Pero al día siguiente…
– Mañana -murmuró Fergus-. Que me necesite mañana, por favor.
La llamada llegó a las dos de la mañana. Y era como si Fergus hubiera estado esperándola. Cuando levantó el auricular y oyó la voz de Ginny al otro lado se incorporó de un salto.
– Ginny, cariño.
– Fergus, necesito tu ayuda.
– ¿Qué ocurre?
– Yo…
– Dilo, Ginny. ¿Qué te pasa?
– Es Madison. Ha desaparecido.
Cinco minutos después Fergus llegaba a la granja. Ginny estaba esperando en la verja, mirando angustiada hacia la carretera.
Fergus saltó del Land Rover y ella corrió para echarse en sus brazos.
– No te preocupes, buscaremos por todas partes -estaba diciendo Ben Cross, el sargento de policía de Cradle Lake, que había llegado cinco minutos después-. La encontraremos, seguro.
– No sé dónde puede estar… no sé por qué ha desaparecido. Quizá la muerte de Richard ha sido demasiado para ella…
– Yo la vi hablando con Óscar en el funeral -dijo Ben entonces.
– Yo también -murmuró Ginny-. Y me pareció que le decía algo raro porque la niña volvió corriendo. Le pregunté que le había dicho, pero no quiso contármelo.
Ben y Fergus se miraron.
– Será mejor que vayamos a hablar con él.
Óscar dormía el sueño de los justos. Aunque no lo fuera. Su asma había mejorado después de varias semanas de buen trato y mejor alimentación y hasta tenía buena cara.
En la residencia le habían dado una habitación orientada hacia la granja que había descuidado durante años y donde se había hecho enemigo de todos, pero la mala conciencia no lo mantenía despierto.
«Es un paciente», se dijo Fergus a sí mismo. Y eso evitó que lo sacudiera para despertarlo. En lugar de eso, encendió la lamparita y lo tocó suavemente en el hombro.
– Óscar…
– ¿Qué quiere? -murmuró el hombre, medio dormido-. ¿Me ha despertado para hacerme otro análisis de ésos?
– No, quiero hablar con usted. Quiero saber qué le dijo a Madison en el funeral.
– ¿Eh?
– A Madison, la hija de Richard Viental.
– Ah, la niña ésa.
– ¿Qué le dijo?
– Iba corriendo y me tiró la copa encima -protestó Óscar.
– Sí, claro, y por eso le gritó, ¿no? -preguntó Fergus, intentando contener la rabia.
– No debería haber ido al funeral.
– ¿Por qué no?
– Era un Viental. Todos deberían haber muerto ya.
– ¿Por qué?
– Porque tienen esa maldita enfermedad. Esa mujer… le pedí que se casara conmigo, ¿sabe? A la madre de Richard. Mi granja es cuatro veces más grande que la de Dave Viental, pero lo eligió a él. Me convirtió en el hazmerreír del pueblo. Solía verlos jugando en el jardín, con esos niños enfermizos… cuando murió el primero pensé: «Bien, así es como tiene que ser. No me eligió a mí y está sufriendo las consecuencias». Luego murió otro y Dave desapareció. ¿Y sabe lo que hice? Fui a la granja con el sombrero en la mano y le dije: «Mary, vamos a olvidar el pasado. Yo soy un hombre razonable. Mandaremos a la niña a un internado y como el otro se te va a morir pronto podemos empezar de nuevo». ¿Y sabe qué pasó? Que Mary se quedó mirándome como si fuera un lunático y luego se echó a reír. Se reía como una histérica, como una loca. Y luego esa niña llegó corriendo y la tomó de la mano diciendo: «Vámonos mamá, tienes que descansar». Y ya está, eso fue todo. Me fui a casa y juré que jamás volvería a pasar por allí hasta que todos ellos estuvieran muertos. Todos ellos…
Fergus consiguió permanecer en silencio. Aunque tuvo que hacer un esfuerzo.
– Y ahora Richard está muerto -murmuró.
– Menos mal.
– Pero Ginny… ¿y Madison?
– Todos se morirán. Richard le habrá pegado la enfermedad a su hija…
– No, lamento decirle que Madison no tiene fibrosis quística. Y Ginny tampoco.
– Ya la tendrán.
– No -insistió Fergus-. Están completamente sanas.
– Entonces, no se van a morir.
– Claro que no. ¿Qué pasó en el funeral, Óscar? ¿Por qué se enfadó con la niña?
– Me puse rabioso.
– ¿Por qué?
– Toda esa basura sobre los Viental, como si fueran santos. Todo el mundo estaba allí, todo Cradle Lake. La gente diciendo que era una pena que hubieran muerto tan jóvenes y la suerte que tenían de que Ginny se quedara como médico en el pueblo…
– ¿Qué le dijo a la niña? -insistió Fergus.
– Que su madre no estaba en el cielo -contestó Óscar-. Que se estaba pudriendo en el cementerio y que Ginny y ella morirían también dentro de poco -añadió, sin el menor arrepentimiento-. Y que si había vida después de ésta, el fantasma de su madre estaría en la carretera que lleva al campo de fútbol, llorando por su amante muerto.
Fergus tuvo que hacer el mayor esfuerzo de su vida para no pegar a un hombre. No podía hacerlo. Era un enfermo. Un enfermo de odio.
De modo que consiguió salir de la habitación y cerrar la puerta sintiéndose enfermo. El campo de fútbol…
«Su madre estaría en la carretera que lleva al campo de fútbol, llorando por su amante muerto».
Fergus llamó a Ginny y ella contestó de inmediato.
– Ponme con Ben. Creo que sé dónde está Madison.
– ¿Qué?
– No quiero que te hagas ilusiones, pero me parece que están buscándola en el sitio equivocado.
Diez minutos después la habían encontrado.
Al principio, Ginny pensó que era su imaginación, una figura envuelta en la niebla en medio de la carretera. Pero allí estaba Madison, con su camisoncito blanco…
– ¡Madison! Cariño, ¿estás bien?
– Quiero ver a mi mamá -dijo la niña.
– No está aquí…
– Pero él me dijo… quiero ver a mi mamá -la interrumpió Madison, empujándola-. Quiero verla…
Ginny cerró los ojos, angustiada.
– Deja que lo intente yo -murmuró Fergus, tomando a la niña en brazos. Había tomado en brazos a su hija muchas veces cuando estaba enfadada por algo, cuando le hacían pruebas en el hospital…
Molly.
Fergus acarició el pelo de Madison con los labios.
– Mamá, mamá…
– Tu mamá no está aquí, cielo.
– El hombre dijo que sí.
– Sé lo que te dijo, pero se equivocaba. Ginny te contó qué le había pasado a tu mamá.
– Ginny no es mi mamá.
– No lo es todavía. Pero casi es tu mamá -sonrió Fergus-. Y es médico. Ella sabe lo que está bien y lo que no está bien. Mucho mejor que ese viejo tan tonto que te dijo que tu mamá estaba aquí.
– Pero él me dijo…
– Ya lo sé, cariño. Estaba enfadado y te dijo eso para que te sintieras mal. Pero tú sabes dónde está tu mamá. Tú sabes que no está aquí.
– Sí está…
– No está, Madison. ¿Y sabes por qué lo sé? Porque yo también soy papá. Los papas saben muchas cosas.
– ¿De quién eres papá? -le preguntó Madison, secándose las lágrimas con una mano.
– Tuve una niña, se llamaba Molly. Ella ya no me necesita, pero creo que tú sí. Si quieres, yo puedo ser tu papá.
Quizá se estaba equivocando, pensó. Quizá era demasiado pronto…
– Tú eres el médico, no eres mi papá.
– Soy médico y papá a la vez. Y estoy enamorado de Ginny. He estado pensando que si te parece bien… podríamos ser una familia. Yo he perdido a mi familia, tú has perdido a la tuya, Ginny a la suya. Si nos juntamos podríamos formar una familia. ¿Qué te parece? Podríamos vivir en casa de Ginny, con los perros… y quedarnos allí para siempre.
La niña lo miró, en silencio. Ginny se acercó entonces y puso una mano en su brazo y otra en la carita de Madison.
– Eso suena muy bien, ¿verdad? A Fergus se le ha ocurrido una idea estupenda. ¿Qué dices, cielo?