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– Así es la vida -suspiró ella.

– No puedo pedirte nada más.

– Tú no me lo estás pidiendo, Richard. Es decisión mía. Por cierto, ¿sabes que me acosté con Fergus anoche?

– Me lo había imaginado -sonrió su hermano-. ¿Qué tal?

– Genial, pero la cuestión es…

– ¿Cuál es la cuestión?

– Estás cansado. No debería…

– Tengo todo el tiempo del mundo para dormir -dijo Richard entonces-. ¿Cuál es la cuestión?

– Me he enamorado.

– Te has enamorado.

– Sí, anoche. Pero Fergus se marchó porque había una urgencia y yo me quedé allí, en el cobertizo de los botes, pensando. Cada vez que había una muerte, la de Chris, la de Toby, la de mamá… me dolía tanto que he intentado encoger mi corazón. He intentado que no pudiera entrar nadie. Y desde entonces todo ha sido gris y horrible en mi vida, Richard. Pero esta mañana todo se ha colocado en su sitio y era como si mi corazón hubiera empezado a latir otra vez.

– Oh, Ginny…

– Y me siento mucho mejor -siguió ella, desafiante-. Sí, sé que es una locura. A mí también me da miedo. Pero la alternativa es mucho peor. Tú lo has pasado bien desde que te diagnosticaron la enfermedad. Has vivido, has querido. El resultado de una de esas aventuras está en la cocina comiendo galletas ahora mismo. Pero siempre supiste que ibas a morir y eso no te detuvo. No dejaste de hacer surf, de viajar por todas partes, de pasarlo bien…

– Sí, pero…

– Pero eso es lo que estoy diciendo. Es lo mismo. Me di cuenta anoche. Sí, puede que se me vuelva a romper el corazón, pero si no me arriesgo es como estar muerta. Así que me quedo con los perros y me quedo con Madison.

– ¿Y Fergus?

Ginny vaciló.

– Él tendrá que tomar una decisión, supongo.

– ¿También está huyendo de algo?

– Perdió a su hija recientemente. Una niña pequeña.

– Una niña pequeña -repitió Richard.

– Sí.

– No es justo pedirle que sea el padre de Madison.

– No, no lo es. Y por eso no voy a pedírselo.

– Pero quieres quedarte con Madison.

– Lucharé hasta la muerte por quedármela.

– Aunque eso signifique perder a Fergus.

– No creo que pueda perder a Fergus porque nunca ha sido mío.

– Pero te quiere.

– No sé si hemos llegado a eso todavía -sonrió Ginny-. No sé si Fergus sabe lo que puede ser el amor de verdad.

– ¿Y qué piensas hacer?

– Cuidar de mi hermano mientras me necesite -contestó ella, apartando el pelo de su frente-. Cuidar de los perros de Óscar. Cuidar de una niña pequeña. Y… quizá incluso atender las necesidades sanitarias de Cradle Lake.

Capítulo 9

Miriam llegó para hacer su turno y Tony se marchó a casa. No preguntó por qué había tres perros en un corral o por qué Ginny estaba sentada bajo los árboles leyéndole un cuento a Madison. Seguramente Tony se lo había contado todo. En un sitio tan pequeño como Cradle Lake era imposible guardar secretos.

Ginny sonrió. Cradle Lake le había parecido una prisión durante mucho tiempo. Y ahora, de repente, le parecía un refugio.

– Madison es un nombre muy largo, ¿no te parece? ¿Tu mamá te llamaba Madison todo el tiempo?

– Mi mamá decía que Madison era un nombre precioso -contestó la niña.

– Y lo es. ¿Alguna vez te llamó Maddy?

– Sí, algunas veces, cuando nos reíamos.

– ¿Os reíais mucho?

– Sí, al principio. Pero luego dejó de reírse. Decía que las pastillas le quitaban las ganas de reír. Y lloraba.

– A veces está bien llorar -sonrió Ginny, acariciando el pelo de su sobrina-. A veces es la única forma de despedirse de la gente. Yo creo que tu mamá lloraba porque sabía que estaba despidiéndose de ti.

– Yo no quería que se fuera.

– No, ya lo sé. Pero a veces la gente se pone muy enferma y ni siquiera los médicos pueden curarlos. Pero tu mamá te trajo aquí para que estuvieras con tu papá durante un tiempo. Y luego conmigo. Y con Miriam, con Tony, con los perros…

– ¿Voy a quedarme aquí para siempre?

– ¿Te gustaría?

– Prefiero estar con mi mamá.

– Pero ya sabes que eso no puede ser -dijo Ginny-. Aunque puede que algún día te guste estar conmigo y con los perros. Tu papá y tu mamá no han tenido suerte, Madison. Pero no creo que tengas que despedirte de mí durante mucho tiempo.

– ¿De verdad que no?

– Mucho, mucho tiempo. Tanto que no te lo puedes ni imaginar.

Ginny levantó la mirada y vio a Miriam observando la escena desde el porche. La mujer se pasó una mano por los ojos.

– Maldita alergia -murmuró, antes de entrar en la casa.

Sí, esa alergia era contagiosa. Ginny se encontró a sí misma conteniendo las lágrimas. Iba a perder a Richard. ¿Tenía que perder también a Fergus?

Pero él no quería saber nada de Madison y era lógico. Incluso le dolía mirar a la niña…

– ¡Ginny, es Fergus! -le gritó Miriam desde el porche-. Te necesita.

No, no la necesitaba, pensó ella. Pero puso a Madison en sus brazos y fue a ver con qué paciente tenía un problema.

– Stephanie Horace tiene apendicitis. Es la niña de ocho años a la que tuve que atender anoche… ¿puedes administrarle la anestesia si la opero ahora mismo?

La voz de Fergus era tan formal que Ginny hizo una mueca.

– ¿Seguro que es apendicitis?

– Sí, estoy seguro. Los síntomas ayer eran de una simple gastroenteritis, pero tengo que hacerle una apendectomía.

– Ya.

– No sé si querrás ayudarme…

– ¿Por qué no iba a querer?

– Te has ofrecido a ayudarme antes, pero ahora las cosas han cambiado.

– Sí, las cosas han cambiado, pero yo sigo siendo médico. Tú has sido padre y médico mientras vivía Molly y ahora ese papel es para mí -Ginny miró sus vaqueros manchados de barro y pelos de perro-. Cuando llegue, espero que el quirófano esté preparado, doctor Reynard.

– Muy bien dicho -la animó Miriam cuando colgó el teléfono.

– Es que se ha puesto…

– ¿Tonto? Está enamorado de ti, Ginny.

– No, qué va.

– ¿Estás loca? No puede dejar de mirarte. Richard y yo lo hemos comentado. Ese hombre está loco por ti.

– No está loco por mí. Su hija de tres años murió hace un mes. No tiene sitio en su corazón para ese tipo de sentimientos.

– Ay, Dios mío. ¿Es por eso por lo que vino aquí?

– Aparentemente.

– Y ahora tú has decidido quedarte con la niña.

– Eso es. ¿Cómo no voy a quedarme con ella? Tú conoces la historia de mi familia. Madison se parece a Toby… se parece a Chris. ¿Cómo no voy a quedarme con ella?

– ¿Aunque eso signifique perder al doctor Reynard?

– No voy a perderlo porque no lo he tenido nunca. Él querría una relación entre colegas sin familia, sin compromisos. Pero yo ahora soy una mujer con una familia.

– Y si te quiere, tendrá que aceptarlo -asintió Miriam-. Con familia y todo.

– Pero eso no va a pasar -murmuró Ginny.

El apéndice explotó en cuanto lo rozó con el bisturí, pero Fergus realizó la operación como el estupendo cirujano que era. Tranquilo, serio, concentrado.

¿Qué hacía en Cradle Lake?, se preguntó Ginny.

Después de la operación, Fergus fue a hablar con los angustiados padres. Incluso les explicó que había cometido un error en el diagnóstico y que debería haberse dado cuenta la noche anterior de que era apendicitis y no gastroenteritis. Pero los padres se mostraron comprensivos. Al fin y al cabo, su hija estaba bien.

Estaba bien. Estaba viva. Eso era lo único importante.