Chveya no estaba satisfecha.
—Eso no es lo que dijiste aquella noche…
—Veya —dijo Luet, procurando ser paciente—. Tú no oíste esa conversación por ambas partes, y además he obtenido nueva información desde entonces. Ten un poco de confianza, querida.
Entonces habló Motiga.
Como no le interesaba la cuestión del matrimonio, había estado pensando en otra cosa.
—Si las personas que permanecen dormidas no envejecen, ¿eso significa que los que ahora no están aquí seguirán siendo pequeños? ¿Yo seré mayor que Protchnu?
Luet y Nafai se miraron de soslayo. Evidentemente habían procurado evitar esa pregunta.
—Sí —respondió al fin Nafai—. Así es.
—Magnífico —dijo Motiga.
Pero los demás no estaban tan seguros.
—Qué tontería —dijo Shyada, que con sus seis años estaba enamorada de Protchnu—. ¿Por qué no nos turnamos para estar despiertos, como se hará con los adultos?
Oykib se sorprendió de que una niña de seis años hubiera pensado en esta sensata solución. También Nafai y Luet se sorprendieron. Obviamente no sabían qué decir, cómo explicarlo.
Oykib, siempre buscando la oportunidad de ayudar, intervino.
—Mirad, ahora no estamos despiertos porque Nafai y Luet nos quieran más que a los demás. Estamos aquí porque nuestros padres están de parte de Nafai, y los padres de los niños que duermen están de parte de Elemak.
Nafai puso cara de furia. Oykib le oyó hablar con el Alma Suprema, preguntándole si era posible enseñar a aquel mocoso a mantener la boca cerrada.
Oykib también oyó la respuesta del Alma Suprema: ¿No te advertí que no les dieras a elegir?
—Creo que es bueno decidir conociendo el verdadero motivo de las cosas —dijo Oykib, mirando a Nafai a los ojos—. Sé que vosotros, mis padres, Issib, Hushidh, Shedemei y Zdorab son los que obedecen al Alma Suprema, y sé que Elemak, Mebbekew, Obring y Vas intentaron matarte, y el Alma Suprema cree que lo intentarán de nuevo apenas lleguemos a la Tierra. —Sabía que había hablado más de la cuenta, que había mencionado cosas que presuntamente no sabía. Así que se volvió hacia los otros niños para explicárselo—. Es como una guerra. Aunque tanto Nafai como Elemak son hermanos míos, y aunque Nafai no quiere que haya rencillas entre ellos, Elemak tratará de matar a Nafai cuando lleguemos a la Tierra. Los otros niños lo miraban muy serios. Oykib no hablaba demasiado, pero cuando hablaba todos lo escuchaban; y lo que decía era muy serio. Ya no se trataba de asuntos triviales como la cuestión de quién debía mandar a quién. Ese había sido el error de Luet y Nafai. Querían que los niños eligieran, pero sin explicarles todos los problemas. Pues bien, Oykib conocía a esos niños mejor que los adultos. Sabía que lo entenderían, y sabía qué elegirían.
—Como veis —continuó—, el motivo por el cual nos despertaron es que Yasai, Xodhya, Rokya, Zhyat, Motya y yo seremos hombres. Hombres adultos. Mientras que los hijos de Elya, Kokor, Sevet y Meb seguirán siendo niños. De ese modo, Elemak no se enfrentará sólo a un anciano como mi padre o a un tullido como Issib. Se las verá con nosotros, y nosotros defenderemos a Nafai y lucharemos por él si es necesario. Porque eso haremos, ¿verdad?
Oykib miró a cada uno de los niños, que cabecearon asintiendo uno por uno.
—Y no serán sólo los niños —añadió Oykib—. Nosotros doce nos casaremos y tendremos hijos, y nuestros hijos nacerán antes de que los demás puedan tener hijos, y así siempre seremos más fuertes. Es el único modo de evitar que Elemak mate a Nafai. Y no sólo a Nafai. Porque tendrían que matar a Padre, también. Y a Issya. Y tal vez a Zdorab. Y si no los mataran, los tratarían como a esclavos. Y también a nosotros. A menos que permanezcamos despiertos en este viaje. Elemak y Mebbekew son mis hermanos, pero no son buena gente.
Luet había hundido la cara entre las manos. Nafai miraba el cielorraso.
—¿Cómo sabes todo esto, Okya? —preguntó Chveya.
—Lo sé y punto —respondió Oykib—. Simplemente lo sé.
—¿Te lo contó el Alma Suprema? —preguntó la niña en un murmullo.
De algún modo era así, pero Oykib no quería mentirle a Chveya ni insinuar cosas que no eran ciertas. Prefirió no responder.
—Eso es confidencial —contestó.
—Muchas cosas que has dicho son confidenciales, Oykib —dijo Nafai—. Pero ya las has dicho y tenemos que explicarlas. Es verdad que el Alma Suprema piensa que habrá una división en nuestra comunidad cuando lleguemos a la Tierra. Y es verdad que el Alma Suprema planeó todo esto de tal manera que vosotros tengáis edad suficiente para oponeros a Elemak, sus adeptos y sus hijos. Pero no creo que esa división sea inevitable. Yo no quiero una división. Así que mi motivo para esto es que me agradaría contar con doce adultos más para ayudarme con el trabajo de construir la colonia, y con doce niños menos que cuidar, proteger y alimentar. Todos prosperarán más gracias a esto.
—Pero no pensabas decir nada si Oykib no lo mencionaba —comentó Chveya, un poco enfadada.
—Creía que no lo entenderíais —dijo Nafai.
—Yo no lo entiendo —señaló Shyada, pensativamente.
—Yo permaneceré despierto —dijo Padarok—. Estoy de vuestra parte, porque sé que mis padres lo están. Les he oído hablar.
—También yo —dijo su hermanita Dabya. Uno por uno, todos asintieron.
Al final Dazya se volvió hacia Chveya y añadió:
—Y yo lamento que me odies tanto que prefieras seguir siendo una niña a estar conmigo.
—Eres tú la que me odia —dijo Chveya.
—Claro que no —dijo Dazya. Hubo un largo silencio.
—En definitiva —dijo Chveya—, estamos del mismo lado.
—Así es —dijo Dazya.
Y luego, como Chveya era más espontánea de lo conveniente, añadió:
—Y, además, puedes casarte con Padarok. Por mí está bien.
Padarok protestó mientras los demás niños gritaban y reían. Sólo Oykib notó que Chveya, después de decir esas palabras, lo miraba a él antes de agachar la vista.
Conque soy el elegido, pensó. Qué considerada, tomar la decisión por mí.
Pero eso también era obvio. En aquel grupo de doce niños, Oykib y Padarok eran los únicos nacidos el primer año, y Chveya y Dza las únicas niñas.
Si Dza y Padarok terminaban por unirse, Chveya tendría que casarse con Oykib, o bien con alguno de los menores, o bien con nadie.
La idea era vagamente repulsiva. Oykib recordó una ocasión en que lo habían convencido para jugar a las muñecas con Dza y otras niñas. Era aburrido fingir ser el padre y el esposo, y huyó a los pocos minutos. Se imaginó jugando a las muñecas con Chveya y pensó que no sería mucho mejor. Pero tal vez fuera diferente cuando las muñecas eran bebés verdaderos. Al menos, los hombres adultos no parecían tan hastiados. Tal vez faltaba algo cuando jugaban a las muñecas. Tal vez en los verdaderos matrimonios las esposas no siempre querían obligar a los maridos a obedecerlas.
Era mejor que así fuera para Padarok, pues si terminaba por juntarse con Dazya ni siquiera podría pensar sin su permiso. Era la persona más prepotente que conocía. Chveya, en cambio, era sólo testaruda. Eso era diferente. Quería hacer las cosas a su modo, pero no imponía ese modo a los demás. Tal vez pudieran casarse y vivir en casas separadas y turnarse para cuidar a los niños. Eso funcionaría.