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– Parece… Rose, parece que eres mi mujer de verdad.

La sonrisa de Rose se esfumó.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Hicimos unos votos y se están haciendo realidad.

– ¿Amarnos y respetarnos hasta que la muerte nos separe? ¿En la salud y en la enfermedad? No lo creo, Marcus.

– Tal vez no -contestó en voz baja.

Era preciosa, pensó. La mujer más deseable que había conocido en su vida…Pero él era un solitario, igual que Rose.

– No -dijo ella, y él se sorprendió.

– ¿No?

– Sé lo que estás a punto de sugerir, y mi respuesta es no.

– ¿Estás negando que me deseas?

– Por supuesto que te deseo -dijo ella-. Puedes sentirlo, igual que yo puedo sentir que me deseas. Pero no es suficiente.

– ¿Por qué no?

– Porque lo quiero todo. O todo o nada.

– ¿Qué demonios quieres decir?

– Me he enamorado de ti, Marcus -él la miró estupefacto-. He sido una estúpida. He deseado hacer realidad el cuento de hadas. Pero ahora debemos ir a casa -agarró la cesta del picnic, rompiendo el contacto visual-. Lo siento. Nunca debería haberte besado. Nunca debería haberte dejado que…

– Los dos lo queríamos. Y puede funcionar, Rose. Yo nunca había soñado con… Pero tú, lo que siento por ti…Estoy preparado para intentarlo -quiso tomarle las manos, pero ella dio un paso atrás-. Escucha, Rose, podemos hacerlo. Puedes quedarte en la granja mientras Harry te necesite, pero la reformaré para hacerla más agradable. Y puedes visitarme en Nueva York cuando yo tenga tiempo libre…

– Y tú… ¿cuándo vendrías?

– Mi trabajo está en Nueva York, pero vendría siempre que pudiera.

– Vaya, qué romántico.

– Has dicho que me quieres -dijo él.

– Sí, pero no quiero esto.

– Funcionará.

– Vete.

– Rose…

– Vete. Puedo echar a los perros contra ti.

Esas palabras despertaron el enfado de Marcus. ¿A qué estaba jugando aquella mujer?

– Rose, si me voy, si vuelvo a Estados Unidos mañana, estás perdida.

– ¿Me estás diciendo que vas a terminar con esto porque no quiero dormir contigo? ¿Que vas a dejar que Charles se quede con la granja porque no accedo a tus planes?

– Por supuesto que no. No te estoy haciendo chantaje.

Ella lo miró por unos momentos, fríamente.

– Muy bien. Será mejor que no te acerques a mi porche esta noche. Hasta mañana.

– Pero…

– Buenas noches.

Capítulo 10

A aquella conversación siguieron cinco días llenos de tensión. -¿Ya no os gustáis? -preguntó Harry.

– Claro que nos gustamos -le dijo Marcus. Estaba cocinando un guiso de ternera con vino tinto y champiñones del que luego Harry le llevaría un plato a Rose.

Ella se había negado a seguir comiendo con él, y había preferido dedicarse al trabajo. Marcus le había pedido que fuera su mujer y ella lo había rechazado. Para él, era imposible amar a una mujer. Era imposible amar a nadie.

Pero se estaba encariñando con Harry más de lo que quería reconocer. Mientras Rose les dedicaba su tiempo a las vacas, Harry llevaba los deberes a la casa rosa cada tarde, y charlaba mientras Marcus cocinaba o trabajaba con su portátil. Era un muchacho curioso, agradable y lleno de entusiasmo, y Marcus sabía que cuando terminaran las dos semanas no iba a echar de menos sólo a Rose.

– Soy un tipo solitario -le dijo a Harry mientras picaban cebollas-. Y Rose también. Por eso quiere cenar sola. Además, somos muy diferentes. Mi vida está en Nueva York y la de ella, aquí. Si nos… encariñamos…

– ¿Estás diciendo que si cenáis juntos podéis enamoraros?

– ¡No!

– Creo que sí-Harry era un muchacho inteligente y muy intuitivo. Sonrió ampliamente-. Eso sena genial. Podrías estar aquí todo el tiempo y podrías llevarme al colegio en el Morgan. Puedes trabajar desde aquí con el ordenador y por teléfono.

– Pero hay otras cosas. Harry, no tienes ni idea de toda lo que exige mi vida.

– Estoy seguro de que la vida aquí es mejor.

– Tengo un Porsche en Nueva York -dijo Marcus, intentando poner las cosas de modo que Harry pudiera comprenderlas.

– Pero el Morgan está aquí. Y nosotros tenemos un tractor genial. ¿O es que quieres que Rose vaya contigo a Nueva York y que conduzca el Porsche?

– Rose se va a quedar aquí y yo voy a volver a Nueva York. Ella se quedará con su tractor y yo con mi Porsche.

– Sí, pero ella tiene muchas más cosas. Tiene a las vacas y a los perros. Tiene la casa y me tiene a mí. Vas a tener que ofrecer algo mejor que un Porsche para competir con nosotros.

– No quiero competir -afirmó Marcus.

– Rose también dice que no se va a enamorar de ti. Yo creo que los dos estáis locos.

Rose se quedó con las vacas mucho más tiempo del necesario. Pronto se iría a casa y comería sola un plato de algo delicioso hecho por Marcus. Harry pensaba que era una tonta. Y tenía razón.

Pero no. Lo que estaba ocurriendo era peligroso. ¿Y cómo no podría haberse enamorado? El la había salvado, la había vestido como una princesa y le ofrecía… su mundo. ¿Debería contentarse con unas migajas? Claro que no, pero eso era lo que Marcus le estaba ofreciendo. Porque no le ofrecía su corazón.

Pero aquella noche podría dormir en sus brazos… Sí, claro, cuando a él le convenía Y el resto del tiempo dormiría allí sola, en una gran casa construida con su dinero, o en aquel frío apartamento de Nueva York.

– Esto es una estupidez -le dijo a Ted cuando la cabeza del animal le rozó la mano-. Marcus está jugando a cuentos de hadas, pero uno de los dos tiene que ser sensato.

«Pero no quiero ser sensata. Quiero ir allí y cenar con ellos, reírme con Marcus y después volver con él hasta el porche y…»

– Ya basta -se dijo.

Le dio una palmadita al perro y se dirigió a la casa. Cenaría y se iría a la cama. Sola.

Era media mañana cuando llegaron. Rose estaba en el prado, limpiando un canal de agua, cuando vio que el coche entraba en el camino que conducía a la casa. Marcus estaba dentro, seguramente absorto en alguna vídeo conferencia. Tal vez debería volver e interceptar el coche antes de que interrumpieran a Marcus, pensó.

Pero no. Sería mejor mantenerse alejada de él, igual que Marcus estaba haciendo con ella, desde la noche en la playa.

Rose bajó la vista hacia su ropa; estaba llena de barro del canal. Se limpió la cara con el dorso de la mano y deseó no haberlo hecho.

¿Y quiénes eran los visitantes?

«Que no sea nadie importante, por favor».

Marcus miraba la pantalla de su ordenador sin ver nada realmente. Se distraía mirando por la ventana viendo cómo Rose trabajaba fuera, seguramente haciendo algún duro trabajo.

– ¿Está ahí, señor Benson?

Aún mantenía la vídeo conferencia y debería estar concentrado en ella. Pero Rose…Allí estaba, en el prado. Podía verla llena de barro…

– Estoy aquí -dijo esforzándose por fijar la mirada en la pantalla.

Entonces oyó el motor de un coche. Genial. Tendría que ocuparse él; Rose estaba demasiado lejos para recibir a los visitantes.

– Tengo que dejarlos, caballeros -le dijo a la pantalla, sin preocuparle que los problemas que estaban discutiendo aún no habían sido resueltos.

Tenía sus propios problemas, y éstos no tenían nada que ver con Nueva York. O tal vez sí. Salió al exterior mientras el coche aparcaba frente a la casa y se quedó atónito al ver salir a Darrell. Darrell lo saludó con la mano y después abrió la puerta del copiloto.

Ruby.

– Era demasiado complicado hacerlo desde Nueva York.

Estaban los cuatro sentados en el porche de Rose. Ésta había sacado limonada y se comportaba como la perfecta anfitriona. Se había quitado las botas de goma y Marcus podía ver el agujero de uno de sus calcetines. Un dedo asomaba por él. Si alguien le hubiera dicho que encontraría erótico el dedo del pie de una mujer, se habría echado a reír.