¿Encontrarse cómo? ¿Casándose?
Fergus sacudió la cabeza. No, eso era imposible. Pero cuanto más pensaba en ella, más seductora le parecía la imagen.
– Sólo Ginny -murmuró-. Si ella quiere. Si se olvida un poco de su deseada independencia.
El móvil volvió a sonar entonces y Fergus contestó.
– ¿Está llegando, doctor Reynard? -le preguntó Clive Horace, angustiado-. La niña ha vomitado por quinta vez y me da miedo que se deshidrate.
Sí, Ginny tendría que esperar, pensó Fergus. Ahora tenía que concentrarse en el trabajo.
Pero no durante mucho tiempo. Ella seguía en el cobertizo, tumbada en aquel montón de mantas viejas.
Quizá si se daba prisa…
No, no se daría prisa. Si Stephanie había vomitado cinco veces desde medianoche, seguramente habría que llevarla a la clínica.
Tenía que hacer su trabajo.
Y Ginny tendría que esperar hasta el día siguiente.
Sus caminos no se cruzaron esa mañana. Ginny estuvo dos horas en la clínica prenatal que ella misma había organizado para las mujeres del pueblo, que así no tendrían que ir hasta Bowra para recibir tratamiento médico.
Fergus pasó por allí a última hora de la mañana, pero ella ya se había ido.
– Es muy simpática -le dijo una mujer embarazadísima-. Estamos intentando convencerla para que cuando se vaya usted se quede ella en su lugar y no ha dicho que no. ¿A que sería estupendo?
¿Estupendo?
Fergus arrugó el ceño. A Richard no le quedaba mucho tiempo de vida. Ginny se marcharía enseguida, estaba seguro de eso. Organizaría la adopción de Madison y después volvería a la ciudad.
Y entonces su relación podría convertirse en algo que los dos podrían tomarse en serio. Quizá podrían dar un paso adelante…
Por el momento, sólo había sido una noche, se decía a sí mismo. Había hecho el amor con una mujer que lo hacía sentir vivo de nuevo y eso le hacía pensar que quizá no tenía por qué cortar con todo.
Pero había que ir paso a paso. Si todo salía bien…
Tenía que salir bien.
Fergus salió de la clínica. Había prometido ir a visitar a Richard y Ginny estaría en casa. No había razón para subir al Land Rover a toda prisa, pero…
Iba a ver a Ginny.
Definitivamente, arrancó a toda prisa.
Capítulo 8
Había perros en la granja de los Viental. Y ése no era el único cambio. Había una zona vallada a un lado del porche, una construcción temporal hecha con alambre de gallinero. Y dentro había tres perros. Y Ginny.
Madison estaba en el porche. Cada vez que iba por allí, la niña se mostraba letárgica y poco interesada. Pero ahora estaba sentada en el último escalón del porche, mirando con lo que casi parecía interés.
Richard seguía en la cama. Estaba cada día más débil y esperar que se levantase era esperar demasiado, pero Tony le había dado la vuelta a la cama para que también él pudiese mirar.
Aquél era un hospital muy extraño, desde luego.
– Vas a tener que ser muy bueno si quieres una salchicha -estaba diciendo Ginny-. Vamos, siéntate.
¿Qué estaba haciendo?, se preguntó Fergus. Tres perros, tres chuchos a cada cual más feo.
Había un collie blanco y negro, un terrier flaco comido de pulgas y otro más delgado que ninguno y que Fergus no podía identificar. Era a éste al que Ginny se dirigía. Los otros dos estaban sentados, observando la escena.
– Tus amigos están esperando. Siéntate y los tres recibiréis una salchicha. Venga, siéntate.
– Guau -dijo el perro.
– No, ya me has oído. ¿Quieres la salchicha? Pues siéntate de una vez.
El animal se sentó por fin.
– Bien hecho -rió Ginny, dándole una salchicha a cada uno.
Desde el porche, Tony empezó a silbar. Richard aplaudió con las pocas fuerzas que le quedaban y, lo más asombroso de todo, Madison aplaudió también.
– ¿Qué está pasando aquí? -preguntó Fergus.
– Hola -lo saludó Ginny-. Son los perros de Óscar.
– ¿Y qué hacen en tu casa?
– He tenido que traerlos porque estaban muertos de hambre los pobres.
– A Ginny siempre se le han dado muy bien los animales -dijo Richard.
– A mi papá le gustan los perros -murmuró Madison.
– Claro que me gustan -sonrió Richard.
No dijo nada más, pero entre ellos estaba formándose un lazo «Mi papá». Desde luego, era un principio.
– Óscar tenía seis perros -dijo Fergus entonces.
– Éstos son los buenos. Los otros han tenido que ir a un sitio para perros malos.
– ¿Sabes que Óscar ha decidido ir a una residencia? -le preguntó Tony.
– Sí, lo sé.
– Pues Ginny ha decidido quedarse con los perros. Un granjero vecino ha aceptado hacerse cargo de las ovejas y el caballo, pero nadie quería saber nada de los perros.
– Ah, ya veo -murmuró Fergus.
Luego miró a Ginny, que había salido del falso corral y estaba abrazando a Madison, y le pareció que había cambiado. Algo había cambiado, seguro.
Hasta el día anterior, Ginny había tratado a la niña con amabilidad, pero también con cierta distancia. Aquel día no había distancia en absoluto.
– ¿Necesitáis algo?
La pregunta iba dirigida más a Tony que a nadie. Richard se había dormido… y pronto su sueño sería mucho más que eso.
– No, todo está bien -contestó Ginny.
– Pero mi papá… -empezó a decir Madison.
– Tu papá está malito, pero no le duele nada. Se ha dormido, nada más. Y pronto dormirá todo el tiempo.
– Mi papá y mi mamá van a estar juntos -murmuró la niña-. Pero Ginny y los perros van a cuidar de mí.
– ¿Qué? ¿Qué ha dicho? -exclamó Fergus.
– Lo que debería haber dicho yo hace semanas -suspiró Ginny-. El corazón se expande.
– ¿Perdona?
– Creo que voy a hacerme un café -dijo Tony entonces, tan discreto como siempre-. ¿Alguien quiere café?
– Sí, yo, gracias -contestó Ginny.
– ¿Quieres venir conmigo, Madison? Hay galletas en la cocina.
Sonriendo, la niña entró con Tony en la casa. Fergus se sentó en uno de los escalones del porche y miró a Ginny, sorprendido.
– Oye…
– ¿Sí?
– Lo de anoche fue fantástico.
– Sí, ¿verdad?
– ¿Estás de acuerdo?
– Pues claro. Lo pasé muy bien. Si hubiera sabido que eso era lo que necesitaba para espabilarme lo habría hecho antes. Aunque no es tan fácil encontrar a alguien que… que lo haga tan bien.
– No sé…
– ¿No sabes lo difícil que es?
– Ginny…
– Pues fue fantástico. Todo, no sólo el sexo. Gracias, Fergus.
– ¿Me estás dando las gracias?
– Sí.
– ¿Por qué?
– Por despertarme.
– Pensé que… en fin, yo no he estado solo desde que mi mujer me dejó hace seis años, pero lo de anoche fue diferente. Ginny, tú y yo podríamos… no sé, tener algo especial. Estoy seguro.
– ¿A qué te refieres?
Fergus carraspeó.
– No tenemos por qué estar solos. Que hayamos sufrido en el pasado…
– No, es verdad -lo interrumpió ella-. Yo siempre había pensado… bueno, en fin, soy portadora de fibrosis quística así que nunca había pensado tener hijos.
– Pero eso no significa que tus hijos vayan a heredar la enfermedad.
– No, ya lo sé. Sólo pasaría si mi pareja también fuera portador. Pero aunque no lo fuera, aún habría un cincuenta por ciento de posibilidades. De modo que no, no pienso tener hijos.
Fergus asintió con la cabeza.
– Se puede ser feliz sin tener hijos.
– Sí, lo sé.
Se miraron entonces, como si ninguno de los dos se atreviera a decir lo que estaba pensando.