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– No sé si podré hacerlo -murmuró ella-. Cuidar de Madison… una niña tan pequeña…

– No tienes que pensar en eso ahora. Lo que tenemos que hacer es lavarnos para no asustar a los ciudadanos de Cradle Lake. Y luego tenemos que hablar con Richard y Tony y ver qué ha decidido hacer tu hermano.

Richard estaba sentado en la cama cuando llegaron. Y parecía furioso. Tony estaba a su lado, escuchando.

Su hermano intentaba gritar… y aunque no podía hacerlo porque le faltaban las fuerzas, su rabia era palpable.

Ginny dio un paso adelante, pero Fergus la sujetó del brazo.

– No puedes obligarme… -estaba diciendo Richard.

– Nadie te va a obligar a nada. Nadie te obligó a nada hace cinco años tampoco, claro. Pero ya está hecho. Y como el resto de nosotros, ahora tienes que enfrentarte con las consecuencias.

– No tengo intención…

– ¿Niegas que Madison sea tu hija?

– No, pero…

– Entonces eres su padre -lo interrumpió Tony-. Puede pasarle a cualquiera, te lo aseguro. Hace unos años Bridget y yo no tomamos precauciones una noche y nueve meses después nacía Michael. Mi hijo. Bridget y yo nos queríamos mucho, de modo que casarse no era un problema, pero habíamos querido viajar antes, ver un poco de mundo… En fin, no pudo ser. Luego llegó Lissy y aquí estoy, padre de dos hijos. Y te aseguró que no lo cambiaría por nada del mundo.

– ¿Crees que en mi situación podría interesarme…?

– No sólo interesarte, sino involucrarte hasta el cuello -lo interrumpió Tony-. He visto a tu hija, Richard. El doctor Reynard la examinó y, según él, parece que está mal alimentada. Su madre estaba demasiado enferma para cuidar bien de ella y, además, la pobre fue corriendo descalza un kilómetro para buscar ayuda cuando su madre se desvaneció. Ésa es tu hija, Richard. Una niña valiente que se parece a ti, además. ¿Quieres darle la espalda?

– Ginny cuidará de ella -dijo Richard entonces. Ginny, de nuevo, dio un paso adelante. Y, de nuevo, Fergus se lo impidió.

– Calla y escucha -le dijo en voz baja.

– Yo sé lo que me habría dicho mi hermana si quisiera cargarla con algo así -estaba diciendo Tony.

– Pero me estoy muriendo.

– Nos estamos muriendo todos, amigo. A mí podría pillarme un coche mañana mismo. Y Bridget y mis hijos se quedarían solos.

– Pero yo me estoy muriendo ahora. ¿Cómo voy a ser el padre de nadie?

– Ya lo eres. Lo que pasa es que no lo sabías. Esto no es negociable, Richard. Lo que quiero saber es si estás dispuesto a cuidar de Madison durante el tiempo que te queda.

– ¿Qué voy a hacer? Yo no puedo cuidar de nadie.

– ¿Quieres verla, al menos?

– ¡No!

– ¿Lo dices en serio? -Tony se volvió al oír un ruido-. ¿Eres tú, Fergus?

– Ginny y yo acabamos de traer un cordero al mundo. Una cosa horriblemente complicada, la madre exhausta. Sólo la habilidad de dos médicos dedicados podría haber hecho lo que hemos hecho nosotros. Batman y Robin.

Tony soltó una carcajada.

– Menuda suerte tenemos en Cradle Lake.

– Sí, desde luego.

– Quiero hablar con Ginny -dijo Richard entonces.

– ¿De Madison? -preguntó Tony.

– Pues claro.

– Ésta no es decisión de tu hermana.

– Claro que lo es. Cuando yo muera, Ginny tendrá…

– No metas a Ginny en el asunto -lo interrumpió Fergus-. Ella tiene que preocuparse de su propia vida. Ya la has puesto enferma con tu numerito del suicidio, pero eso no va a volver a pasar.

– No es asunto tuyo -protestó ella.

– Ya, pero ésta es una comunicad muy pequeña y la gente se mete en todo -Fergus se encogió de hombros-. Richard, tu hija está en el hospital, sola. No tiene a nadie. Si lo permites, la traeremos aquí y estarás con ella mientras puedas. Si lo haces bien, cuando mueras la niña al menos tendrá un recuerdo de su padre. A su madre eso le pareció importante, evidentemente. Si no quieres saber nada, nos pondremos en contacto con los servicios sociales y se acabó. No tienes que verla si no quieres. Tú decides.

– No puedes pedirme…

– Te lo estamos pidiendo.

– Tengo que hablar con…

– No tienes que hablar con nadie. Ésta es tu decisión, Richard. Si quieres ver a tu hija, te la traeremos, con una enfermera que te ayudará a cuidar de ella.

– No quiero ninguna enfermera. Ginny puede…

– Ginny no puede hacer nada. Ya sé que esto es muy duro para ti, pero Madison es tu hija.

Richard miró a su hermana, pero Fergus seguía sujetándola del brazo, como si quisiera impedirle que le pasara a ella esa responsabilidad.

– Tony dice que se parece a mí.

– Sí, es verdad. Es muy bonita y está sola. ¿Quieres conocerla o no?

Ginny contuvo el aliento.

– Tengo una hija -murmuró Richard.

– Tienes una hija, sí.

– Entonces, quizá debería conocerla.

– Sólo si aceptas cuidar de ella. Y que venga una enfermera todos los días.

– No hace falta. Ginny…

– Ginny no se va a encargar de eso.

Fergus y Richard se miraron. La fuerza contra el miedo. Pero la fuerza de Fergus pareció ganar la batalla.

– Muy bien. Si la niña necesita una enfermera…

– Si tu hija necesita una enfermera.

– Mi hija -repitió Richard-. Mi hija.

– ¿Podemos traértela? -preguntó Fergus.

– Sí -murmuró él-. Sí, por favor.

Capítulo 6

Lo que siguió a esto fueron dos semanas que Ginny recordaría siempre como algo irreal. No sabía qué estaba pasando… sólo que tenía que hacer lo que tenía que hacer.

Y lo primero era buscar a la familia de Judith. Su padre vivía en Nueva Zelanda, pero no la había visto en casi veinte años y no quería saber nada. Nada absolutamente, ni del entierro de su hija ni de su nieta. De modo que Judith fue enterrada en el cementerio de Cradle Lake. Richard acudió en silla de ruedas y, después de consultar con una psicóloga infantil a la que Fergus conocía, Madison también acudió. La niña permanecía impasible y Ginny la observaba, pensando en lo que la gente le decía tras la muerte de Toby, tras la muerte de su madre… esas palabras cariñosas que no la ayudaron nada.

Fergus no dijo una palabra. Entre ellos había algo, una especie de lazo invisible. Ambos podían sentirlo, pero ninguno de los dos quería saber nada. Era como si tuviesen miedo.

Ella tenía miedo, desde luego.

Después de la ceremonia, dos obreros fueron a su casa y convirtieron el porche en una especie de sala de hospital separada por biombos. Un lado era para Richard, el otro para Madison.

La niña se mostraba estoica. Ésa era la mejor manera de describirla. No había lágrimas, ni gritos. Nada. Habría sido más fácil lidiar con lágrimas. ¿Qué terrores había tras esa carita sin expresión?

Se lo contó a Fergus y él llamó a su amiga la psicóloga para que pasara por Cradle Lake. La mujer se sentó con Madison durante horas intentando hacerla hablar… pero no consiguió nada. Al final, se preguntaba si no habría que llevarla a un especialista en Sidney.

Ésa fue la primera vez que Richard se mostró airado, sorprendiéndolos a todos.

– La niña se queda. Aquí es donde debe estar. Y aparta ese maldito biombo de una vez.

Fue un paso adelante. Padre e hija se miraban desde entonces, sin decir nada. Aunque la mayor parte del tiempo estaban durmiendo.

A veces Ginny veía a Richard mirando a su hija con una expresión de tristeza, pero también de orgullo.

– No la presionéis -les aconsejó la psicóloga-. Necesita tiempo para acostumbrarse… a todo. La situación es muy difícil para un niño.