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– Lo mismo que tú, me imagino. Había venido a ver a esos pobres animales. Sobre todo a nuestro corderito.

«Nuestro corderito». Sonaba bien.

– Está vivo.

– Pero esa oveja tiene problemas.

– Serios problemas. Está pariendo, pero el bebé está enganchado por una pata. Necesito algún lubricante.

– ¿Cuál es tu especialidad?

– Soy médico de urgencias. ¿Y tú?

– Cirujano.

¿Cirujano? ¿Qué hacía un cirujano allí, en Cradle Lake?

Daba igual. Tenía que concentrarse en la oveja.

– Así que ninguno de los dos tiene conocimientos de obstetricia… ¿crees que podremos ayudar a este pobre animal?

– Creo que entre los dos podemos llamar a un veterinario.

– No hay tiempo. El veterinario vive en Marlborough y si esperamos la oveja y el corderito morirán.

– ¿Viviste aquí de pequeña?

– Sí.

– Entonces, sabes algo de animales.

– Un poco, no mucho. Necesito una sábana o algo así para hacer una cuerda.

– ¿Y qué tal una cuerda de verdad?

– No, demasiado dura. No quiero traer un cordero al mundo y comprobar que está muerto por mi culpa.

– ¿Crees que sigue vivo?

– No he traído el estetoscopio. Doctor Reynard, ¿quiere echarme una mano o no?

– Pues… sí.

– Entonces ve a buscar una sábana.

Cuando Fergus volvió, Ginny estaba tumbada en el barro.

– ¿Por qué las ovejas nunca eligen un sitio lleno de hierba para parir? ¿Por qué siempre eligen el sitio donde hay más barro? ¡Ay!

– ¿Qué?

Ginny estaba intentando manipular al cordero…

– El hombro está enganchado. Tengo que volver a meter la mano y juntar dos patas para tirar de él. Pero está volviendo a tener contracciones…

Quizá era su presencia, pero la oveja parecía haber decidido volver a la vida. Su vientre se movía con fuertes contracciones e incluso intentaba incorporarse.

– No pasa nada, chica -murmuró Fergus, sujetando su cabeza-. La doctora Viental es médico de urgencias así que no podrías estar en mejores manos.

Sonriendo, Ginny siguió con su tarea.

Tenía las manos muy pequeñas, pensó Fergus. Afortunadamente. Estaba usando el jabón como lubricante, intentando maniobrar en el útero del animal. Lo cual no era fácil porque las contracciones empujaban su mano hacia fuera.

– ¿Puedes decirle que no empuje?

– No empujes -le dijo Fergus a la oveja-. Recuerda las técnicas de respiración.

Evidentemente, la oveja las había olvidado.

Ginny soltó una palabrota. La fuerza de las contracciones podría romperle los dedos.

– ¡Ya lo tengo! -exclamó. Y durante la siguiente contracción apareció otra pezuña.

Dos pezuñas.

– Átalas -le dijo a Fergus-. Así podremos tirar de ellas.

– ¿Vamos a tirar?

– Pues claro. Venga, oveja, respira. Si empujas ahora le romperás el cuello a tu hijo.

Fergus estaba atando las pezuñas con la sábana, intentando no hacerle daño. Otra contracción y Ginny dejó escapar un gemido.

– Espera un poco, mujer. Todavía no puedo ¡sí, sí, ahora sí!

– ¿Sí? -repitió Fergus.

– En la siguiente contracción quiero que tires. Yo voy a empujar su cabeza…

– Pero te vas a hacer daño.

– No pasa nada, soy dura. Aunque a lo mejor digo una palabrota.

– Haré como que no te oigo.

– Muy inteligente.

Un minuto después algo parecido a un corderito se deslizó hacia las manos de Fergus.

Estaba vivo.

Algunas cosas eran instintivas. Un cordero no era muy diferente a un recién nacido y él había hecho el entrenamiento básico en obstetricia. En cuanto salió del útero de su madre, Fergus le limpió las vías respiratorias hasta que el pobre animal emitió un patético balido.

– ¿El despegue ha tenido éxito, Houston?

– Desde luego que sí -sonrió Fergus, limpiando al animal con lo que quedaba de la sábana de Óscar.

La oveja giraba la cabeza como si quisiera ver a su hijo y Fergus se lo puso delante.

– Mira, has tenido un niño muy guapo.

– Qué buenos somos -sonrió Ginny, pasándose una mano por la cara.

– Ah, qué bien, ahora pareces la protagonista de La matanza de Texas.

– ¿Qué importa un poco de sangre entre amigos?

– ¿Siempre te ha gustado la medicina? -rió Fergus.

– Desde luego -contestó Ginny.

El corderito estaba metiendo la cabeza en el flanco de su madre, buscando mamar.

– Ahora tenemos otro niño al que cuidar -suspiró Fergus.

– Ah, pobre Madison… Con los problemas que tenemos y nosotros aquí, trayendo corderos al mundo.

– ¿Conoces a Tony, el enfermero futbolero?

– Sí.

– Está en tu casa ahora mismo. Parece que Richard y él fueron al colegio juntos. Tony cree que puede echarnos una mano.

– Nadie puede ayudar a Richard. Además, mi hermano no quiere ayuda.

– Cradle Lake es una comunidad muy pequeña. A la gente no le molesta echar una mano.

– Pues en el pasado no lo hicieron. Ya has visto a Óscar.

– Sí, he hablado con Tony de eso -murmuró Fergus, pensativo-. Parece que tus padres… no querían saber nada de nadie. Como Richard ahora.

– Mi padre nos dejó cuando murió Chris.

– Y tu madre bebía y la gente temía acercarse a ella. Tú cuidaste de tu madre y de Toby sola. Al final, los servicios sociales se hicieron cargo de ti.

Ginny no dijo nada. Recordaba ese momento tras la muerte de Toby…

Richard tenía entonces dieciocho años y ni siquiera fue al funeral. Estaba enfermo, pero no tanto como para tener que quedarse en cama. Todo lo contrario. Tenía una novia y se fue a Queensland con ella.

– Yo cuidaré de él -le había dicho la chica-. En Queensland hace muy buen tiempo y así tú podrás descansar un poco.

Ginny tenía quince años entonces. Toby había muerto dos días antes y su madre estaba en estado comatoso.

Fue entonces cuando los servicios sociales se hicieron cargo de ella. Desde entonces vivió con una familia de acogida, una gente estupenda que le pagó los estudios y la ayudó a ser lo que quería ser: una persona independiente.

Y lo había sido hasta que la enfermedad de Richard dejó de ser tratable.

Y ahora…

– Tony ha llevado una cama a tu casa. Por si Richard quisiera tener a Madison cerca.

– Yo no puedo cuidar de Madison -dijo Ginny, asustada.

– Nadie te está pidiendo que lo hagas. Esta tarde ha habido una pequeña reunión de la comunidad…

– ¿Qué?

– La gente que quiso ayudar a tu familia hace veinte años. Oscar es la excepción. La gente de Cradle Lake está horrorizada por lo que te ha pasado y quiere echarte una mano. Si tú les dejas… tiene que ser tu decisión. Si Richard quiere estar con su hija, Miriam la traerá esta misma noche. Y Tony y ella harán turnos para cuidar de los dos. Durante el tiempo que haga falta. Sé que Richard no quiere ver a nadie, pero no tiene elección. Además, creo que Tony lo habrá convencido. Es muy persuasivo. El mejor delantero centro de la región, por cierto.

– Pero ¿cómo va a convencer a mi hermano?

– Tony le estará diciendo que lo que te ha pedido es muy duro para ti y que toda la comunidad ha decidido echar una mano. Tú cuidaste de tus hermanos enfermos hasta que murieron, cuidaste de tu madre… y la gente de Cradle Lake es muy decidida. De hecho, cuando se ponen son aterradores. A mi casa han llegado cacerolas y fiambreras llenas de cosas… Incluso me han ofrecido un par de ovejas.

– ¿En serio?

– Y van a cuidar de los animales de Óscar Bentley. No porque les caiga bien Óscar, que no le cae bien a nadie, sino porque te conocen y han imaginado que de no hacerlo ellos lo harías tú.

– Pero yo no puedo… Madison…

– A Madison le pueden pasar dos cosas: si Richard quiere estar con ella, la llevarán a tu casa. Y si no… habrá que llamar a los servicios Sociales para que se hagan cargo de ella. Pero Madison es hija de tu hermano, no tu hija. No es tu responsabilidad, Ginny. Hay muchas parejas que darían lo que fuera por adoptar a Madison.