Pero había algo en su voz.
– ¿Qué ocurre? -preguntó Ginny.
– Nada. Vamos a meter a Richard en la cama.
– ¿Qué ha pasado, Fergus? -le preguntó ella después de instalar a Richard en su cama del porche.
– Ginny, no puedo…
– No puedes estar conmigo, ya lo sé.
– Pensé…
– Fergus, pasamos una noche estupenda, pero tú no te has liberado. Y es normal. Tú estás donde yo he estado durante muchos años: escapando de todo. Y no pienso cargarte con mi vida.
– Pero tú…
– Yo creo que eres un hombre maravilloso. Un hombre al que me encantaría amar, pero hay muchas cosas que amar en este mundo y tú sólo eres una de ellas.
– Vaya, gracias.
– De nada.
– Es Madison -murmuró Fergus.
– No, no tiene nada que ver con Madison. Crees que querrías estar conmigo si no tuvieras que mirar a una niña otra vez. Pero en realidad no quieres estar conmigo. No como yo quiero estar contigo.
– No te entiendo.
– Porque aún no has tenido una iluminación -sonrió Ginny-. Espero que la tengas algún día. Al fin y al cabo, tú me la has regalado a mí.
– Una iluminación -repitió Fergus.
– Yo solía apartar el dolor enfadándome por cualquier cosa. O trabajando. Me ponía a trabajar y me olvidaba de todo. O me iba al gimnasio a hacer kickboxing.
– ¿Kickboxing?
– No te lo imaginabas, ¿eh?
– No.
– En fin, el caso es que queriéndote a ti me he dado cuenta de que funciona, que puedo amar otra vez. Puedo vivir la vida, puedo ser feliz.
– Sí, pero…
– Tú miras a Madison y se te parte el corazón. Y yo no quiero que pases por eso, Fergus. Es mejor que sigamos siendo colegas y nada más. Quizá en un par de años las cosas hayan cambiado o… quizá algún día yo estaré sentada en una mecedora haciendo punto y gastaré parte de mi pensión en otra mecedora para que te sientes a mi lado. Seguro que serás un octogenario muy guapo.
– Ginny…
– Los dos sabemos que eso no va a pasar ahora, Fergus. Te quiero, pero no te necesito. Me gustaría poder librarte de ese miedo, de esa soledad, pero no sé cómo hacerlo. Quizá lo consigas con el tiempo. Así que date ese tiempo, Fergus. Pero ahora márchate, cariño.
Capítulo 11
Richard murió ocho días después. Fergus había vuelto a la casa muchas veces durante ese tiempo, pero durante sus visitas se mostraba relativamente formal. Como Ginny.
Con Richard había establecido algo tan parecido a la amistad como podía darse entre dos personas en tan diferentes circunstancias.
– Cuida de Ginny por mí, amigo -le había dicho el día anterior, en uno de los pocos momentos en los que estaba consciente-. Se hace la dura, pero cada vez que pierde a alguien se le muere algo por dentro.
Fergus sabía lo que era eso. Si tuviese valor…
Si tuviese valor para aceptar a Ginny, para aceptar a Madison, para aceptar a los perros.
– Seguiré en contacto con ella. Aunque no sé…
– No tienes que saber si eso te va a llevar a alguna parte -susurró Richard-. Y tampoco debes tener miedo. No hay nada que temer, te lo digo yo. Hace unas semanas yo estaba aterrorizado, pero ya no lo estoy. He recibido el regalo de saber que tengo una hija y sé que Madison va a ser maravillosa para Ginny…
– Estoy seguro.
– Fergus, cuida de ella por mí. Cuida de las dos.
– Lo intentaré -le prometió él.
Y cuando Tony lo llamó a las dos de la mañana para decir que todo había terminado, Fergus recordó su promesa mientras iba hacia la granja.
En esas circunstancias no era necesaria la presencia de un médico. Richard había estado en coma durante los últimos tres días y su muerte era inevitable. Él podría firmar el parte de defunción por la mañana…
Pero no ir le parecía impensable.
Cuando llegó a la granja, Tony estaba esperándolo en el porche.
– Sabía que vendrías. Ginny dijo que no te llamáramos, pero…
– Pero yo te dije que me llamaras -lo interrumpió Fergus-. ¿Ha muerto tranquilo?
– Sí, estaba dormido. Si Ginny no hubiera estado con él, apretando su mano, no habríamos sabido la hora exacta de su muerte. Se fue tranquilamente, sin sufrir.
– Ginny…
– No está aquí -lo interrumpió Tony-. Dijo que necesitaba estar sola un rato. Salió en el coche hace unos minutos.
– ¿Y Madison?
– Está durmiendo. ¿Por qué no vas a buscar a Ginny?
– ¿Crees que debería hacerlo?
– Sí. Creo que deberías hacerlo.
Estaba en el cobertizo. Fergus había imaginado que la encontraría allí, pero fue un alivio ver el coche.
La puerta del cobertizo estaba abierta y Ginny sentada en la rampa en la que alguna vez hubo un bote. Estaba completamente inmóvil.
– Ginny…
Ella giró la cabeza y Fergus vio que tenía los ojos llenos de lágrimas. Entonces, sin pensar, corrió hacia ella y la tomó entre sus brazos. Y Ginny lloró por el hermano al que había querido. Lloró y lloró hasta que parecía que no le quedaban lágrimas. Fergus besó su pelo y ella tembló, un temblor que pareció contagiársele.
– Uno nunca está preparado para esto.
– No, es verdad.
– Gracias por venir, Fergus. No debería necesitarte, pero… así es. Ése es el problema. Uno siempre necesita a alguien -suspiró Ginny.
– Todos necesitamos a alguien.
– Tengo que volver a la casa. No quiero que Madison se despierte y… hay muchas cosas que hacer.
– Deja que te ayude.
– Tú ya has hecho más que suficiente. Le has dado a Richard los mejores cuidados médicos para que muriese sin dolor alguno. Le diste tu amistad…
– Pero…
– Te quedan nueve semanas en Cradle Lake, Fergus. Sé que viniste aquí para escapar. Si quieres irte ahora, lo entenderé.
– He firmado un contrato.
– Sí, pero ahora yo estoy disponible. Puedo hacerme cargo del puesto, así que tú puedes irte adonde quieras.
– No, aún no. Tú necesitas tiempo para acostumbrarte a estar sin tu hermano. Madison necesita tiempo…
– Sí, es posible. Pero quizá lo que hay que hacer es tirarse de cabeza.
– Pero no esta noche.
– Sí, esta noche -replicó Ginny-. Eso es lo que hay que hacer: tirarse de cabeza en lo más hondo. Esta misma noche.
Afortunadamente para Fergus durante los dos días siguientes estuvo muy ocupado en la clínica. En cuanto la gente supo que había un médico en Cradle Lake empezaron a acudir de todas partes.
– No puedo dejarle todo esto a Ginny -le dijo a Miriam. Pero la enfermera se encogió de hombros.
– Antes de que vinieras nos encargábamos de todo como podíamos. Y si ahora tenemos a Ginny… ¿Crees que nos quedaríamos de brazos cruzados mientras ella trabaja sin parar?
– No, ya sé que no. Pero Ginny no dejará de trabajar hasta que caiga rendida. Mira lo que hay en la sala de espera. ¿A quién le decimos que no?
– La protegeremos, no te preocupes. Vuelve a tu vida y nosotros seguiremos adelante con la nuestra. Con Ginny.
Con Ginny. Y sin él.
¿Por qué le dolió tanto ese comentario?
Al funeral de Richard acudió toda la comunidad. Incluso Óscar Bentley, aunque nadie sabía por qué. Seguramente Miriam lo habría obligado a ir, quisiera o no, pensó Fergus.
Aparentemente, todos recordaban a Richard Viental, al gran nadador, el niño que, a pesar de su enfermedad y de la tragedia de su familia, en algún momento fue amigo de todos.
Después del funeral, Fergus quiso llevar a Ginny a casa, pero ella insistió en ir en el coche oficial.
– Es mejor así -le dijo, apretando su mano.
– De acuerdo. Como tú quieras.
Estaba pálida y parecía agotada. Seguramente no habría dormido en varios días, pensó. No lo necesitaría esa noche.