Выбрать главу

– Ya, claro. Así que estar aquí, contigo apretando mi mano, es ser independiente.

– Puedo ser independiente y darte un beso.

– ¿Ah, sí?

– Claro -contestó Fergus.

Era tan masculino, tan alto, tan… dulce. Bueno quizá «dulce» no fuera la palabra adecuada, pero algo parecido. Estaba a su lado, sonriendo a la luz de la luna y era como si por primera vez en la vida alguien la conociese de verdad. Alguien podía ver lo que había debajo de las barreras que se había ido construyendo a lo largo de los años. Aquel hombre compartía con ella algo que Ginny había pensado era sólo suyo.

Confianza. Esa palabra apareció en su cerebro y se quedó allí.

Podía confiar en él porque la conocía. Cuando miró a los ojos de Fergus, parecía estar pidiéndole permiso para dar el siguiente paso…

Ginny sonrió.

Y él inclinó la cabeza para darle un beso.

Y su mundo dio un giro de ciento ochenta grados, así de fácil.

Ginny había salido con otros hombres, claro. Casi tenía treinta años y no era ninguna niña. Aunque nunca había tenido un novio formal, había vivido la vida.

Pero nunca había sentido…

¿Qué?

No lo sabía. Era un factor indefinible, pero que la golpeó con una fuerza enorme. En cuanto la boca de Fergus rozó la suya todo cambió por completo.

Su corazón dejó de latir.

Que tontería, pensó entonces. El corazón de una persona sana no dejaba de latir. Ella era una mujer sensata… ¡era médico! Esas cosas eran para las novelas románticas. Un beso que lo cambiaba todo…

Ginny se apartó.

– ¿No quieres que te bese? -preguntó Fergus.

– Sí, sí. O, al menos, creo que sí. Pero no me interesa una relación.

– No, ya lo sé. Una chica lista. A mí tampoco. Pero besarnos…

– Tú sabes tan bien como yo que esto no se termina con un beso.

Fergus se quedó callado un momento.

– Eres una mujer muy deseable, Ginny. Mentiría si dijera que no te deseo.

– Pero no te interesan las relaciones.

– No.

– Prométemelo.

Fergus sonrió.

– ¿Estás diciendo que podemos hacer el amor mientras me marche como un canalla en cuanto amanezca?

– Los canallas no son tan malos -sonrió Ginny.

– Sin ataduras entonces.

– Sin ataduras.

– ¿Estás completamente segura?

Ginny miró su rostro a la luz de la luna y sintió miedo. Una mujer sensata se apartaría, pero…

Pero estaba harta de ser sensata. La vida era de repente, algo demasiado frágil. El futuro le daba miedo. A saber lo que pasaría al día siguiente. Los dos habían visto demasiado gris y la plateada luz de la luna los bañaba en aquel momento… Tenía a aquel hombre delante de ella. En casa estaba…

«No, no pienses en eso».

Podía ver en los ojos de Fergus que pensaba exactamente lo mismo. Él necesitaba aquella noche y ella también.

Y lo aceptaría. Por muy estúpido que fuera.

– Supongo que no tendrás un preservativo a mano.

– La duda ofende. Soy médico -contestó Fergus-. En el Land Rover llevo un maletín que es prácticamente una farmacia. Ginny, ¿estás segura?

– ¿Tendríamos que hacerlo en el Land Rover?

– Pues… sí. Además, por aquí tiene que haber todo tipo de bichos. Arañas, serpientes…

– Probablemente. Y las serpientes y los bichos no son nada seductores. Yo conozco un sitio mejor.

– Donde tú digas -sonrió Fergus-. Yo tengo un preservativo, tú tienes un sitio… ¿qué más podemos pedir?

– El uno al otro. Por esta noche. Pero sólo esta noche, Fergus.

– Sólo esta noche -asintió él-. Sin ataduras, pero Ginny…

– ¿Sí?

– Esta noche voy a quererte.

Capítulo 7

Ginny no tenía intención de volver a su casa. Y tampoco quería ir al apartamento de Fergus, pegado a la clínica. Pero en el lago estaba el cobertizo para botes. El cobertizo que durante sus horribles años adolescentes había usado como refugio. Iba allí cuando ya no podía más.

Le indicó a Fergus cómo llegar y él condujo en silencio, mirándote de reojo de vez en cuando.

«Sólo esta noche», se decía.

El mundo parecía contener el aliento.

Cuando salieron del Land Rover, Fergus volvió sobre sus pasos.

– Espera, vuelvo enseguida. Voy a buscar la chaqueta.

– ¿Necesitas la chaqueta?

– Es que llevo el teléfono en el bolsillo.

– Imperativo profesional, ¿eh?

– Acepté este trabajo, así que…

– ¿Estamos esperando algún imperativo?

– Pues tendría que ser un imperativo muy urgente. Tú abre el cobertizo, yo voy a buscar el maletín.

– ¿Por qué contiene imperativos médicos? -sonrió Ginny.

– Por supuesto.

¿Estaba haciendo mal? Ginny abrió la puerta del cobertizo, pensando que debería sentirse incómoda. O preocupada. O algo. Pero no sentía nada de eso. Se sentía… estupendamente.

El bote que la familia había usado años atrás había desaparecido, pero el cobertizo estaba seco. A Ginny siempre le había encantado aquel sitio. Era como su otra casa y solía llevar cosas allí, como una ardilla: mantas, almohadas, un viejo colchón con un par de muelles rotos. Todo era viejo, pero no tanto como para no poder usarlo ahora.

Fergus se detuvo en la puerta y miró alrededor. Había luna llena y la luz que emitía era más que suficiente para iluminar el interior del cobertizo.

– Tengo velas -dijo Ginny.

– Seguro que sí. Con Cupidos dibujados.

– No te rías de mí, tonto.

– No me estoy riendo. Ginny, esto es fabuloso. Un hombre podría enamorarse…

– Pero tú no vas a hacerlo.

– No, claro que no -contestó Fergus. Pero de repente, parecía un poco inseguro-. Ginny, ¿lo has pensado bien?

– No hay nada que pensar. Tenemos esta noche, pero mañana… no, no habrá mañana. Los dos lo sabemos.

– Sí, claro. Sólo vamos a hacer el amor -murmuró Fergus-. Te deseo, Ginny, pero quiero que tú me desees también.

– Te deseo -suspiró ella.

– No sólo por el sexo. Quiero que quieras hacer el amor conmigo. Haya o no mañana, esto tiene que ser un acto de amor o no quiero tomar parte. Y necesito que me beses.

Ginny levantó la cabeza. Fergus estaba mirándola, pero no miraba sus pechos como habrían hecho otros hombres. Estaba mirándola a los ojos.

Y algo había cambiado dentro de ella. Algo de lo que no se había dado cuenta hasta ese momento.

Fergus.

Aquella noche, él era su hombre. Alto, grande, tierno… y había sufrido tanto como ella. Ginny levantó una mano para acariciar su cara suavemente…

– Fergus.

Él se inclinó para besarla.

– Sólo por esta noche… -musitó Ginny, sabiendo que eso era lo que él quería escuchar, pero insegura de repente. Mientras la besaba, Fergus acariciaba su espalda y cada roce, cada movimiento enviaba escalofríos de placer por todo su cuerpo.

Aquello era verdad. No era un sueño, estaba ocurriendo. Cuando Fergus le quitó la camisa y el sujetador no protestó, todo lo contrario. Pero él seguía vestido y Ginny podía sentir su fuerza bajo la ropa. Una ropa que desaparecería enseguida. Por el momento, parecían tener todo el tiempo del mundo.

– Por esta noche puedo quererte, Fergus -musitó.

– Ginny, ¿estás segura? Ya sabes que no voy a hacerte ninguna promesa.

– No quiero promesas. Por ahora, sólo te quiero a ti.

– Somos tontos. Los dos somos tontos.

– No. Somos dos personas adultas con un preservativo. Y vamos a pasarlo bien -sonrió ella, sabiendo que todo su universo estaba centrado en aquel momento. En silencio, tomó su mano y besó cada dedo mientras él la miraba, maravillado.

Fergus la besó de nuevo y aquella vez fue diferente. Mejor. La besó como ella necesitaba que la besara. En el cuello, en los párpados, en los labios.