Era un paisaje estupendo, desde luego. Desgraciadamente, habían pasado cinco años desde la última vez que un médico pasó por allí y, durante ese tiempo, la clínica se había convertido prácticamente en una residencia para ancianos.
Los pacientes que necesitaban cuidados especiales eran enviados a hospitales de verdad.
Sin embargo, Fergus se había quedado sorprendido por el talento de las enfermeras que dirigían aquel sitio. Siendo el único establecimiento sanitario en doscientos kilómetros a la redonda, las enfermeras tenían que atender desde partos a mordeduras de serpiente o accidentes de tráfico.
Miriam, la enfermera que se encargaba de hacer visitas a domicilio y que lo había recibido con los brazos abiertos, estaba esperando cuando llegaron. Viuda de mediana edad, era una mujer competente y directa.
– ¿Dónde ha estado, doctor Reynard? Debería haber ido con usted…
– No sabe lo que nos ha costado sacarlo de su casa.
– Óscar debería estar en una residencia. No puede vivir solo. Yo lo habría dejado en su casa hasta mañana, pero usted insistió en ir… ¿A que no se ha roto una cadera? ¡Ay, Dios mío! ¿En qué lo han traído? -preguntó al ver el colchón.
– Encima de una puerta -sonrió Fergus-. Y tiene razón, no debería vivir solo. Mientras tanto, Miriam, necesitamos una camilla para sacarlo de aquí.
Cuando Ginny saltó del Land Rover, la enfermera se quedó con la boca abierta.
– Ginny Viental.
– La señora Paterson, ¿no? Me acuerdo de usted ¿Podría cuidar del doctor Reynard a partir de ahora? Yo tengo que irme.
– Espera, te llevaré a casa -dijo Fergus.
– No, aún no he terminado mi paseo y Richard está bien…
Entonces oyeron la sirena de la ambulancia.
– Los chicos traen a alguien. Debe de haber pasado algo en el partido -murmuró Miriam.
Los tres se miraron y Fergus vio que Ginny reaccionaba como él. Como lo haría un médico.
– Primero tenemos que estabilizar a Óscar. Miriam, trae una camilla. Ginny, vamos a sacarlo de ahí…
Lo hicieron entre los tres, como lo habrían hecho unos expertos camilleros en cualquier hospital de Sidney.
– Quiero que me metan en una cama -protestó el paciente, pero Fergus estaba ocupado poniéndole una vía.
– Todo en su momento. Necesito una jeringuilla de cinco milímetros…
Levantó la mirada esperando que lo hiciese Miriam, pero era Ginny quien estaba a su lado.
– Miriam está pidiendo refuerzos. Como es la única enfermera de guardia, puede que necesite ayuda. Los de la ambulancia no contestan a las llamadas por radio, de modo que el asunto podría ser grave.
– ¡Métanme en una cama! -insistió Óscar.
– En cuanto podamos. Usted tranquilo.
– Me quedaré con él hasta que compruebe que el nivel de oxígeno en sangre es óptimo -se ofreció Ginny. Pero Fergus vaciló. El sonido de la sirena se acercaba cada vez más…
¿Estaba Ginny Viental cualificada? ¿Como qué?
– ¿Seguro que no vas a asesinarlo?
– No, qué va. Los dos hemos hecho el juramento hipocrático. Una pena.
– ¿Eres médico?
– Sólo por hoy -contestó ella-. Sólo cuando tengo que serlo, así que no empieces a hacerte ideas. Y ahora vete. Déjame con Óscar. Yo me encargaré de que siga respirando.
¿Médico?
Fergus se dirigió hacia la Unidad de Cuidados Intensivos, sorprendido.
De repente, se sentía mucho más tranquilo.
Cuando Molly murió, sencillamente había tomado el camino más fácil. No había querido seguir trabajando en un gran hospital. Mirase donde mirase, había recuerdos de ella. Y en los ojos de la gente veía una compasión que le resultaba intolerable. Un día, mientras realizaba un sencillo cateterismo, a su enfermera le dio por llorar y tuvo que salir de la habitación… dejando a Fergus completamente seguro de que tenía que marcharse.
Otros compañeros intentaban no hablar directamente del tema, pero le hablaban de una u otra manera. Fergus no podía soportarlo, de modo que no había otra salida.
– Descansa un poco -le había dicho su padre.
Jack Reynard era el jefe de cardiología del hospital. Y tras la muerte de Molly le costaba mirar a Fergus a la cara.
– Vete a la playa un par de meses.
La idea de irse a la playa sin Molly le resultaba insoportable, pero también lo era quedarse donde estaba. De modo que había decidido ir a Cradle Lake.
Ahora, oyendo la sirena de la ambulancia, se preguntó si estaba preparado para la vida de un médico rural. Pero afortunadamente tenía ayuda: Ginny. Fuera cual fuera su historia.
Sí, podía hacerlo, se dijo. Mientras hubiese otro médico para echarle una mano.
¿Por qué le había dicho que era médico?
Pero no era momento para recriminaciones, decidió Ginny. Había trabajo que hacer y había que hacerlo rápido.
De modo que ajustó la vía y comprobó que Oscar estaba más o menos cómodo. Hacían falta dos personas para meterlo en la cama y no había dos personas allí. Podía no haber una siquiera si en la ambulancia llevaban una auténtica emergencia.
Fergus podría necesitarla, pero no quería dejar solo a Óscar. El hombre estaba borracho y podría caerse de la camilla…
– Vamos, Viental, piensa -murmuró.
Enseguida tomó una almohada para incorporarlo, a pesar de las protestas de Óscar. De ese modo, si vomitaba no se ahogaría en su propio vómito.
Tenía que hacer algo para evitar que se cayera…
Decidida, empujó la camilla hasta apoyarla contra la pared y luego colocó la cama a su lado, levantando la barra de seguridad. Si se caía, caería sobre la cama.
Alguien debería estar pendiente de Óscar, pero si Fergus necesitaba ayuda…
– ¿Qué pasa si quiero levantarme?
– Inténtelo si quiere. Pero me temo que está atrapado. Como yo.
– ¡Ginny! -Miriam la llamó entonces desde el pasillo-. Fergus te necesita.
– Tengo que irme, Óscar. Quédese tranquilo. Es una orden.
– Necesito un médico…
– Ya lo ha tenido. Relájese e intente dormir.
– Piérdase -le espetó él. Y luego soltó una palabrota.
Ginny se volvió, con una sonrisa en los labios. Si tenía fuerzas para decir palabrotas no iba a morirse.
En cuanto salió al pasillo sintió la típica subida de adrenalina. Echaba de menos su trabajo.
Quizá podría ayudar a Fergus… algún día, de vez en cuando.
¿Qué clase de hombre sería Fergus Reynard?
– Peligroso -murmuró para sí misma, mientras abría la puerta de la UCI.
Aunque no sabía por qué había pensado eso. Fergus era alto, guapo y parecía un poco… ¿cansado? Tenía el pelo castaño, un poco demasiado largo. Necesitaba pasarse un peine. Quizá se peinaba con los dedos, pensó tontamente. Sus ojos grises tenían un brillo de humor y simpatía. No era mucho mayor que ella.
Y parecía muy agradable.
Definitivamente era peligroso y ella no tenía tiempo para eso.
Ni inclinación. Nunca más.
Capítulo 3
Esa fue la última oportunidad que tuvo Ginny de pensar en cuestiones personales durante horas.
En cuanto abrió las puertas de la UCI entendió por qué los chicos de la ambulancia no habían tenido tiempo de contestar a las llamadas por radio. Había una mujer en la camilla y estaba inconsciente. Debía de tener veinticinco o treinta años, vestida con vaqueros, camiseta y sandalias. El pelo largo, rubio, caía alrededor de su rostro exangüe y Ginny se dio cuenta enseguida de que la pobre chica estaba luchando por su vida.
O quizá ya había perdido la batalla.
– Mamá…
Uno de los camilleros llevaba en brazos a una niña de unos cuatro años, deshecha en lágrimas. Su pelito rubio estaba recogido por un lazo rojo con elefantes azules, pero el lazo estaba tan sucio como la camiseta que llevaba. La pobre niña iba descalza y le sangraban los pies…