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Judith Crammond

Ginny miraba la carta, estupefacta. Seguía mirándola cuando sus ojos se llenaron de lágrimas.

– Esto no puede ser -dijo por fin. Fergus miró a Tony y el chico desapareció-. No puede ser…

Fergus le quitó la carta de las manos, la dobló y la dejó sobre una mesita.

– Es una locura, pero parece que eso es lo que ocurrió. Se dirigía a tu granja y sufrió un ataque antes de llegar. No sé cómo pensó que podría conducir en ese estado… El sargento de policía, Ben Cross, ha venido a verme. Encontró los informes médicos en el coche y llamó al hospital donde la habían atendido. Allí le confirmaron que todo era cierto. Llamó para contármelo pensando que eso podría ayudar…

– Y no sirvió de nada.

– No, no he podido hacer nada -asintió él-. No podía creer lo que estaba oyendo cuando le puse el estetoscopio. No sé cómo pudo llegar hasta aquí. No sé, quizá cuando supo que ya estaba cerca, sencillamente su corazón dejó de funcionar.

– Pero su hija… -murmuró Ginny. Aquella niña era la hija de su hermano. Su sobrina. Parecía increíble.

– Los informes son del Hospital Central de Sidney -estaba diciendo Fergus-. Y Richard… ¿es tu hermano?

– Sí.

– ¿Quieres contarme la historia? O lo que sepas de ella.

Ginny respiró profundamente.

– Richard sufre fibrosis quística. El transplante de pulmón del que Judith habla en la carta funcionó durante un tiempo, pero ahora… por eso estamos aquí. Crecimos juntos en la granja. Richard ha vuelto a Cradle Lake para morir.

* * *

La medicina siempre había sido un refugio para Ginny. Sus estudios y el trabajo en el hospital habían sido una manera de olvidar la realidad durante un tiempo. Y también la estaba ayudando ahora.

Óscar, por el momento, tenía que pasar a la cama.

– Lo ha colocado muy bien -sonrió Tony-. Así no hay peligro de que se cayera.

– Supongo que éste va a ser el único final feliz del día -suspiró Ginny.

– Y nos hacía falta uno. Pero no se preocupe, de esto me encargo yo, doctora Viental. Vaya a buscar al doctor Reynard. Fíjese, hemos pasado de ser una clínica sin médico a tener dos. Menuda suerte.

– Yo no trabajo aquí.

– Pues nadie lo diría -sonrió el enfermero-. Doctora Viental, conozco a su familia. Y siento mucho…

– Déjelo -lo interrumpió ella.

Tony asintió con la cabeza.

– Vaya a buscar al doctor Reynard. Vaya a hacer lo que tiene que hacer.

Ginny lo encontró en la oficina, hablando por teléfono con alguien sobre lo que acababa de pasar.

– No sé si necesitaremos un asistente social o no -estaba diciendo-. Esta noche la dejaremos en el hospital. Pero su familia está aquí.

¿Su familia? Ella era su familia, supuestamente.

Pero Richard debería haber sido el último. El final de la familia Viental. ¿Cómo iba a poder seguir…?

No podía hacerlo.

Fergus colgó el teléfono y la miró. Durante unos segundos no dijo nada. Sólo la miraba muy serio, con sus ojos claros, quizá viendo más de lo que Ginny quería que viese.

– Tenemos que hablar con Richard. ¿Está muy mal?

– Sí, muy mal. No podemos contarle esto.

– ¿Por qué no?

– Se está muriendo, Fergus. ¿Cómo crees que se sentiría?

– Si tú te estuvieras muriendo, ¿no querrías saber que has tenido una hija?

– No. Eso me complicaría la vida.

– Pero es parte de la vida, una parte importante. Richard aún no está muerto y tiene derecho a que se lo trate como se trataría a cualquiera.

– ¿Cómo voy a decírselo?

– Yo lo haré por ti.

Ginny se irguió, intentando protegerse.

– No necesito que me digas cómo debo tratar a mi hermano.

– No te estoy diciendo cómo tratarlo. Sólo me estoy ofreciendo para ayudarte en una situación muy delicada.

Suspirando, Ginny se volvió hacia la ventana. ¿Qué podía hacer? ¿Qué debía hacer?

Cradle Lake.

Cuando era pequeña nadaban en el lago, hacían castillos de arena en la orilla, lo pasaban bien… Ginny se recordaba a sí misma con seis años nadando como una campeona hasta la boya que marcaba el comienzo de la zona más profunda. Recordaba a su padre jugando con Richard, que entonces tenía nueve años. Y a su madre con Chris, el más pequeño, nadando en la orilla y gritándoles que volviesen para merendar.

Ése era el último de los buenos recuerdos.

Richard había tardado más que la mayoría de los enfermos de fibrosis quística en ponerse realmente enfermo. Había tenido problemas e infecciones desde pequeño, pero ningún médico se la había diagnosticado. Chris fue el primero que enfermó; le diagnosticaron la enfermedad poco tiempo después de aquel día en el lago. Pero como era una enfermedad genética les hicieron pruebas a todos y descubrieron que Richard la sufría también. Y que ella era portadora. Naturalmente, los médicos sugirieron a sus padres que no tuviesen más hijos. Pero, por supuesto, Toby ya estaba en camino. No había vuelta atrás.

Richard era el último miembro de su familia. El final.

Pero…

– Esto significa que volveré a tener una familia -murmuró.

– ¿No tienes familia?

– La tuve. Mis padres y tres hermanos.

– ¿Y qué pasó?

– Chris murió a los ocho años. Toby cuando tenía diez. Mi padre desapareció. Tras la muerte de Chris, cuando parecía que Toby estaba a punto de morir también, sencillamente nos dejó y no volvió jamás. Luego, tras la muerte de Toby, mi madre empezó a beber…

– Y también os dejó.

– Nos dejó a Richard y a mí. Y ahora quieres que me haga cargo de Madison…

– Nadie quiere que te hagas cargo de nada.

– ¿Cómo que no? Es la hija de mi hermano. Incluso se parece a nosotros. Cuando la vi… se parece muchísimo a Toby y a Chris. ¿Tú sabes cómo fue mi infancia, Fergus? Tenía seis años cuando empezó todo y desde entonces fue una pesadilla. Tuve que ser la enfermera de todos y ahora… si le dices a Richard que tiene una hija la aceptará. Y no tendrá que pedirme que, tras su muerte, yo me haga cargo de ella porque sabrá que voy a hacerlo.

– Quizá ya está hecho. Quizá está hecho desde el día que esa niña fue concebida. Pero tú no lo has sabido hasta ahora.

– ¿Tú sabes cómo duele esto? -exclamó Ginny entonces, con voz entrecortada-. No tienes ni idea… no sabes lo que me estás pidiendo.

– Ginny, no es tu hija. La niña podría ser adoptada cuando Richard muera. O quizá Judith tenía familia…

– Sí, seguro.

– No tienes por qué hacerte cargo de Madison. Puedes cerrar los ojos…

– ¿Ah, sí?

– Se puede hacer.

– Sí, claro. Lo haría y me volvería loca después.

– Tienes que poner las cosas en perspectiva.

– No hay perspectiva. Yo no quiero saber nada.

– Pues muy bien, ésa es tu decisión -suspiró Fergus-. Es la hija de Richard, no la tuya. Puede que él se esté muriendo, pero tiene derecho a decidir qué quiere hacer. Y no tiene derecho a incluirte en esos planes.

– En cuanto conozca la existencia de la niña pasará a ser de la familia. Será mi responsabilidad, como siempre.

– ¿Estás sugiriendo que no le digamos nada?

– No sé lo que estoy sugiriendo -replicó ella, airada-. Pero no puedo hacer esto. No puedo, de verdad.

– ¿Estás cansada de cuidar de los demás?

– Estoy cansada de todo. No quiero amar a nadie, nunca, jamás -Ginny se llevó las manos a la cara para esconderse… ¿esconderse de qué?

No había sitio donde esconderse.

Fergus la tomó de la mano y la atrajo hacia él. Y Ginny no tenía fuerzas para apartarse.

Llevaba tanto tiempo luchando sola… La muerte de Richard sería el paso final en su camino hacia la independencia.

No necesitaba que aquel hombre la abrazase. No necesitaba a nadie.