– ¿Planos? -preguntó ella.
– Sí. Mira, aquí está tu porche. Aunque en los planos se ha convertido en el dormitorio principal, aún sigue siendo un porche.
– Marcus… Te dije que no quería una mansión.
– Déjalo ya, Rose. Hay mucha diferencia entre tu porche y lo que el resto del mundo llama una mansión. Y creo que no pasaría nada si le añadiéramos alguna extravagancia. Como… una ducha caliente. Tu porche permanecería casi intacto. La cocina también, porque sé que te encanta, y a mí también. Sólo habría que reformarla un poco. Añadiríamos un gran comedor, para cuando los chicos vengan a casa, un lugar donde puedan recibir a sus amigos. Y una habitación para cada uno. Y dos baños. Sé que te parece mucho, pero sigue sin parecerse a una mansión.
– Marcus…
– Y esto de aquí es el despacho -dijo él con cierta ansiedad-. He pensado que ya que Ruby está allí, podría usar tu casa como base, delegando la mayor parte de las responsabilidades en gente de aquí. Ruby y yo podríamos trabajar con el teléfono, el fax e Internet. Probablemente necesitaría venir a Nueva York… un par de veces al año. Y te prometo no viajar en primera clase. ¿Qué opinas?
– ¿Viajarías en clase turista por mí?
– Haría cualquier cosa por ti.
– Marcus, yo me quedaría en tu apartamento de mármol negro si tú estuvieras allí.
– ¿De verdad?
– De verdad.
– ¿Te pondrás mi anillo?
Rose miró la cajita de terciopelo. Sacó el anillo y se lo puso.
– Oh, Marcus. Es precioso. Yo también debería haberte traído algo.
– Tú eres suficiente.
– ¿Te pondrás las botas de goma por mí? -preguntó Rose con voz temblorosa.
Marcus se quitó rápidamente los zapatos y se puso las botas.
– Solamente veo un problema en todo esto -dijo él-. Estoy un poco preocupado por este cuento de hadas en el que nos hemos metido. Mis pies ya se han transformado. Si me besas, ¿me convertiré en una rana?
– Vamos a comprobarlo -susurró ella-. Y vamos a comprobarlo bien. Y si te conviertes en una rana… prometo seguir queriéndote. Soy tuya para siempre.
Marion Lennox