—Creo que hoy Elya y Meb intentarán matar a Nyef, cuando él regrese —dijo, y Yaya abrió unos ojos como platos—. Pero creo que Nyef no está preocupado, porque se ha vuelto tan fuerte que nadie puede lastimarlo.
Cuando todo terminó, con Elemak y Meb humillados ante el poder del manto del piloto, Yaya estaba más estupefacto que nunca por la perspicacia de Oykib. Pero Oykib estaba agotado. No quería saber tanto. Y sin embargo, a pesar de todo, quería saber más. Quería que el Alma Suprema le hablara a él.
¿Por qué iba a hablarle? Oykib sólo tenía ocho años, y no era fuerte y dominante como Protchnu, el hijo de Elemak, aunque Proya era unas semanas menor. ¿Qué podía decirle el Alma Suprema?
Sentado con los demás en la biblioteca de la nave Basílica, Oykib ya sabía qué les explicarían, porque había oído que el Alma Suprema deliberaba con los adultos antes del lanzamiento, y ahora oía que el Alma Suprema deliberaba con Luet y Nafai. Quería gritarles a todos que se callaran de una vez, pero optó por guardar silencio y escuchar pacientemente la explicación de Luet y Nafai.
No le gustó el modo en que lo manejaron. Dijeron la verdad, como de costumbre —estaba habituado a que ellos dijeran la verdad, más que otros adultos—, pero callaron muchos de sus motivos. Sólo dijeron que era una magnífica oportunidad para que los niños aprendieran muchas de las cosas que deberían saber para que la colonia funcionara cuando llegaran a la Tierra.
—Y como al llegar tendréis catorce, quince o dieciséis años, y en algunos casos dieciocho, podréis hacer el trabajo de un hombre o una mujer. Seréis personas mayores, no niños. Por otra parte, sin embargo, sólo veréis a vuestros padres de cuando en cuando durante el viaje, porque no podemos mantener a más de dos adultos despiertos al mismo tiempo.
Sí, sí, todo eso era cierto, pensó Oykib. Pero ¿por qué habría sólo doce niños en esa pequeña escuela? ¿Por qué no dicen que cuando yo tenga dieciocho años, al final del viaje, Protchnu todavía tendrá ocho? ¿Y qué hay de las amistades, como Tiya, la hija de Mebbekew, y Shyada, la hija de Hushidh? ¿Todavía serán amigas cuando Shyada tenga dieciséis años y Tiya sólo seis? Difícil. ¿No pensáis explicar todo eso?
Pero no dijo nada. Espero. Tal vez llegaran a esa parte de la cuestión.
—¿Alguna pregunta? —dijo Nafai.
—Hay mucho tiempo —dijo Luet—. Si queréis volver a dormir, podréis hacerlo dentro de pocos días. No hay prisa.
—¿Hay algo divertido que hacer en esta nave? —preguntó Xodhya, el hijo mayor de Hushidh. Era la pregunta más obvia, pues antes del lanzamiento los adultos habían asegurado a los niños que querrían dormir durante el viaje porque sería muy aburrido.
—Hay muchas cosas que no podréis hacer —explicó Luet—. El centrífugo nos proporciona gravedad normal para hacer ejercicio, pero sólo podréis correr en línea recta. No podréis jugar a la pelota ni nadar ni acostaros en la hierba porque no hay piscina ni hierba, y ni siquiera en el centrífugo es posible lanzar y atrapar una pelota. Pero podéis luchar, y creo que todos os acostumbraréis a jugar a la peste y al escondite en baja gravedad.
—Y hay juegos de ordenador —añadió Nafai—. No habéis tenido la oportunidad de jugar a ellos porque habéis crecido sin ordenadores, pero Issib y yo encontramos algunos…
—Pero no podréis jugar mucho con ellos —interrumpió Luet—. No queremos que os acostumbréis demasiado, porque en la Tierra no tendremos ordenadores corno éste.
Jugar a la peste en baja gravedad. Con eso habría bastado para ganarse a la mayoría. A Oykib le molestó que fingieran que les daban la oportunidad de elegir cuando sólo les contaban lo bueno y nada de lo malo.
Habría dicho algo entonces, pero Chveya se le adelantó.
—Creo que todo depende de lo que decida Dazya.
Dza, siempre engreída, creyéndose la más importante porque era Niña Mayor, no ocultó su orgullo. Oykib se disgustó, sobre todo porque nunca había visto que Chveya le rindiera pleitesía a Dza. Siempre le había parecido la más sensata de las chicas.
—Chveya, cada cual debe tomar su propia decisión.
—No lo comprendes —dijo Chveya—. Cuando Dazya tome su decisión, yo haré todo lo contrario. Dazya le sacó la lengua.
—Justo lo que esperaba de ti —le soltó—. Siempre tan inmadura.
—Veya —dijo Luet—, me avergüenza que digas algo tan hiriente. ¿Y cambiarías todo tu futuro sólo por rencor hacia Dazya?
Chveya se sonrojó y guardó silencio.
Al fin llegó el punto en que Oykib no pudo callarse más.
—Sé lo que debéis hacer —dijo—. Poned a Dazya a dormir tres días. Cuando se levante, Dza y Chveya tendrán la misma edad.
Chveya puso en blanco los ojos queriendo decir que eso no resolvería nada. Pero Dazya perdió los estribos.
—¡Mi cumpleaños siempre será primero! —gritó—. Soy la primera niña y nadie más lo es. Permaneceré despierta y seré la mayor cuando lleguemos. Nadie va a dominarme.
Oykib notó con satisfacción que Dazya había demostrado a Nafai y Luet por qué Chveya no quería permanecer despierta al mismo tiempo que ella.
—En verdad —dijo Luet—, nadie tiene derecho a dominar a los demás sólo porque sea mayor, más listo o lo que fuere.
Varios niños se echaron a reír.
—Dazya es una prepotente —comentó Shyada, quien, siendo la hermana menor de Dazya, era su principal víctima.
—No es cierto —protestó Dazya—. No soy prepotente con Oykib ni con Protchnu.
—No, sólo con los que son más débiles que tú, mandona —le soltó Shyada.
—Silencio, todos —dijo Nafai—. Éste es precisamente uno de los problemas que habrá en nuestra escuela. La nave no es muy grande, y debemos convivir durante años. En Armonía pasábamos muchas cosas por alto, pensando que se solucionarían con el paso de los años. Pero durante el viaje no toleraremos que los niños mayores impongan su criterio a los menores.
—¿Por qué no? —dijo Dazya—. Los adultos siempre imponen su criterio a los niños.
—Dza —respondió Luet—, creo que eres lo bastante inteligente para comprender que los tres días de diferencia que hay entre tú y Veya no son tan significativos como los quince años de diferencia existentes entre tú y yo.
Chveya se interesó al instante por esta idea.
—Si me quedo despierta, Madre, cuando lleguemos a la Tierra seré tres años mayor de lo que tú eras cuando nací yo.
—Sí, pero ella estaba casada —dijo Rokya, el hijo de Zdorab y Shedemei. De pronto cayó en la cuenta de lo que había dicho, porque se sonrojó y cerró la boca.
—No creo que el matrimonio deba preocuparos por el momento —señaló Luet.
—¿Por qué no? —preguntó Chveya—. A ti te preocupa. Rokya es el único varón que no es tío ni primo mío.
—Eso no será un problema —respondió Luet—. Shedemei dijo que no se darán problemas genéticos, así que si al crecer os enamoráis de un primo o un tío…
La mayoría de los niños gruñeron o demostraron su repugnancia.
—Como decía, cuando seáis mayores, cuando la idea ya no os repugne, entonces no habrá impedimentos genéticos.
Pero Oykib sabía que Shedemei, antes del lanzamiento, le había suplicado al Alma Suprema que la perdonara por haber dicho esa mentira a Nafai, y que le había pedido al Alma Suprema que aconsejara a Nafai que prohibiera los matrimonios entre primos cercanos si podía haber en ello algún peligro. Y también sabía algo más, algo que Shedemei no sabía: lo que ella había dicho acerca del cuidado con que el Alma Suprema los había «criado» para que no tuvieran defectos genéticos era una revelación del Alma Suprema. Oykib lo había oído como un potente mensaje, y ahora aceptaba la idea de casarse con una prima. Más valía que el Alma Suprema tuviera razón. Oykib y Yaya no podían casarse ambos con Da-brota, la hija de Shedemei y Zdorab, así que uno de ellos tendría que casarse con una sobrina o morir soltero.