Issib respondió por Nafai.
—El sistema de soporte vital no puede sostener a tanta gente despierta al mismo tiempo. Ya se está esforzando. El oxígeno disminuirá a medida que pasen las horas.
—No hay problema —dijo Elemak—. Pondremos a dormir a todos los traidores y embusteros el resto del viaje, y también a sus hijos.
—No lo harás —susurró Padre. Elemak lo miró en silencio.
—Creo que el ordenador de la nave hará lo que yo quiera cuando yo tenga el índice. Padre no se dignó responder.
—El índice, Chveya —dijo Elemak—. He cumplido mi palabra.
—Desátalo —dijo Chveya.
—No puede hacerlo —comentó Issib—. Nafai tiene el manto. No se lo puede arrebatar. Si lo deja en libertad, Nafai recobrará el control en cuestión de un instante. Nadie podría oponérsele.
Eso era lo que Elemak había logrado con la captura de los mellizos. Padre se había dejado amarrar para que sus pequeños no sufrieran daño. Por primera vez Chveya comprendió cuan impotentes eran sus padres.
Sólo la gente sin hijos era libre de actuar a su antojo. Si debías proteger a tus pequeños, eras más vulnerable.
—¿No puedes aflojar las cuerdas? —preguntó Chveya—. No tienes que dejarlo en esa posición.
—No, no tengo que hacerlo —puntualizó Elemak—. Pero quiero. A fin de cuentas, soy perverso, terrible y violento. El índice, Chveya, o tu madre correrá la misma suerte. A él no le hace del todo daño, porque tiene el manto, pero a ella ningún manto la curará.
Chveya notó que Madre se envaraba.
—No lo harás —lo desafió Chveya.
—¿De veras? Ya que Oykib, tú y Padre han logrado que todos me odien, ya no puedo crearme más dificultades. Y si demuestro que puedo tratar a una mujer con tanto rigor como a un hombre, tal vez no tenga que soportar más intromisiones de pequeñas zorras como tú.
—Díselo —terció Padre resignado. Lo había oído de sus propios labios. Ya nada podía lograr con su resistencia.
—Te llevaré —dijo Chveya—. Está en el centrífugo. Pero tendrás que esperar a que se detenga. No puedes sacarlo mientras esté en movimiento.
—¿Dentro de los engranajes? —dijo Elemak—. Tantas molestias… lo habría deducido tarde o temprano. De acuerdo, largo de aquí, todos. Cerraré con llave esta puerta, y apostaré un guardia, así que ni soñéis en entrar para desatarlo. Tenéis suerte de que ya no lo haya matado.
Y por un instante Chveya se preguntó por qué Elemak no lo había matado. Lo había intentado antes, ¿o no? Tiene que ser el manto. No es fácil matar a Padre mientras está dentro de la nave o cerca de ella. Tal vez Elemak ni siquiera pueda tocarlo, y mucho menos hacerle daño, a menos que Padre lo permita. Y si trata de matarlo, tal vez ni siquiera se necesite una reacción voluntaria de Padre para devolver el golpe. Tal vez el manto responda automáticamente. O tal vez el Alma Suprema lo controle. Pero eso equivale a una respuesta automática, ¿verdad? El Alma Suprema es sólo un ordenador.
(Y tú eres sólo un conjunto de compuestos orgánicos.)
Chveya se sonrojó. Se dejó llevar por Elemak y los demás fuera de la habitación, y sólo a último momento se acordó de decir:
—¡Padre, te amo!
Al principio Elemak insistió en recobrar el índice mientras el centrífugo estaba en movimiento, pero cuando comprobó que no podía sacarlo sin grave peligro de caerse y ser triturado por las ruedas, aguardó de mala gana a que la máquina se detuviera. Fuego ordenó a Obring que lo sacara. Chveya comprendió por qué Elemak no se atrevía a descender por la abertura: temía que alguien lo dejara encerrado. Podría salir con prontitud por una u otra puerta —había pasajes que conducían al resto de la nave— pero alguien ya habría llegado a donde estaba Nafai para liberarlo. Ya no podía fiarse de nadie. Así que fue Obring quien bajó, y fue Obring quien entregó a Elemak el índice envuelto en un paño.
—No puedo creer que esta chiquilla se haya metido allí mientras esa cosa se movía —dijo Obring.
Elemak no respondió, pero Chveya se enorgulleció del cumplido. Lo había hecho bien. Y aunque Oykib, por alguna razón, le había dicho a Elemak quién había escondido el índice, ella había logrado debilitar la posición de Elemak y visitar a Nafai.
Elemak apartó el paño y sostuvo el índice en las manos. Nada pasó.
Se volvió hacia Issib.
—¿Cómo funciona? —preguntó.
—Así —dijo Issib—. Tal como lo estás haciendo.
—Pero no está haciendo nada.
—Claro que no —dijo Issib—. El Alma Suprema lo controla, y no quiere hablar contigo. Elemak se lo entregó a Issib.
—Pues hazlo tú. Ordénale que haga lo que te digo, o Hushidh terminará en la bodega con Nafai.
—Lo intentaré, pero no creo que el Alma Suprema se deje engañar sólo porque yo lo sostengo. No se someterá a tu voluntad.
—Cállate y hazlo —ordenó Elemak. Issib descendió al suelo y recibió el índice. Apoyó en él las manos. No pasó nada.
—¿Ves? —dijo.
—¿Qué sucede habitualmente? —preguntó Elemak—. ¿Puede ser que reaccione con lentitud?
—Nunca es lento —dijo Issib—. No funcionará mientras el capitán no esté al mando de la nave.
—Capitán —escupió Elemak con desprecio.
—Cada vez tendremos menos oxígeno —planteó Issib—. La nave sólo puede descomponer el bióxido de carbono a cierta velocidad, y tenemos a gran cantidad de gente respirando.
—Conque el Alma Suprema intenta valerse de la provisión de oxígeno para someterme.
—No se trata del Alma Suprema —lo contradijo Issib—. No controla los sistemas directamente, y no podría desactivarlos para dañar a seres humanos. Las máquinas tienen dispositivos de seguridad incorporados. Así son las cosas.
—Bien —dijo Elemak—. Pondremos a dormir a toda la gente que no quiero despierta. Incluso dejaré que Nafai duerma el resto del viaje, aunque creo que lo dejaré atado durante la siesta.
—¿Para que quede más tullido que yo? —preguntó Issib.
—Buena idea —aprobó Elemak—. Nunca me has dado ningún problema.
—No importa lo que planees. El Alma Suprema puede impedir que actives las cámaras de animación suspendida. Sólo tiene que enviar una señal de peligro a los ordenadores que las controlan. No puedes anular esa orden.
Elemak recapacitó.
—Bien —dijo—. Puedo esperar.
—¿Crees que puedes esperar más que el Alma Suprema?
—Creo que el Alma Suprema no desea que este viaje fracase. Creo que al fin comprenderá que yo estaré al mando de la colonia, y se adaptará.
(Ni lo sueñes.)
—Ni lo sueñes —repitió Chveya.
—Vaya —exclamó Elemak, volviéndose hacia ella—. ¿Ahora el Alma Suprema habla contigo?
Chveya calló.
(Puedo cumplir mi misión primaria aunque en la nave no haya ningún organismo vivo.)
—El Alma Suprema puede cumplir su propósito esencial aunque todos los organismos de la nave estén muertos —dijo Chveya.
—Eso les dice a los crédulos —dijo Elemak—. Creo que pasaremos unos días interesantes mientras averiguamos si el Alma Suprema es sincera.
—Los bebés morirán primero —señaló Issib—. Y los ancianos.
—Si uno de mis bebés muere por esto —dijo Elemak—, entonces por mí todos pueden morir, y me incluyo. La muerte sería mejor que otro día a las órdenes de ese bastardo artero, bravucón y traidor a quien Padre me dio por hermano. —Elemak se volvió hacia Chveya con una sonrisa—. No quiero decir nada malo de tu padre delante de ti, pequeña. Pero, como te pareces tanto a él, quizá lo hayas tomado como un elogio.
El odio de Chveya pudo más que el miedo a la ira de Elemak.