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Para sorpresa de todos, Vas habló.

—Prestaré el juramento —dijo—. Cuando la crisis haya pasado, tu autoridad será la única que aceptaré mientras vivas. Y haré todo lo posible para que tu vida sea prolongada.

Una vez que Vas hubo hablado, su esposa Sevet se puso de pie con sus tres hijos menores.

—Prestaré el juramento —afirmó, y sus hijos la imitaron.

Los que permanecían sentados se sentían manifiestamente incómodos.

—Elemak no estará contento contigo —dijo Meb a Vas.

—Elemak nunca está contento —señaló Vas—. Yo sólo quiero paz y justicia.

—Mi padre también participó en la conspiración de Nafai —observó Meb—. No es precisamente imparcial.

—Sé que algunos están disconformes porque ciertos niños permanecieron despiertos y han recibido educación durante el viaje —dijo Volemak—. Lamentablemente, Elemak nunca nos ha dado la oportunidad de explicarnos. Todos aquellos cuyos hijos fueron incluidos en la escuela actuaron a instancias del Alma Suprema. Nafai era reacio a aceptar. Insistimos hasta que accedió. Estos niños fueron escogidos por el Alma Suprema, y ellos y nosotros aceptamos libremente esa elección. El resultado no es desdeñable. En vez de tener sólo un puñado de adultos y muchos niños improductivos, hemos dividido a la generación más joven, de modo que ahora tendremos una población continua de jóvenes llegando a la madurez durante muchas generaciones. Las desventajas que hoy creéis ver desaparecerán cuando comprendáis que tendréis más años de vida en la Tierra que quienes permanecieron despiertos durante el viaje.

Dol se puso de pie, pidiendo a sus hijos que la imitaran.

—¡Siéntate, zorra desleal! —exclamó Mebbekew.

—Mis hijos y yo seremos ciudadanos de tu colonia —dijo Dol—. Todos prestamos el juramento.

Mebbekew se lanzó hacia ella. Vas se interpuso entre Meb y su esposa, extendiendo la mano para contenerlo.

—No es buen momento para la violencia —dijo Vas—. Ella es ciudadana libre, y tiene derecho a opinar. Mebbekew apartó la mano de Vas.

—¡Nada de esto significará nada cuando regrese Elemak!

A poca distancia, Eiadh se puso de pie. Su hijo mayor, Protchnu, le tironeó de la manga para que se sentara.

—Después de la crisis —dijo Eiadh—, me someteré a tu autoridad, Volemak.

Protchnu se volvió hacia los otros niños y les gritó:

—¡No os atreváis a prestar el juramento! Los niños estaban obviamente asustados de su cólera.

—Veo que tus hijos menores son víctimas de la intimidación y que eso les impide jurar —dijo Volemak—. Así que más tarde tendrán la oportunidad de hacerlo libremente.

—¡Nunca jurarán! —gritó Protchnu—. ¿Soy el único leal a mi padre? ¡Sólo él tiene capacidad para dirigirnos!

Kokor se puso de pie, y sus hijos con ella.

—Nosotros también seremos ciudadanos —dijo—. Después de la crisis.

—Lo seréis si prestáis el juramento —puntualizó Volemak.

—Bien, eso quería decir, claro. Presto el juramento.

Sus hijos asintieron con un murmullo. Desde la puerta, Elemak habló en voz baja.

—Muy bien —dijo—. Todos han hecho su elección. Ahora a sentarse.

Kokor se sentó e instó a sus hijos a imitarla.

Poco a poco los demás también se sentaron, excepto Volemak, Rasa y Eiadh, quien se enfrentó a su esposo.

—Ha terminado, Elya —dijo—. Eres el único que no comprende que no puedes ganar.

—Comprendo que no permitiré que Nafai nos gobierne.

—¿Aunque eso implique que tus propios hijos se asfixien?

—Si ese tonto ordenador de Nafai decide matar a los más débiles, no puedo detenerlo. Pero no seré yo quien mate a nadie.

—En otras palabras, no te importa —dijo Eiadh—. En lo que a mí concierne, eso demuestra definitivamente que no eres apto para gobernar esta colonia. Te importa más tu orgullo que la supervivencia de nuestros hijos.

—Más vale que te calles —dijo Elemak.

—No —replicó Eiadh—, más vale que tú te calles. Mientras no detengas esta pueril exhibición de reciedumbre masculina, no eres mi esposo.

—¿Qué, no me renovarás el contrato? —preguntó Elemak con una sonrisa burlona—. ¿Qué piensas de eso, Proya?

Su hijo mayor, Protchnu, caminó hacia su padre.

—Creo que no tengo madre —respondió.

—Qué apropiado —aprobó Elemak—, ya que yo no tengo padre ni esposa. ¿Tampoco tengo amigos?

—Yo soy tu amigo —dijo Obring.

—Estoy de tu parte —dijo Meb—. Pero Vas ha prestado el juramento.

—Vas prestará cualquier juramento que le pidan —comentó Elemak—. Pero su palabra nunca ha valido un comino. Todos lo saben. Sevet rió.

—Mira a tus amigos, pobre hombre —dijo—. Un engañado niño de ocho años. ¿Y luego qué? ¡Meb! ¡Obring! Ninguno de ellos valía nada en Basílica.

—¡No dijiste eso cuando me invitaste a tu alcoba!

—le gritó Obring.

—Eso no tuvo nada que ver contigo —dijo Sevet desdeñosamente—. Eso fue algo entre mi hermana y yo, y créeme que he pagado un alto precio por ese error. Vas sabe que desde entonces le he sido fiel, tanto en mi corazón como en mis actos.

Los niños con edad suficiente para entender tales revelaciones tendrían jugosos escándalos familiares que comentar más tarde. ¿Obring y Sevet tenían un amorío? ¿Y cómo pagó Sevet por ello? ¿Y qué significaba que eso era entre ella y Kokor?

—Ya es suficiente —dijo Elemak—. El viejo ha representado su pequeña comedia, pero notaréis que no ha tenido el valor de pediros que os opusierais a mí ahora. Sólo os gobernará en un futuro imaginario, pues sabe muy bien que soy yo quien manda, y creed-me que no veréis un futuro donde no sea así. —Se volvió hacia Obring—. Quédate aquí y mantén a todo el mundo en la biblioteca.

Obring sonrió a Vas.

—Supongo que no me darás más órdenes.

—Vas todavía es un guardia —dijo Elemak—. No confío en él, pero hará lo que le digan. Y ahora hará lo que tú le digas, Obring. ¿Verdad, Vas?

—Sí —murmuró Vas—. Haré lo que me digan. Pero también seré fiel a mi juramento.

—Sí, sí, ya sabemos que eres hombre de honor. Ahora, Meb, llevemos a Padre y a su esposa a visitar a Nafai. Y de paso llevemos a esa mujer que afirma que ya no es mi esposa.

—¿Qué harás? —preguntó Rasa con desprecio—. ¿Atarnos como a Nafai?

—Claro que no —dijo Elemak—. Respeto a los ancianos. Pero por cada persona que prestó ese juramento, Padre, Nafai recibirá un golpe. Y tú mirarás.

Volemak lo miró de hito en hito.

—Ojalá me hubieran castrado o matado antes de engendrarte.

—Qué pensamiento tan triste —dijo Elemak—. Entonces nunca habrías engendrado a tu precioso Nafai. Aunque, pensándolo bien, me pregunto si la simiente de un hombre ayudó a concebirlo. Es tan hijito de su mamá.

Elemak y Mebbekew llevaron a Volemak y Eiadh por la escalerilla y el corredor hasta la bodega donde estaba Nafai. Rasa los siguió abatida.

Nafai no estaba dormido. No había dormido en los últimos días. O si dormía, tenía la sensación de estar despierto, tan vividos eran sus sueños.

A veces eran sus peores temores, sueños donde los mellizos boqueaban hasta dejar de respirar, los ojos abiertos, la boca abierta, y él trataba de cerrarles los ojos y la boca, pero los abrían en cuanto apartaba la mano. Despertaba jadeando de esos sueños.