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– Bueno, es que has llegado en mal momento. Los caminos están encharcados porque ha habido muchas tormentas últimamente.

– Sí, bueno, no está mal. Muchas ovejas.

– Muchas ovejas, desde luego. Aunque los animales no son lo mío.

– Lo cual explica qué hacías tirada en medio del camino sujetando un cordero por la oreja cuando los que están en el partido de fútbol podían haber vuelto y haberte aplastado.

– En realidad, en esta zona del lago sólo viven ocho personas. Doreen Kettle, que lleva a su madre y a sus cinco hijos al fútbol y conduce diez veces más despacio que tú… y el entrenador, que no vuelve a casa hasta las diez. El equipo de Cradle Lake seguro que ha perdido, siempre perdemos, y el entrenador irá a ahogar sus penas al pub.

– ¿Cuánto tiempo dices que llevas fuera de aquí?

– Diez años. Pero las cosas no cambian en Cradle Lake. Ni siquiera los hijos de Doreen Kettle. Cuando me marché metía a los cinco en el coche para ir a entrenar y ahora sigue haciendo lo mismo, aunque el más pequeño mide metro noventa. Lo que no entiendo es qué haces tú aquí.

– Ya te he dicho que estoy ocupando la plaza de médico…

– Ya, ya, pero es que aquí nunca hemos tenido médico. El último se quedó en Cradle Lake porque se le averió el coche aquí después de la guerra. Iba a visitar a un amigo y no consiguió que nadie se lo arreglase, así que se quedó. No se le ocurrió nada mejor.

Fergus hizo una mueca. Sólo llevaba dos días allí, pero las historias sobre la incompetencia del último médico de Cradle Lake eran legendarias.

– Pero tu coche no se ha estropeado. ¿Qué haces aquí?

– Eché un vistazo al boletín médico y elegí un sitio del que nunca había oído hablar. Además, éste es un Land Rover médico, no podía dejarte tirada.

– ¿Por qué?

– Soy médico.

Ella levantó los ojos al cielo.

– No, quiero decir ¿por qué has venido a un sitio del que nunca habías oído hablar?

– Quería marcharme de la ciudad.

– Pues supongo que sabrás que esto no van a ser unas vacaciones precisamente. Además de los tres o cuatro granjeros de la zona, te encontrarás con familias muy pobres y con necesidades que deberían haber sido atendidas hace años.

– No me importa. Quiero estar ocupado.

Ella lo miró, pero, para su sorpresa, no le hizo más preguntas. Quizá porque no quería que las hiciera él. Algo en su expresión le decía que, a pesar de las bromas, aquella mujer tenía problemas. Problemas graves.

Algo que un buen médico rural debería reconocer.

Pero no, él no era un médico rural; era cirujano y estaba allí para concentrarse en problemas menores y derivar los demás al hospital más cercano.

Y ahora tenía que pensar en una cadera rota.

Cuando llegaron a la granja de Óscar Bentley, que parecía un desguace lleno de coches viejos, cinco o seis perros flacos se acercaron ladrando furiosamente a la verja.

– Soy un chico de ciudad -suspiró Fergus, después de parar el Land Rover-. No estoy acostumbrado a esto.

Ginny se bajó del coche y se acercó a la verja.

– ¡Callaos! -gritó, con una voz que podría haberse oído en otro estado. Y los perros dejaron de ladrar como si les hubiera echado un cubo de agua fría.

Ella, con una sonrisa en los labios, se sacudió las manos como si hubiera terminado una gran tarea.

– Ya puedes bajar. He matado a los dragones. Y te he devuelto el favor. Tú me rescataste y yo te he rescatado a ti. Estamos en paz.

– Gracias.

– ¿Oiga? -oyeron entonces una voz desde el interior de la casa-. ¿Es el puñetero médico? Ya era hora. Uno podría morirse… -la voz se rompió y el hombre empezó a toser.

– Vamos a ver al paciente -suspiró Ginny.

¿Quién era el médico allí? Confuso, Fergus no tuvo más remedio que seguirla.

Óscar Bentley era un hombre enorme. O, más bien, obeso. Quizá el problema no era una cadera rota, pero tenía problemas en cualquier caso. Parecía una ballena varada, tirado en el suelo de la cocina… con una lata de cerveza a su lado.

– Hola, Óscar -lo saludó Ginny-. El doctor Reynard me ha dicho que te has roto una cadera.

El hombre cerró los ojos. Parecía querer protestar, pero no tenía fuerzas para hacerlo.

– Tú eres de la familia Viental. ¿Qué haces aquí?

– Soy Ginny -dijo ella, tomando la muñeca del hombre y mirando el reloj para sorpresa de Fergus. ¿Tenía estudios de medicina?

– Una Viental -repitió Óscar-. ¿Qué demonios haces en mi propiedad? ¿Por qué no estás muerta como los demás?

– Estoy ayudando al doctor Reynard. Además, he estado echando un vistazo a los animales que pastan en mis tierras. Tus ovejas llevan semanas allí y al menos seis han muerto al parir. Nadie se ha ocupado de ellas.

– Métete en tus asuntos. No he llamado al doctor Reynard para que me diera una charla y tampoco te he llamado a ti. No quiero a una Viental en mis tierras.

– Has llamado al doctor Reynard para que te ayudase y no creo que pueda hacerlo… a menos que llame a una grúa.

– Vamos a comprobar esa cadera -intervino Fergus entonces.

– Óscar tiene asma. No hace nada y espera hasta que le da un ataque para que lo lleven al hospital. Lleva veinte años haciendo lo mismo -Ginny miró alrededor e hizo una mueca-. Aunque, por lo que veo, quizá habría que pensar en una residencia.

Tenía razón. La cocina estaba asquerosa. Pero ingresar a un paciente en una residencia no era responsabilidad de Fergus.

– La cadera -repitió, intentando retomar el control de la situación.

– Sí, la cadera, ya -Ginny se sentó en el suelo y puso una mano sobre la cadera de Óscar Bentley-. ¿Te duele?

El hombre no parecía saber cómo reaccionar.

– ¡Ay! -gritó por fin. Pero lo hizo un segundo demasiado tarde.

– ¿Te importaría apartarte? El médico soy yo -protestó Fergus.

– No hace falta. No tiene la cadera rota -suspiró ella-. Seguramente habrá dejado de tomar la medicación para el asma. ¿Llevas oxígeno en el Land Rover?

– Me llamaron por una cadera rota y tengo que examinarlo.

– Iré a buscar el oxígeno y te esperaré fuera. Luego iré contigo a la clínica.

Fergus arrugó el ceño. No sabía por qué quería ir con él.

– ¿Y por qué sabes que voy a llevarlo a la clínica?

– No respira bien, está borracho y habrá que hacerle rayos X en la cadera. Por cierto, ¿cómo piensas levantar a Óscar tú sólito?

– Llamaré a una ambulancia.

– Si te refieres a Ern y Bill, que hacen turnos conduciendo la ambulancia de Cradle Lake, están en el partido y se negarán a venir. Especialmente si es para llevarse a Óscar.

Y ésa era la razón por la que él estaba allí, pensó Fergus. Porque cuando recibieron la llamada, nadie más quiso hacerlo.

– Muy bien, de acuerdo. ¿Puedes esperarme fuera?

– Qué magnánimo -sonrió Ginny.

Fergus sonrió también, a pesar de su confusión.

«Ponte a trabajar y no te fijes en su sonrisa», se dijo a sí mismo.

– Venga, muévete -le dijo.

Y ella le hizo un saludo militar.

– Sí, señor.

Capítulo 2

Oscar no tenía una cadera rota, pero Ginny tenía razón: el hombre estaba completamente borracho. Tenía la tensión por las nubes y su respiración era muy elaborada, incluso después de ponerle oxígeno. Fergus comprobó los niveles de saturación en sangre y aceptó lo inevitable.

– Tengo que ir a la clínica, ¿verdad, doctor? -preguntó Óscar, con evidente satisfacción-. Ya le dije que tenía una cadera rota.

– No la tiene rota, señor Bentley. Pero sí, vamos a llevarlo a la clínica. Aunque quizá deberíamos pensar en una residencia o un hospital en Sidney -sugirió Fergus-. A menos que haya alguien que pueda cuidar de usted…

– Eso no va a ser fácil. Óscar no es precisamente popular por aquí -lo interrumpió Ginny-. ¿Cuál es el diagnóstico?