Por ejemplo, su hermana menor, Luet, la única pariente de sangre que Hushidh había conocido en su infancia. Mientras Hushidh descansaba a la sombra, Luet se acercó seguida por su hija Chveya, llevando el almuerzo para los que trabajaban en los ordenadores de la nave estelar. Toda su vida Hushidh había considerado su conexión con Lutya como su vínculo más firme. Ambas crecieron sin saber quiénes eran sus padres, como niñas abandonadas en la gran casa de enseñanza de Rasa en Basílica. Todos los temores, todos los engaños, todas las incertidumbres eran soportables, no obstante, porque estaba Lutya, unida a ella por lazos indisolubles, aunque fueran invisibles para todos menos para Hushidh.
También había otros lazos. Hushidh recordaba cuánto le había dolido ver crecer el lazo entre Luet y su esposo Nafai, un joven problemático que a veces demostraba más apasionamiento que sensatez. Para su sorpresa, sin embargo, el nuevo vínculo de Lutya con su esposo no debilitó su vínculo con Hushidh; y cuando Hushidh se casó a su vez con Issib, el hermano de Nafai, el lazo entre ella y Luet se volvió más fuerte que en su infancia, algo que Hushidh creía imposible.
Así que ahora, al ver pasar a Luet y Chveya, Hushidh no las veía sólo como madre e hija, sino como dos seres de luz, unidos por un cordel grueso y rutilante. No había vínculo más fuerte que éste. Chveya también amaba a su padre Nafai, pero el lazo entre los hijos y el padre siempre era más inestable. Estaba en la naturaleza de la familia humana. En la madre, los hijos buscaban alimento, consuelo, un cimiento firme. Del padre, en cambio, buscaban la consideración, ansiando la aprobación, temiendo la condena. La influencia del padre era igualmente poderosa pero, por cariñoso que éste fuera, casi siempre había un elemento de temor en la relación, pues el hijo concentraba en el padre su temor al fracaso. Había excepciones, pero Hushidh había aprendido a esperar que en la mayoría de los casos el lazo con la madre fuera el más fuerte y brillante.
Mientras pensaba en la conexión entre madre e hija, Hushidh pasó por alto un importante detalle. Sólo reparó en lo que faltaba cuando Luet y Chveya entraron en la nave estelar: la conexión entre Lutya y ella.
Pero eso era imposible. ¿Después de tantos años? ¿Y por qué el lazo sería ahora más débil? No habían reñido. Al contrario, estaban más unidas que nunca. ¿No habían sido aliadas durante las largas luchas entre el esposo de Luet y sus malvados hermanos mayores? ¿Qué podía haber cambiado?
Hushidh siguió a Luet y la encontró en la cabina del piloto, donde Issib, el esposo de Hushidh, deliberaba con Nafai, el esposo de Luet, acerca del sistema informático de soporte vital. Los ordenadores nunca habían interesado a Hushidh. Le interesaba la realidad, la gente de carne y hueso, no esos ingenios artificiales basados en unos y ceros. A veces pensaba que los ordenadores atraían a los hombres precisamente por su irrealidad. A diferencia de las mujeres y los hijos, los ordenadores se podían controlar totalmente. Así que Hushidh sentía un secreto deleite cuando un programa obstinado hacía rabiar a Issya o Nyef hasta que encontraban el error de programación. También sospechaba que Issya, cuando uno de sus hijos era obstinado, creía en el fondo de su corazón que el problema consistía en hallar el error en la programación del niño. Hushidh sabía que no era un error, sino un alma inventándose a sí misma. Cuando trataba de explicarle esto a Issya, él dejaba la mirada perdida y huía de nuevo a sus ordenadores.
Pero hoy todo funcionaba bien. Luet y Chveya sirvieron el almuerzo para los hombres. Hushidh, que no tenía un cometido específico, las ayudó, pero cuando Luet mencionó que los otros que trabajaban en la nave también necesitaban comer, Hushidh ignoró las insinuaciones y así obligó a Luet y Chveya a ir a llamarlos.
Issib podía ser hombre y preferir los ordenadores a los niños, pero era perspicaz. En cuanto Luet y Chveya se fueron, preguntó:
—¿Querías hablar conmigo, Shuya, o con Nyef? Hushidh besó a su esposo en la mejilla.
—Con Nyef, desde luego. Ya sé todo lo que piensas tú.
—Y antes de que yo lo sepa —dijo Issib, fingiendo un tono lastimero—. Bien, si queréis hablar en privado, tendréis que salir vosotros. Estoy ocupado y no pienso irme de la habitación donde está la comida.
No mencionó que levantarse e irse era más problemático para él. Aunque en las inmediaciones de la nave estelar sus flotadores funcionaban y no estaba atado a su silla, el desplazamiento físico representaba un gran esfuerzo para Issib.
Nyef terminó de teclear una orden, se levantó y llevó a Hushidh a un corredor.
—¿Qué ocurre? —preguntó. Hushidh fue al grano.
—Tú sabes cómo veo las cosas.
—¿Te refieres a las relaciones entre las personas? Sí, lo sé.
—Hoy he visto algo muy perturbador. Nafai esperó a que ella continuara.
—Luet está… bien, separada. No de ti. Ni de Chveya, sino de todos los demás.
—¿Qué significa eso?
—No sé —dudó Hushidh—. No sé leer la mente. Pero me preocupa. Tú no estás separado. Sigues unido por lazos de amor y lealtad aun a tus repelentes hermanos mayores, vete a saber por qué, aun a tus hermanas y a sus lamentables maridos…
—Veo que sientes el mayor de los respetos por ellos —interrumpió Nyef.
—Sólo digo que Luet también compartía ese sentido de la obligación hacia la comunidad. Tenía contacto con todos. No como tú, pero su contacto con las mujeres era más fuerte. Mucho más fuerte. Era la cuidadora de las mujeres. Desde que en Basílica descubrieron que era la vidente de las aguas, ha tenido ese don. Pero se acabó.
—¿Está embarazada de nuevo? No debería estarlo. No puede haber mujeres encintas durante el lanzamiento.
—No es eso. No está ensimismada como ocurre con las mujeres que están encinta. —Hushidh se sorprendió de que Nafai hubiera recordado aquel detalle. Años atrás le había mencionado que las mujeres preñadas perdían contacto con los demás, pues se concentraban en el niño. Así era Nafai. Durante días, semanas o meses actuaba como un adolescente bobalicón, capaz de decir la mayor barrabasada en el momento menos apropiado, como si no tuviera en cuenta los sentimientos ajenos. Y de pronto demostraba que no se perdía detalle, que observaba y recordaba todo. Lo cual sugería que cuando era grosero lo era adrede. Hushidh no sabía qué pensar.
—¿Entonces qué es?
—Creía que tú me lo contarías a mí —respondió Hushidh—. ¿ Luet ha mencionado algo que te hiciera pensar que se estaba distanciando de todos excepto de ti y de vuestros hijos?
Nafai se encogió de hombros.
—Tal vez sí y no lo he notado. No siempre noto las cosas.
El solo hecho de que lo dijera consiguió que Hushidh lo dudara. Nafai lo había notado, pero no quería hablar de ello con Hushidh.
—Sea lo que fuere —dijo Hushidh—, tú y ella no estáis de acuerdo.
Nafai la miró con mal ceño.
—Si no crees en lo que digo, ¿por qué te molestas en preguntar?
—Me aferró a la esperanza de que un día decidas que soy digna de escuchar los grandes secretos.
—Cielos, parece que hoy no andamos en buena sintonía —exclamó Nafai.
Cuando empezaba a portarse como un hermanito menor, Hushidh lo detestaba.
—Alguna vez le señalaré a Luet que cometió un grave error el día en que impidió que esas mujeres te mataran por violar la santidad del lago de Basílica.