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– ¿Estás sugiriendo que lo seduzca? -preguntó, continuando con aquella conversación con ella misma,

«Estás casada con él. No sería ilegal».

– ¿Estás loca? Dentro de dos semanas se irá y…

«Te romperá el corazón».

El corazón y la cabeza se pusieron de acuerdo en aquel punto.

– Me he enamorado de él, pero no quiero al caballero de brillante armadura. Quiero al hombre que hace reír a Harry, al hombre que se preocupa por Ruby, al hombre que hace que mi corazón dé un vuelco…

«Sigue portándote como hasta ahora. Mantén las distancias. Y, sobre todo, mantén tu corazón intacto», pensó.

– Pero hace cinco días que mi corazón ya no está intacto.

Rose terminó de ordeñar y se encontró en la casa con Harry, que estaba metiendo unas salchichas en una cesta de picnic.

– Hoy toca noche en la playa -dijo el muchacho.

Noche en la playa. Era una costumbre que habían mantenido durante años. En noches cálidas como aquélla encendían un fuego y cenaban en la playa. Nadaban, comían y regresaban a casa al anochecer.

Era una gran idea, pero… ¿era tan buena cuando Marcus estaba con ellos?

– Él todavía está allí -dijo Harry-. Se ha ido a correr, así que seguro que nos da tiempo a encender el fuego antes de que vuelva.

– Yo pensaba… ¿no quería cocinar? Compró un montón de cosas esta mañana.

– Hoy nos toca cocinar a nosotros, y haremos unas salchichas fabulosas -contestó Harry-. Llévate el bañador. Y date prisa.

Cuando Marcus regresó de correr ya habían encendido el fuego, e incluso había un techo de brasas. Las salchichas se estaban haciendo en la sartén. Marcus había visto el humo en la distancia y supo que lo estaban esperando.

– Estamos haciendo una barbacoa. Ven y pruébala -lo invitó Harry.

Rose levantó la vista de las salchichas. Llevaba un bañador y una camiseta por encima. Sonrió a Marcus y éste sintió que se ruborizaba.

– ¿Eres lo suficientemente valiente como para probar mis salchichas?

– ¿No me voy a envenenar? -preguntó él, y la sonrisa de Rose se amplió.

– No cocino tan mal.

– Sí que cocina mal -dijo Harry alegremente-. ¿Cuántas salchichas, Marc? ¿Tres o cuatro?

– Seis -Marcus se sentó junto al fuego. No solía comer salchichas, pero tenían un aspecto estupendo. Además, había estado fuera todo el día y tenía hambre.

– Si tienes hambre te comerás cualquier cosa -dijo Rose, como si le leyera el pensamiento-. Las clases de cocina son una pérdida de tiempo.

– ¿Y los cocineros también son una pérdida de tiempo?

– Estoy segura de que lo único que te importa a ti es tu negocio.

Rose era capaz de bromear con él y de hacerle sentir bien. Demonios, le hacía sentir como si quisiera salvarla, como si siempre hubiera estado ahí, iluminando su vida.

Qué pensamiento tan estúpido. Hizo un esfuerzo por que sus sentidos volvieran a la realidad.

– ¿Habéis traído ketchup? -preguntó.

– ¿Ketchup? -repitió Harry, sorprendido.

– Se refiere a la salsa -le explicó Rose-. Habla en americano.

– Pues deberías aprender australiano -dijo Harry.

– Sí, tengo muchas cosas que aprender.

– Ya lo creo -afirmó el muchacho-. Y vas a tener que darte prisa para aprenderlo todo en dos semanas.

Cenaron salchichas y pastel de chocolate y después Rose se fue a dar un baño. Harry volvió a la casa para terminar sus volcanes. Tal vez Marcus debería haberse ido también pero, ¿cómo podía dejar que Rose nadara sola?

En realidad lo que quería era meterse con ella en el agua, pero algo lo detuvo. Sentía que, de alguna manera, nacerlo era como dar un paso hacia su lado del porche.

Rose no nadaba como él. Estaba cansada. Llevaba levantada desde las cinco de la mañana y el tobillo le debía de doler. Simplemente flotaba en el agua, dejándose mecer.

Ahí estaba la diferencia, pensó él. Todo lo que Rose quería era la granja y un futuro para sus hermanos. No necesitaba nada más, y así era feliz. No aceptaría lo que él le podía ofrecer, pensó Marcus, y el pensamiento lo sacudió. ¿Se estaba ofreciendo él?

Era encantadora y le hacía sonreír. Si pudiera llevarla con él a Estados Unidos… También podrían llevarse a Harry, y contratar a un capataz que cuidara la granja en su ausencia…

Pero, ¿qué demonios estaba pensando? Aquello no tenía sentido. Él solía ser una persona solitaria, ¿qué había cambiado? Rose. Ella lo había cambiado.

Rose salió del mar y caminó por la orilla hacia él, sonriendo y sacudiéndose el agua del cabello. Los perros se habían acercado a ella y jugaban a su alrededor. Marcus volvió a sentarse en la arena y la observó secarse el pelo con una toalla, sonriéndole…

– Estás preciosa -dijo suavemente, y sus palabras se quedaron prendidas en la noche, como la promesa de algo que aún habría de venir.

Ella dejó de secarse el cabello y lo miró. Marcus habría esperado verla reír, o protestar, pero en lugar de ello volvió a sonreír.

– Tú tampoco estás mal.

– Vaya, gracias -se levantó y tomó la toalla de manos de Rose-. Deja que yo lo haga.

Ella dio un paso atrás, sin soltar la toalla.

– No quieres hacerlo.

– ¿Secarte el pelo? Claro que sí.

– Yo sé lo que digo -ya no sonreía-. El aspecto personal no va a funcionar.

– ¿Por qué no?

– Ninguno de tos dos está en situación de llevarlo más lejos.

– Tenemos dos semanas… -dijo Marcus.

– Mantente en tu lado del porche, Marcus. O tal vez sea mejor que vuelvas a casa de Hattie.

– ¡No! Cualquier cosa menos eso. No quiero volver a estar rodeado de cosas rosas.

– Entonces no me toques -dijo ella.

– ¿Por qué no quieres que te toque?

– ¿Quién ha dicho que no quiero que me toques?

– Yo supuse… -empezó a decir Marcus.

– Tú siempre lo supones todo. Tuve que aceptar tu oferta de casarte conmigo para salvar la granja, pero no por eso tengo que verte como alguien maravilloso para el resto de mi vida. Y tú tampoco quieres que lo haga. No quieres estar en un pedestal, pero cuando bajas…-Rose inspiró profundamente-. Cuando bajas de tu pedestal te veo sólo como la persona, como Marcus. Marc. Alguien que se siente incluso más solo que yo, que es encantador y generoso, que sonríe y hace que se me encoja el estómago y… Marcus, no. No he querido decir…

Rose lo miraba con sus luminosos ojos verdes, intentando contarle la verdad, y el habría sido inhumano si no hubiera reaccionado. Le tomó las manos y se miraron intensamente.

Después no supo quién se acercó antes al otro, pero no importaba. Lo importante fue que unieron sus labios mientras el cuerpo húmedo de Rose se amoldaba al suyo, suave y cálido. Cielo santo. Los pechos de Rose presionaban su torso y los labios femeninos sabían a mar, a sal, a calidez, a deseo y…

Rose. La palabra no salió de sus labios, pero sintió como si la hubiera gritado. ¡Rose! Y era suya. ¡Suya! Marcus deslizó las manos por su espalda, apretándola aún más contra él, amándola, deseándola.

Amándola. El mundo se detuvo en aquel preciso momento, y fue como si su corazón también se hubiera parado, para después volver a latir con ánimos renovados y convertir a Marcus en una persona diferente. Alguien que sentía la sorpresa y la alegría.

Nunca hubiera imaginado que podría sentir todo aquello. Había tenido una infancia estéril, había sufrido en el ejército y en el Golfo. Se había convencido de que no podía acercarse a nadie, porque todos desaparecían. En su trabajo sólo le había importado hacer dinero.

Pero en aquel momento estaba implicado. Hasta el corazón. Y con su mujer.

Profundizaron el beso. Rose se estaba rindiendo a él, abriendo los labios y ofreciéndole su boca. Cielo santo, la deseaba.

El beso parecía no tener fin. Rose se estaba entregando al momento, a las sensaciones, pero aquello tenía que terminar. Marcus se apartó ligeramente y la miró a la cara. Ella lo observó algo confusa, pero sonriendo.