ¿Quieres decir… con mi vida?

– Me refería más bien a qué vas a hacer esta mañana.

– Ah. ¿Quieres decir… como comprar? La verdad es que estaría bien ir por algo de comida.

– Soy muy bueno haciendo la compra.

– ¿Quieres bajar a la ciudad y empujar un carrito de supermercado? Por aquí no hay latas de caviar.

– Rose, déjalo ya.

– Está bien, lo siento. Pero estoy segura de que no quieres venir.

– Si que quiero. Me niego a estar encerrado dos semanas en casa de Hattie mientras el resto del mundo decide que nuestro matrimonio es válido, voy contigo.

– Pero la gente pensará…

– ¿Qué? ¿Que estamos casados? Eso es lo que se supone que tienen que pensar. Mira, Rose, acepto que tengamos que dormir en zonas distintas del porche, pero que cada uno lleve un carrito diferente en el supermercado me parece demasiada independencia.

– Creía que eras de los que piensan que nunca se tiene suficiente independencia.

Sí, él también lo creía. Miró a Rose mientras desaparecía en el interior de la casa para buscar unos zapatos y se preguntó que había pasado con aquel ideal.

Fue un día muy satisfactorio, la clase de día que Marcus nunca había tenido.

Primero fueron al supermercado. Él había esperado que Rose se mostrara tímida, pero lo presentó a todos sus conocidos con soltura.

– Tienen que saber que estás aquí -le dijo ella-. Charles conoce a mucha gente de aquí y estoy segura de que se pondrá en contacto con ellos para comprobar que estás conmigo. No te importa, ¿verdad?

– No, yo…

– Después de todo, no tendrás que ver a esta gente después de dos semanas. ¿Cuántas latas queremos de espaguetis?

– Ninguna. ¿Quieres comprarlos enlatados cuando los podemos hacer en casa? Si no quieres convertirte en una divorciada mañana en vez de dentro de dos semanas, deja las latas en su sitio.

La gente los miraba y murmuraba. La noticia estaba corriendo como la pólvora.

– El ambiente no parece muy amigable -comentó Marcus mientras seguían con la lista de la compra.

– Mi padre mintió y engañó a mucha gente, y luego mi primo hizo lo mismo. A todos los de la familia nos ven como unos parias.

– Pero tú pagas tus deudas, ¿no? -preguntó Marcus.

– No tengo deudas. Pago en metálico o no me llevo nada. Siempre ha sido así ¿Judías con tomate?

– No. Ni tampoco queso envasado. ¿Es que no tienes alma?

– Como para vivir-contestó ella con orgullo. -Tiene que ser la diferencia de culturas -dijo Marcus, empezando a sentirse desesperado.

Pero según avanzaba el día, más fascinado se sentía. Rose lo llevó a ver las vallas porque, según le explicó ella, había que comprobar una vez a la semana que los animales no las rompieran. Después encontraron a una vaca atrapada entre un seto y un pequeño barranco formado por la erosión. La liberaron y vieron cómo volvía con la manada,

Luego se sentaron frente al mar a comer unos sándwiches que Rose había preparado. Divisaron la aleta de un delfín, que jugaba entre las olas, y Marcus supo en ese momento por qué Charles había luchado tanto para mantener sus derechos sobre aquel lugar.

Sería un fabuloso complejo de vacaciones. Pero como granja era aún mejor.

– ¿La playa es segura para nadar? -preguntó él.

– Claro.

– ¿Podemos nadar?

– No. Tengo que ordeñar.

– ¿Cómo? ¿Ya?

– Harry llegará en cualquier momento. Ve a nadar con él-dijo Rose.

– ¿No te ayuda nadie a ordeñar?

– Me gusta hacerlo. No necesito ayuda.

– Ahora me tienes a mí. Necesitas…

– Sólo necesito un marido para que me dé su apellido, ya lo sabes. Gracias por este día tan estupendo -dijo mientras se levantaba. Quédate aquí y descansa.

– Rose, quiero ir contigo. Seguro que te duele el tobillo.

– Estoy bien. Y ya te lo dije: asustarías a las vacas. Hazle compañía a Harry.

Pero Harry no quería compañía. Tenía deberes.

– Tengo que hacer un trabajo sobre volcanes.

– ¿Necesitas ayuda?

– No. Gracias de todas formas, pero estoy acostumbrado a hacerlo solo.

Así que Marcus se volvió a la playa. Por lo menos allí encontraba placer. El agua estaba estupenda, y nadó con la fuerza de un campeón de natación. No en vano tenía un apartamento que le daba derecho a usar una piscina climatizada. Pero nadó solo.

De repente se sintió muy intranquilo. ¿Qué estaba haciendo? Nada. Absolutamente nada. Nadie lo necesitaba.

Debería estar contento. Tenía por delante dos semanas de vacaciones y nada que hacer. Eso le hacía sentir… no sabía cómo. Nunca había deseado que lo necesitaran… sobre todo alguien que no lo quería.

Mientras ordeñaba las vacas, Rose no hacía más que mirarlo. Marcus parecía tener una perfecta forma física y, nadando en la playa, no tenía nada que ver con el ejecutivo del que se había enamorado cinco días atrás.

¿Enamorado? ¿Se había enamorado de Marcus Benson? Por supuesto que sí.

– Y como una idiota -se dijo-, ¿Cómo he podido enamorarme de Marcus Benson? -preguntó mientras las vacas la miraban-. ¿Cómo he podido hacerlo?

Pero lo había hecho. Se dio la vuelta y volvió a mirar el mar. Marcus seguía nadando con vigor, dando fuertes brazadas.

– No tenemos nada en común -les dijo a las vacas-. Él es como el gran príncipe Marcus, siempre rescatando a damiselas en apuros. Así no puede haber una relación de igualdad, no quiero que me rescaten durante el resto de mi vida.

«Sí que quieres», pensó inconscientemente.

– Si insisto, se vendría a mi lado del porche.

«No tendrías que insistir. Sabes muy bien lo que sientes cuando te toca. Y él también lo siente».