– No me gusta Charles Higgins.
– Pues échalo del edificio, pero no hagas esto. Te estás metiendo en un lío.
– No, no es verdad -contestó, negando con la cabeza-. Simplemente te estoy proponiendo matrimonio. Firmamos unos papeles y ya está. Y, a pesar de lo que dijo aquella mujer, también firmamos un acuerdo prematrimonial que diga que no tenemos poder sobre las propiedades del otro después del divorcio. Y cuando la herencia se haya llevado a cabo, nos separamos. Mis abogados pueden ocuparse de eso.
– Pero… sigo sin entender. De acuerdo, no te gusta Charles Higgins, pero no es una razón para hacer esto. Resolvería todos mis problemas, y es tan importaste para mí que estoy tentada a aceptar tu plan. Pero tiene que haber un truco. ¿Qué quieres a cambio?
Él dudó y Rose lo observó, pensando en la proposición. Era una locura.
– Sería bueno para ti -contestó Marcus-. No se si puedes entenderlo, pero es importante para mí.
– No, no lo entiendo. Explícamelo.
– Me gustaría ayudar.
– ¿Haciendo de mecenas de una pobre chica? -Rose se ruborizó y bajó la vista-. Lo siento, he sido muy desagradable.
– ¿Así es como te hace sentir mi proposición?
– Sí, así es. Por fin lo entiendes.
– ¿Que es mucho más difícil recibir que dar? Sí, eso lo entiendo-dijo Marcus.
– No sé nada sobre ti.
– Rose, vengo de una familia en la que sólo podíamos recibir -la miró a los ojos con firmeza-. No había otra opción. Mi madre recibía ayuda social y yo tuve que pelearme con todo el mundo para llegar a donde estoy. Tuve que aceptar ayuda de gente a la que preferiría no deber nada. Pero ahora estoy en condiciones de dar. Eso no significa que espere devoción incondicional; con un gracias me vale, y luego cada uno seguirá con su vida. Y tal vez algún día tú puedas hacer lo mismo por otra persona. Rose, cásate conmigo y acabemos con esto.
– ¿Cómo demonios voy a hacer eso?
– Es fácil. Conseguimos una licencia y nos casamos. Habrá algunas formalidades que tengamos que pasar, pero seguro que con dinero todo se agiliza. Para algo tengo el mejor equipo legal de Nueva York. Dijiste que tenemos hasta el miércoles.
– Sí, pero…
– Eso es pasado mañana. No pasa nada, podemos hacerlo -afirmó él.
– ¿Y si encuentras a la mujer de tus sueños la próxima semana?
– Eso no va a ocurrir.
– ¿Por qué no? ¿Eres gay? -preguntó Rose con curiosidad.
La pregunta lo sorprendió, y por un momento se quedó con la boca abierta.
– No, Rose. No soy gay.
– ¿Y qué otra razón puedes tener para no casarte?
Marcus dudó y Rose pensó que parecía a punto de hacer una confidencia, algo que seguramente rara vez hacía. Había algo en ese hombre que lo hacía ser muy reservado.
– Mi madre se casó cuatro veces -dijo finalmente-. Cada celebración la vivía intensamente, como una novia tradicional, y en cada ocasión me decía que aquella vez habría un final feliz. Pero siempre elegía perdedores, y cada boda nos metía en problemas. Así que me dije que eso jamás me ocurriría a mí, que nunca haría esos votos. Algunas cosas se inculcan, Rose, y no pienso cambiar de opinión ahora.
– Siento mucho que tu madre no tuviera suerte cuando se casó, pero hay un montón de gente en el mundo que piensa que casarse es una buena idea.
– También hay otras cosas, como depender de alguien. Aprendí muy pronto que la independencia es mucho mejor-afirmó Marcus.
– ¿Más fácil?
– Probablemente sí-admitió él.
Tal vez tuviera razón, pensó Rose. Pero ella jamás había podido ser independiente. Tampoco era el momento de pensar en ello, porque estaba sentada frente a un hombre que le ofrecía una solución a todos sus problemas. Pero no sabía nada de él. Su proposición era absurda.
Marcus la miraba, esperando una respuesta.
– No te conozco. Podrías ser un timador.
– Sí, claro. Pero si aceptas te estarías arriesgando, según tú, a perder tu mitad de la granja, mientras que si no lo haces, se la cederías definitivamente a Charles.
– Pero… no puedo -dijo ella.
– ¿Por qué no? ¿Hay alguien más con quien quieras casarte?
– No, pero…
– Ahí lo tienes. Tómalo o déjalo. No estoy muy seguro de por qué te estoy ofreciendo esto, pero me parece sensato. ¿Te casarás conmigo, Rose? ¿Por to menos hasta el viernes?
Ella lo miró totalmente sorprendida.
– Estás hablando en serio…
– Por supuesto que sí.
A Rose le daba vueltas la cabeza. Estaba penando en un millón de cosas a la vez, pero por encima de todos sus pensamientos estaba la idea de que tal vez pudiera conservar la granja…
– Rose -Marcus le tomó una mano-. Rose, no necesitas comprenderlo. No puedes, porque casi no lo entiendo ni yo. Lo único que tienes que hacer es confiar en mí y decir que sí.
Como si fuera tan fácil… Aunque en realidad, pensó Rose, tal vez no fuera algo tan trascendental. La gente se divorciaba cada día. Al fin y al cabo, el matrimonio se reducía a un documento que se podía anular en cualquier instante. Y los chicos estarían seguros…
Se mordió el labio inferior y miró a Marcus a los ojos. Él parecía tranquilo y aún le sostenía la mano, esperando.
– De acuerdo -dijo en un susurro-. No tengo ni idea de por qué quieres hacer esto, pero te lo agradezco mucho. Sí, me casaré contigo. Cuanto antes, mejor.
Marcus dejó a Rose con Robert para que la llevara a su hotel y él se concentró en la boda. Aunque le había dicho que podía organizaría para el miércoles, no sabía si seria posible. Y cuando un hombre estaba en esa situación, recurría a su ayudante.
Sacó a Ruby de la sala de reuniones donde ella había estado manteniendo las cosas bajo control. La inalterable Ruby empezaba a sentir la presión, y cuando, ya en el despacho de Marcus, éste le dijo que quería que organizara su boda, fue incapaz de responder.
Tuvo que beber un vaso de agua para calmarse y comprender la situación.
– ¿Tú? ¿Casarte?
– ¿Qué hay de malo en que me case?
Ruby pensó en ello mientras Marcus, sentado tras su escritorio, la miraba con paciencia.
– ¿Con la vagabunda?
– Con Rose. Eso es.
– No me lo creo -contestó, totalmente sorprendida.
– No importa si te lo crees o no -respondió, molesto-. Solamente dime lo que tengo que hacer.
Ella se quedó pensativa y bebió otro sorbo de agua.
– Veamos… una boda. Nunca he organizado una, pero puedo hacerlo, ¿Tienes alguna preferencia?
¿Por la iglesia, por lo civil, con pétalos de tosa y damas de honor…?
– Nada. Sólo quiero una boda rápida.
– ¿Cómo de rápida?
– Para mañana.
– ¡Para mañana! -su voz se había transformado en un grito agudo.
– Eso es. El miércoles como muy tarde.
– Pero las licencias, las formalidades, las colas de espera…
– Gasta todo el dinero que necesites, pero hazlo.
– Vaya, qué romántico.
– Ruby… hazlo -dijo mirándola con seriedad.
– Muy bien. De acuerdo -inspiró profundamente y Marcus se dio cuenta de que estaba conteniendo la risa-. ¿Sabemos el nombre de la novia?
– Rose.
– Ya sé que su nombre de pila es Rose, pero vamos a necesitar algo más de información.
Marcus le tendió un papel desde el otro lado del escritorio.
– He apuntado sus datos. No soy estúpido.
Ruby estudió el papel.
– Rose O'Shannassy. Veintiséis años. Australiana -leyó.
– Eso es -contestó Marcus-. Necesita que yo haga esto -Ruby dejó de leer y lo miró fijamente.
– ¿Tiene problemas?
– Sí.
– ¿Quieres contármelo?
Marcus suspiró, sabiendo que no tenía ningún sentido permanecer callado. Le contó a Ruby brevemente lo que pasaba y, cuando hubo terminado, la expresión de su ayudante había cambiado por completo. Ya no había ni rastro de la risa. Ruby estaba decidida a ayudar.