En el anochecer del segundo día llamaron a la puerta de sus aposentos, y al abrir Luet se encontró con Zdorab. Los mellizos dormían, respirando con rapidez pero con regularidad. Los mayores —Zhatva, Motiga, Izuchaya— no estaban dormidos, pero permanecían acostados para consumir la menor cantidad posible de oxígeno; les habían ordenado que lo hicieran siempre que fuera posible, y como todos sentían la escasez de oxígeno, cumplían sin resistencia esta orden de Elemak.
Luet miró a Zdorab en silencio.
—Debo hablarte —dijo él.
Luet pensó en cerrarle la puerta en las narices, pero no quería juzgarlo sin oír lo que tenía que decir. Lo hizo entrar. Se asomó al corredor y vio que Vas y Obring observaban. No era una visita clandestina, pues. A menos que aquellos dos corazones pétreos tuvieran el coraje de contravenir las órdenes expresas de Elemak.
Luet cerró la puerta.
—Fui yo —dijo Zdorab—. Sé que lo sabes, pero necesitaba contártelo. Elemak me dijo que debía decir que no podría haber cancelado mi programa de alarma aunque hubiera querido, pero lo cierto es que habría podido. Y quise hacerlo. Al final, cuando me dormía, traté de advertir a Shedya y a Nyef de que se detuvieran, de que abrieran mi cámara, de que…
Notó que sus palabras no surtían efecto. Miró hacia la puerta.
—No podía prever cómo saldrían las cosas. Creí que Elemak se lo tomaría como un hecho consumado, que buscaría un modo de que los demás niños recibieran instrucción durante los tres últimos años. Algo así. Vuestros hijos habrían tenido seis años y medio, los suyos tres y medio. No pensé en… la violencia, Nafai atado de este modo, y ahora el sistema de soporte, la falta de aire. ¿No puedes pedir al Alma Suprema que ceda y permita que la mitad de nosotros vuelva a dormir?
Conque de eso se trataba. Elemak y los demás usaban a Zdorab para persuadirla de salvarlos de las consecuencias de sus propios actos.
—Puedes decirle a Elemak que cuando libere a Nafai y le devuelva el control de la nave, él y su gente podrán volver a la cámara de animación suspendida. ¿O debería decir tú y tu gente?
Para asombro de Luet, a Zdorab se le humedecieron los ojos.
—Yo no tengo gente. Ni siquiera tengo esposa. Tal vez no tenga hijos.
Conque Shedemei no lo había sabido. Eso no la sorprendía.
—No espero que te apiades de mí —dijo Zdorab, enjugándose los ojos y recobrando la compostura—. Sólo quiero que entiendas que si hubiera sabido…
—¿Si hubieras sabido qué? ¿Que Elemak odiaba a Nafai? ¿Que quería matarlo? ¿Cómo pasaste por alto ese pequeño detalle, cuando todos vimos a Nafai ensangrentado después de la última conspiración de Elemak?
Los ojos de Zdorab relampaguearon de furia.
—No ha sido Elemak quien ha conspirado esta vez.
—No, ha sido el Alma Suprema —dijo Luet—. Y tú. En realidad, has logrado participar en la conspiración de unos y otros. —Entonces comprendió—. Y de eso se trataba, ¿verdad?
—Yo no pertenezco a la familia. Shedya y yo no somos parientes de nadie.
—Shedya es sobrina de tía Rasa.
—No es un parentesco de sangre…
—Es más próximo que eso.
—Pero no yo. Mis hijos quedarán atrapados en esta riña familiar entre Nafai y Elemak, haga lo que haga. No soy como Volemak o sus hijos. No tengo fuerza física, no soy muy hombre, según el modo en que se juzga a los hombres. ¿Cómo podía proteger a mis hijos? Pensé que si mantenía una buena relación con ambos…
—Eso es imposible. Y sobre todo ahora, gracias a ti.
—Hice lo que consideré mejor para mis hijos. Me equivoqué. Ahora ninguna de ambas partes confía en mí y mis hijos también pagarán por ello. Me equivoqué, y no me propongo ocultar que hice algo malo. Pero no trataba de traicionaros a ti o a Nafai. Hice lo que consideré mejor para mis hijos.
—Muy bien —dijo Luet fríamente—. Ya te has confesado. Si alguna vez me permiten hablar con alguien aparte de con mis hijos, diré a todos que sólo te impulsaba una altruista preocupación por tus descendientes.
—Mebbekew dice que eres fría.
—Y ya sabemos qué gran observador de los seres humanos es Meb.
—Pero se equivoca —continuó Zdorab—. No eres fría. Estás que ardes.
—Gracias por esa burda metáfora sobre mi carácter.
—Sólo recuerda, Luet. Sé que te he hecho daño, y que estoy en deuda contigo, profundamente y para siempre. No soy por naturaleza indigno. Actué como siempre han tenido que actuar los hombres como yo… buscando su supervivencia del mejor modo posible. Llegará un momento en que necesitarás mi ayuda, por mucho que me desprecies. Estoy aquí para decirte que cuando ese momento llegue me tendrás a tu disposición para lo que me pidas.
—Bien. Dile a Elemak que desate a mi esposo.
—Para lo que me pidas y esté en mi mano. Ya le he pedido que desate a tu esposo. Kokor y Sevet se lo han exigido. Tu hija mayor le escupió en la cara y lo acusó de ser un eunuco que tenía que encarcelar a los mejores para sentirse hombre.
Luet jadeó.
—¿Él la golpeó?
—Sí —contestó Zdorab—. Pero Chveya está bien. Todos se enfadaron con Elemak por ese acto, y no ha vuelto a acercarse a ella. Creo que sólo le sirvió para enemistarse con su esposa.
Y sin duda eso era lo que se proponía Chveya.
—Ése ha sido siempre el problema de Elya —dijo Luet—. Siempre responde a las palabras con actos. Puede silenciar al que habla, pero sólo confirma la verdad de lo que ha dicho.
—Y tú, con tu implacable silencio… las mujeres no hablan de otra cosa. Y Shedya se ha unido a tu boicot de la conversación. Todos quieren que Elemak se detenga. Creí que te gustaría saberlo. Lo que estás haciendo, lo que han hecho Chveya y Oykib, hasta el callado aguante de Nafai… vuestra resistencia es valiente y obstinada, y todos los partidarios de Elemak sienten… vergüenza.
Luet asintió gravemente. Necesitaba saber eso. Pero el hecho de que Zdorab se lo dijera no los convertía en amigos.
—He visto mucha valentía en estos dos días —dijo Zdorab—. Yo nunca he tenido esa clase de valentía que se demuestra abiertamente, a pesar de la impotencia, y obliga a los fuertes a llegar a lo peor. Chveya. Oykib. Mi vida habría sido diferente si yo hubiera actuado así. —Zdorab rió amargamente—. Sí, tal vez estaría muerto.
Luet cayó en la cuenta de que no sabía nada sobre Zdorab, sobre su pasado. Hablaba como si siempre hubiera vivido atemorizado y sin amigos. ¿Por qué?
Contra su voluntad, tuvo que admitir que las cosas se verían de otro modo desde la perspectiva de ese hombre. Para ella no había opciones. Tenía que hacer todo lo posible para ayudar a Nafai y al Alma Suprema a triunfar sobre Elemak, pues de lo contrarío ella se quedaría sin nada. Pero Zdorab podía concebir su futuro donde Elemak había vencido, y si eso ocurría —y ciertamente podía ocurrir— no era una bajeza moral preparar un sitio para él y sus hijos en el bando de Elemak.
El inconveniente era que podía terminar no teniendo lugar en ningún bando. Y así estaban precisamente las cosas ahora.
Trató de ser menos glacial cuando volvió a hablarle.
—Zdorab, lo que has dicho no ha caído en oídos sordos. Si te preocupas por el futuro, puedo decirte esto con plena confianza. Ninguno de nosotros tomará represalias contra ti, y menos contra tus hijos. No han perdido su lugar entre nosotros, si allí desean estar.
—Elemak perderá esta batalla —dijo Zdorab—. El problema es cuántos morirán antes de que él caiga.