– Entonces, si Ruby amenazara con irse.
– Movería cielo y tierra para conseguir que se quedara -admitió Marcus-. Como te he dicho, soy un hombre de negocios.
– Sólo tengo una contusión en el tobillo. No es grave -dijo Rose.
– Tu tobillo se está hinchando por momentos -contestó Marcus.
– Lo he pasado peor y he podido vivir sin un médico. El tiempo es demasiado valioso como para desperdiciarlo en la sala de espera de un médico.
– No tendrás que esperar. Pásame las manos por el cuello y yo te llevaré en brazos.
– ¿Que me vas a llevar? ¿Estás loco? Yo tendré un esguince en el tobillo, pero tú te quedarás lisiado de por vida.
– Puedo llevarte.
– Nadie me lleva en brazos. Nunca -Rose se apoyó en la barandilla de la escalera e intentó dar un paso.
Dolía. Y mucho.
– Rose…
– No.
– Sí -contestó Marcus y, aunque no había hecho nada parecido en su vida, se acerco y la tomó en brazos. No pesaba nada-. ¿Comes alguna vez?
– ¿Comer? ¿Estás bromeando? Claro que sí. Excepto cuando algún hombre de negocios me tira la comida por las escaleras. Bájame.
– No.
Tal vez no estuviera tan delgada, decidió Marcus, apretándola con más fuerza. Tal vez tuviera curvas… justo donde debía tenerlas. Y además, olía estupendamente. Tenerla en sus brazos lo hacía sentirse… bien.
Qué estupidez. Era una tontería, pero no podía evitarlo.
– ¿Vamos a usar el ascensor? -preguntó ella.
– No. Bajaremos por las escaleras.
– Nos caeremos.
– No nos caeremos -le aseguró Marcus-. No dejaré que te caigas.
– Nadie me había llevado antes en brazos -dijo Rose y, para sorpresa de Marcus, dejó de parecer indignada y se relajó-. Muy bien, de acuerdo. Puede que incluso esto me gaste.
– Puede.
– Además, de todas formas vamos a emergencias, por si te da un infarto con el esfuerzo.
– Exacto -contestó Marcus débilmente, y la apretó un poco más contra su cuerpo-. Exacto.
Ella le tenía intrigado, y la reacción que tuvo al ver su coche también lo intrigó. Robert, el chófer, estaba esperando en la calle. Seguramente lo habría avisado Ruby, porque no mostró ninguna emoción al ver llegar a Marcus con Rose en brazos. Cuando llegaron al coche, la puerta trasera ya estaba abierta.
Sin embargo, Rose no parecía dispuesta a subirse a una limusina negra con cristales tintados.
– Oye, no voy a meterme ahí dentro.
– Pareces una pueblerina -le dijo Marcus.
– Sí, y tú pareces… un mañoso. Chóferes, limusinas, cristales tintados… ¡por el amor de Dios!
– Tienen que estar tintados. Trabajo en este coche.
– Muy bien -ella dudó, pero quitó los brazos de alrededor del cuello de Marcus. Al hacerlo, sintió una extraña sensación de pérdida. Se había agarrado a él por seguridad, pero se había sentido… bien-. Nadie puede ver el interior. ¿Y quién me dice que si me meto en este coche no voy a acabar muerta?
– Robert, ayúdame a meterla en el coche… a la fuerza, si es necesario -le dijo Marcus al chófer-. Y abre las malditas ventanillas. La mafia… ¡Dios santo!
Allí estaban, en una clínica que ofrecía un servicio personalizado al que sólo podían acceder los ricachones de Nueva York. Rose estaba totalmente sorprendida.
– ¿Vienes aquí y alguien te ve? ¿Sin más? -estaban esperando para entrar a rayos X, sentados en lujosos sillones de cuero.
– Claro.
– No hay nada claro en esto -respondió ella-. Si hubiera tenido esto cuando Hattie… -Rose tomó aire-. ¿Charles Higgins podría permitirse todo esto?
– Teniendo en cuenta el alquiler que paga, yo diría que sí.
– Lo mataré -murmuró, recostándose en el sillón y mirando su pierna vendada.
– Tienes suerte. El tobillo no está roto, pero tienes una buena contusión -le había dicho uno de los médicos-. Espera un poco, las enfermeras te darán unas muletas.
Todavía enfadada y con Marcus sin decir palabra a su lado, Rose se dirigió a recepción. Y se enfureció aún más cuando él pagó.
– Yo puedo pagar.
– Sí -contestó Marcus con amabilidad-, pero fue culpa mía. Deja que pague.
– Dinero -susurró ella-. La solución para todo. Mientras puedas exprimir al mundo entero para conseguir más.
Aún quedaba el asunto de la ropa, así que con Rose cómodamente sentada en la limusina, Marcus le pidió a Robert que los llevara a la Quinta Avenida.
– Sólo necesito asearme un poco y estaré bien -le dijo ella, pero Marcus negó con la cabeza.
– No. Charles nunca te dejaría entrar en su despacho con esa pinta.
– Pero…
– Pero nada. Es ridículo volver allí y esperar una cita que no vas a conseguir. Deja que te ayude -pero Marcus no podía creer que estuviera haciendo aquello. ¿Se había vuelto loco?
El nunca se involucraba en nada, y sin embargo se estaba ofreciendo a todas aquellas cosas. Pero Rose no esperaba nada de él. Podía irse en ese mismo momento y no habría consecuencias. Nunca volvería a saber nada de aquella mujer.
Pero no podía hacerlo. Miró a Rose y descubrió desafío en su rostro. Pero también había desesperación. De ninguna manera podía dejarla.
Deseaba ayudarla, pasara lo que pasase. Por pernera vez en muchísimos años Marcus Benson quería involucrarse.
Capítulo 2
Marcus pensaba que conocía a las mujeres, pero estaba equivocado. La tienda a la que llevó a Rose también fue una equivocación.
Una mujer con la que había salido una vez le había dicho que la tienda tenía una ropa formal fabulosa, pero Rose no hacía mas que miar a su alrededor con sospecha. Las empleabas reaccionaron dé la misma manera: sonrieron a Marcus y fueron cautelosas y fríamente amables con la vagabunda que iba con él.
– ¿Pueden buscarle a Rose algo de ropa formal? -preguntó a una de las dependientas, mientras Rose le lanzaba una mirada molesta.
– Esto me hace sentir como una Barbie. «Hoy vamos a vestida para ir a la oficina».
– ¿No quieres que te ayude? -preguntó Marcus,
– No.
– Rose.
– De acuerdo -mientras la empleada iba en busca de algo apropiado, le lanzó una mirada en la que había una disculpa, aunque el desafío aun estaba presente-. Vale. Estás siendo muy amable y yo me estoy comportando como una estúpida. Pero esto me parece… incorrecto.
– Esto es lo más sensato. Simplemente, hazlo. -Pruébese esto -dijo la dependiente, dirigiéndole una brillante sonrisa a Marcus. La mujer puso el traje contra en cuerpo de Rose, aunque esperaba que fuera él quien decidiera.
Sin embargo, él no tuvo oportunidad de decidir, porque Rose levantó la etiqueta del precio y dejó escapar un pequeño grito. Apartó el traje y miré a Marcus como si se hubiera vuelto loco.
– ¿Es que has perdido la cabeza? -le espetó.
– ¿Qué quieres decir?
– Mira el precio. No puedo permitirme comprar esto.
– Pago yo, ya te lo dije. Yo eché a perder tu ropa. -Sí, me echaste el batido encima de una camiseta de cinco dólares y ahora estás intentando reemplazarla con esto que cuesta tres mil. ¡Tres mil dólares! Mira, esto se nos está yendo de las manos. Ya has hecho suficiente y yo no puedo quedarme más -dijo mientras se dirigía a la puerta.
– No conseguirás ver a Charles -la previno Marcus. La lucha interna que Rose estaba teniendo se reflejaba en su rastro, y él también pudo sentirla. Pero Marcus se había estado divirtiendo. No había sido tan malo hacer de benefactor millonario de una pobre chica. Peto se suponía que la chica tenía que estar agradecida y sonreír dulcemente.
Rose seguía avanzando hacia la puerta, manejando con dificultad las muletas. Empezaba a parecer desesperada.
– Tengo que tratar con Charles yo sola -murmuró.
– Estabas de acuerdo en hacer esto.
– Fui una estúpida. Debí de golpearme la cabeza con las escaleta. Y ahora estoy en una tienda elegantísima con un tipo que tiene más dinero del que nunca podré imaginar… y que me está ofreciendo gastarse en un traje la cantidad de dinero con laque yo podría alimentar a mi familia durante un año.