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– Deduzco que la granja se puede vender por un precio elevado -dijo Marcus suavemente.

– ¿Qué? Ah, sí. Ya oíste lo que dijo.

– Entonces quedarás en una posición acomodada.

– No, no será así.

– ¿Tienes alguna aptitud profesional? -preguntó él-. ¿Una carrera?

– Sí. Soy granjera.

– ¿Y no puedes conseguir trabajo en algún sitio? ¿En alguna granja?

– ¿Estás bromeando? ¿Con cuatro niños? ¿Quién me contrataría? -dijo Rose.

– ¿Cuatro niños? -preguntó Manáis con cautela, y ella se encogió de hombros, como si no fuera asunto suyo. En realidad, no lo era. O no debería serlo.

– Mira, ya te dije que lo siento -ella inspiró profundamente-. Pero ya es suficiente. Has sido muy amable conmigo, mucho más de lo que podría haber esperado. Gracias a ti he podido ver a Charles y pedirle lo que necesitaba pedirle. Sabía que sería inútil, pero tenia que intentarla Por los chicos. Ahora tengo que pensar en enterrar a la tía Hattie con todo el amor del que sea capaz y después volveré a Australia. Fin de la historia.

– ¿Tienes cuatro hijos? -tal vez no fuera de su incumbencia, pero tenía que saberlo. ¿Cuántos años tendría Rose? ¿Veinticinco? ¿Veintiséis?

Cuatro hijos. Su mirada se posó involuntariamente en la cintura de Rose. No, no podía ser.

– ¿Qué estás mirando? -preguntó ella.

– Tu figura -admitió con una sonrisa-. Te conservas muy bien para tener cuatro hijos.

Ella abrió mucho los ojos. Parecía sorprendida. Y entonces su rostro, que hasta ese momento había estado en tensión, se transformó con su risa. Tema la sonrisa más maravillosa del mundo. Y la risa más maravillosa.

– ¿Crees que soy una madre soltera con cuatro hijos?

– Bueno…

– Son mis hermanos -le dijo-. Daniel, Christopher, William y Harry. Tienen veinte, dieciocho, quince y doce años respectivamente. Todos son estudiantes, y la granja los mantiene. Bueno, supongo que soy yo quien los mantiene. Ellos me ayudan, pero la mayoría de las cosas las hago yo. Hasta ahora. A partir de ahora, supongo que con lo que saquemos dé la venta podrán seguir estudiando, pero Dios, sabe donde viviremos. Las vacaciones de la universidad duran cuatro meses, y es entonces cuando somos una familia. A Harry le encanta la granja. Se le partirá el corazón si tenemos que irnos.

Marcus la miraba en silencio, con incredulidad. ¿Rose mantenía a cuatro hermanos? ¡Cielo santo! Era demasiada carga para unos hombros tan pequeños. Hizo una mueca y Rose forzó una sonrisa.

– Ya te lo dije. Es mi problema, no el tuyo.

– Siempre podrías casarte -dijo Marcus con voz débil, y Rose esbozó una sonrisa con pesar.

– ¿Antes del miércoles? No lo creo. Es un codicilo estúpido redactado por una anciana confusa que estaba desesperada por hacer las cosas bien para todos. Y eso era imposible -Rose le dio la mano con un gesto de despedida-. Muchas gracias por ayudarme. Te estoy realmente agradecida. Adiós.

Se dio la vuelta y se alejó de él con las muletas por la acera, que estaba llena de gente que iba de compras.

Marcus se quedó observando su cabello, su silueta y la hermosa curva de su cuello. Era una mujer fuerte. Como David y Goliat, pensó de nuevo, pero aquella vez no había honda. No había ningún tipo de arma.

Rose se había despedido. No esperaba nada de él, y estaba sola de nuevo. Pero Marcus no podía aceptarlo. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo, pero sabía que tenía que hacerlo.

– Rose, espera -la llamó. Ella se detuvo y se giró.

– ¿Sí? -estaba delgada y pálida, y casi parecía etérea, como si fuera a desvanecerse.

Y eso era lo que él quería… ¿o no? Marcus nunca se involucraba. Había hecho una promesa mucho tiempo atrás y nunca había estado tentado de romperla. Hasta ese momento, cuando las posibilidades eran romper la promesa o ver cómo Rose regresaba a Australia con sus problemas.

Marcus ni siquiera sabía cuáles eran sus problemas. Casi no la conocía a ella. Tenía un trato millonario que cerrar, una cita aquella noche con una mujer por la que muchos hombres matarían, tenía una vida en Nueva York…

Rose lo miraba con actitud interrogante. Estaba esperando a que por fin la dejara libre y pudiera marcharse. Pero él no podía dejar que se fuera, y sólo había una forma de evitar que lo hiciera.

– Hay una manera por la que puedes casarte antes del miércoles -dijo Marcus. La gente que estaba a su alrededor se detuvo, atónita. Rose estaba totalmente asombrada.

– ¿Cómo? -dijo en un susurro. Estaban separados unos metros y había gente entre ellos. Marcus vio cómo sus labios se movían, y leyó en sus ojos que la estaba entreteniendo inútilmente,

Pero no era así. Él sabía lo que tenía que decir, y cuando lo dijera, sería lo correcto. Sería incluso inevitable.

– Cásate conmigo.

Capítulo 3

Rose no podía creer lo que acababa de escuchar. Para ella el mundo se acababa, Tenía que enterrar a su tía al día siguiente, ignorando el dolor que le causaba el testamento. Tenía que volver a casa y decirles a los chicos que no tenía ni idea de cuál sería su futuro. O eso o… O enfrentarse a un hombre que, a unos metros de ella, acababa de hacerle una proposición descabellada.

– ¿Cómo dices? -preguntó finalmente. Los peatones que había a su alrededor se rieron y se detuvieron para ver cómo terminaba aquella historia:

– Te ha pedido que té cases con él, querida -dijo una anciana-. Parece un buen partido. Si fuera tú, me lo pensaría.

– Es joven -dijo otra persona-. Y guapa. Antes debería disfrutar de la vida.

– Pero mira ése traje -respondió la anciana-. Ese tipo está forrado. Cásate, querida, pero no firmes ningún acuerdo prematrimonial.

Marcus sonrió y también lo hizo Rose. Era una broma, pensó ella. De mal gusto, pero una broma al fin y al cabo.

– Gracias -dijo finalmente- Es una proposición muy agradable, pero tengo que asistir a un funeral y debo volver a Australia.

– Lo digo en serio, Rose.

Ya estaba bien. Las bromas tontas tenían que acabar. En realidad, todo tenía que acabar. Lo único que quería era esconderse en un rincón y llorar a su tía. Sintió un deseo casi incontenible de darse la vuelta y echar a correr, aunque el tobillo no se lo permitiera. Pero debía quedarse y ser educada.

– Marcus…

– Lo digo en serio -se acercó a ella y le tomó las manos. Al hacerlo, las muletas cayeron al suelo, haciendo que Rose se sintiera más vulnerable que nunca-. Rose, podemos hacerlo.

– Pero… ¿qué…? -apenas pudo emitir un susurro.

– Podemos casarnos. Cuando te diste la vuelta lo vi claro. Tienes que casarte antes del miércoles y puedes hacerlo. Puedes casarte conmigo.

– Pero… tú no quieres casarte conmigo -dijo ella.

– Claro que no. No quiero casarme con nadie. Por eso precisamente. Porque no quiero casarme con nadie, me caso contigo.

– Eso es ridículo.

– No. Es sensato -afirmó Marcus.

– ¿Cómo puede ser sensato? -Rose no sabía si reír, llorar o echar a correr. Aquel hombre la estaba mirando como si tuviera la solución a todos sus problemas, y ella sólo tuviera que confiar en él.

Pero ella no lo conocía. Quiso liberar sus manos, pero Marcus la agarró con más fuerza.

– Rose, puede funcionar.

– ¿Cómo demonios puede funcionar?

Pero quince minutos después, cuando se había calmado lo suficiente para escuchar, empezó a considerar la propuesta. -Haré que mis abogados examinen el testamento esta tarde -le dijo Marcus-. Si todo lo que necesitas es casarte, estaré encantado de ayudarte.

Rose se sentó a una mesa frente a él. Habían entrado en la primera cafetería que encontraron, y Rose se sentía como si la hubieran dado un mazazo.

– Pero… solamente me tiraste la comida, y aquí estás, ofreciéndote a casarte conmigo. ¿Por qué?