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—Espero que nadie.

—Sólo digo que pude haber venido aquí por mero egoísmo. No tienes motivo para confiar en mí.

Os engañé a todos. Pensabais que era uno de vosotros y os traicioné. Nunca podréis olvidarlo, y yo tampoco. Pero puedes contar con ello. Si Nafai o tú volvéis a necesitarme, allí estaré. Pase lo que pase. Aunque muera en el intento.

Luet apenas logró reprimir una respuesta socarrona.

—No es por mí —continuó Zdorab—. Ni siquiera es por vosotros. Es el único modo en que puedo redimirme ante mis hijos. Todos sabrán lo que hice, tarde o temprano. Por eso no me he molestado en tratar de ocultar esta conversación a tus hijos, los que están despiertos con los ojos cerrados. Mis hijos se avergonzarán de mí, aunque nadie se burle de ellos. De alguna manera, algún día, me redimiré ante sus ojos. Eso es lo que significa para mí la supervivencia. Creí que era sólo cuestión de permanecer con vida, pero no lo es. Nadie vive para siempre, de todos modos. Lo que importa es cómo te recuerdan. Lo que pensarán tus hijos de ti cuando hayas muerto. Eso es la supervivencia. —Miró a Luet a los ojos—. Y si algo puede decirse acerca de mí, es esto: soy un superviviente.

Se levantó del borde de la cama donde estaba sentado. Luet abrió la puerta y Zdorab se marchó.

En el silencio que siguió, Zhatva murmuró:

—Me alegra no estar en su lugar.

—No estés tan seguro —respondió Luet adustamente—. Nuestro lugar no es precisamente cómodo.

—Ojalá hubiera sido tan valiente como Veya —dijo Zhatva.

—No, no, Zhyat, no pienses así. Ella estaba en posición de servirse de la valentía para lograr algo. Tú no. Cuando llegue el momento en que necesites coraje, lo tendrás. Todo el que necesites. —Y para sí añadió en silencio: Ojalá nunca llegue ese día. Pero sabía que ese día llegaría, y tembló.

Oh Nafai, pensó. Sólo con que pudieras oírme como me oye el Alma Suprema. Si supieras cuánto te amo, cuánto me duele saber lo que estás sufriendo. Y lo único que puedo hacer es cuidar de los niños y confiar en el Alma Suprema y en que la naturaleza obre algún milagro para liberarte. Hago lo que puedo, pero no es suficiente. Si mueres, ¿qué será la vida para mí? Aunque los niños estén a salvo, aunque lleguen a ser adultos buenos, fuertes y maravillosos, no será suficiente si te he perdido. El Alma Suprema nos puede haber unido como peones en su juego, pero eso no significa que nuestro lazo sea más débil. Es fuerte, más poderoso que las cuerdas que te atan, pero si no estás junto a mí, yo me siento atada, encerrada en mi alma e inmovilizada, incapaz de respirar. Nafai.

Aquel nombre vibró en su mente. La imagen del rostro de Nafai era como una llamarada.

Se acostó, obligándose a relajarse, imponiéndose el sueño. Cuanto menos oxígeno respire, más tendrá él, más tendrán los niños. Debo dormir. Debo conservar la calma.

Pero no sentía calma, y cuando al fin cayó en un profundo sueño, su corazón latía con fuerza y ella respiraba acelerada y entrecortadamente, como si librara una batalla donde apenas lograba esquivar las estocadas del enemigo.

En la primera comida del tercer día, Elemak no estaba en la sala. Nadie se atrevió a preguntar dónde estaba, y a nadie le importaba. En su ausencia predominaba la cautela, y en su presencia el miedo. Claro que nadie confiaba en la buena voluntad de Meb, Obring y Vas. Meb parecía deleitarse en pequeñas crueldades, y era evidente que Obring disfrutaba de su situación de autoridad. Pero se sabía que traicionarían a Elemak en un santiamén si creyeran que eso podía beneficiarlos. Vas, por otra parte, parecía detestar lo que hacía. Aun así, lo hacía y era el que más gozaba de la confianza de Elemak. Elemak podía encomendarle una tarea sabiendo que la haría a conciencia, aunque Elemak no estuviera allí para observarlo, algo que no podía decirse de los otros dos hombres elemaki.

Ese día, sin embargo, al irse Elemak, se planteó el primer desafío abierto a su autoridad. Volemak, tras mirar a Rasa, se puso de pie e interpeló al grupo.

—Amigos y familiares —comenzó.

—Siéntate y cállate —dijo Mebbekew. Volemak miró a su hijo con soberana calma.

—Si quieres silenciarme —dijo—, eres libre de intentarlo. Pero en ausencia de la fuerza física, diré lo que debo.

Meb avanzó un paso hacia su padre. De inmediato, aunque nadie había dado instrucciones, Yasai, el hijo menor de Volemak, Zaxodh, el hijo mayor de Issib, y Zhatva, el hijo mayor de Nafai, se pusieron de pie. No estaban cerca de Volemak, pero la amenaza era manifiesta.

Meb se echó a reír.

—¿Creéis que tengo miedo de unos chiquillos?

—Te conviene andar con cuidado —advirtió Rasa—. Han vivido en baja gravedad durante seis años, mientras que tú no pareces mantener bien el equilibrio.

—Ven, Obring —dijo Meb. Obring dio un paso hacia Volemak. Ahora se levantaron Motiga, el segundo hijo de Nafai, y Padarok, el hijo de Zdorab. Poco después Zdorab mismo se puso de pie.

—Vas —dijo Meb—, puedes fingir que no te importa, pero a mí esto me huele a rebelión. Vas asintió.

—Obring, llama a Elemak.

—¡Podemos manejarlo nosotros! —rugió Meb.

—En efecto. Ya lo estamos haciendo muy bien. Obring miró a Vas ya Mebbekew, dio media vuelta y salió de la biblioteca.

—Como decía —continuó Volemak—, esta disputa está mal planteada. Fui yo quien se dirigió al desierto siguiendo la llamada del Alma Suprema, y fui yo quien condujo esta expedición. Es verdad que en el desierto delegué la autoridad cotidiana en Elemak, pero era sólo una medida provisional en reconocimiento de su destreza y experiencia. Asimismo, durante la travesía delegué el mando de la nave en Nafai, dado que el Alma Suprema le entregó el manto de capitán. Lo cierto es que soy el líder legítimo de este grupo, y cuando lleguemos a la Tierra no delegaré mi autoridad en nadie. Ni Elemak ni Nafai estarán al mando mientras yo viva.

—¿Y por cuánto tiempo será eso, anciano? —preguntó Meb.

—Por más tiempo del que deseas, gusano despreciable —replicó Volemak sin inmutarse—. Es evidente que Elemak está fuera de control. Con la amenaza de la fuerza y la colaboración de tres matones sin voluntad propia —Volemak miró a Vas a los ojos—, y como Nafai aceptó su cautiverio para salvar la vida de sus hijos, el motín de Elemak parece haber triunfado. Sin embargo, todos sabemos que en algún momento Elemak tendrá que aceptar la realidad. La nave no puede mantenernos despiertos a todos, y el Alma Suprema no le permitirá poner a nadie en animación suspendida mientras Nafai permanezca amarrado. Así que ahora solicito de todos el solemne juramento de reconocer únicamente mi autoridad y ninguna otra cuando haya pasado esta crisis. Mientras yo viva no habrá que escoger entre Nafai y Elemak, sino sólo obedecerme a mí, de acuerdo con este solemne pacto. Os invito a todos, hombres y mujeres, a prestar este juramento. Los que juren someterse a mi autoridad después de esta crisis, que se pongan de pie y digan que sí.

Todos los hombres que estaban de pie, salvo Vas y Mebbekew, pronunciaron un sonoro sí. Rasa, Hushidh, Luet y Shedemei también se levantaron, apoyadas por las jóvenes que habían participado en la escuela. Sus agudas voces se hicieron eco de las voces masculinas. Issib se levantó despacio y dijo que sí.

—Doy por sentado —dijo Volemak— que si Oykib y Chveya no estuvieran en aislamiento también prestarían este juramento, y los incluyo entre los ciudadanos legítimos de mi comunidad. Cuando Nafai sea liberado, le pediré que también preste el juramento. ¿Alguien duda de que él lo aprobará? ¿O de que luego cumplirá su palabra?

Nadie habló.

—Recordad, por favor, que os estoy pidiendo que aceptéis mi autoridad una vez que haya pasado esta crisis. No os pido que os pongáis en peligro presentando resistencia a Elemak en este momento. Pero si no prestáis juramento ahora, no sois ciudadanos de la colonia que fundaré en la Tierra. Desde luego, podéis solicitar la ciudadanía en otro momento, y entonces someteré esa petición al voto de los ciudadanos. En cambio, si prestáis juramento ahora, seréis ciudadanos desde el principio.