Выбрать главу

Estoy demasiado cansado para entender esto. Déjame morir.

(Sólo te ha causado lesiones muy graves con ese golpe.)

¿El de la nuca?

(Eso era hace tres golpes. Ahora tienes una hemorragia interna.)

Sí, puedo sentirla.

(Voy a curarte.)

No lo hagas.

(Antes de que la pérdida de sangre cause daños internos.)

No me cures hasta que él se marche. Concédeme algo de dignidad.

(¿Dignidad? ¿Morirías por dignidad?)

Es entre él y yo. No quiero que él vea que intercedes.

(Tu orgullo es increíble. ¿Entre él y tú? Es entre él y yo, y siempre ha sido así. Tal como era entre Moozh y yo, o entre tú y yo, o entre Luet y yo. Y cuando lleguemos a la Tierra, será entre vosotros y el Guardián.)

Eso duele de veras.

(Porque te estoy curando, por eso.)

Te he dicho que no lo hicieras.

(Lo lamento.)

—Mirad —dijo Elemak—. Su pierna se está enderezando. Creo que hemos averiguado cuánto dolor podía soportar, y que ahora su amigo invisible acude a salvarlo.

—Estoy mirando —dijo fríamente Volemak—. Y veo a un cobarde que azota con una vara de metal a un hombre maniatado.

La voz de Elemak se convirtió en chillido.

—¿Yo soy el cobarde? ¡No soy yo quien tiene el manto! ¡No soy yo quien puede recibir una cura mágica cuando me lastimo el pie! ¡No soy yo quien tiene el poder de fulminar a la gente cuando quiere someterla!

—No es el poder que tienes lo que te convierte en cobarde o matón —dijo Volemak—, sino el modo de usarlo. ¿Crees que tus ataduras privan al manto del poder que siempre ha tenido? A pesar de tus malos tratos, a pesar del daño que nos causas a todos, Nafai opta por no matarte al instante.

—Hazlo, Nafai —murmuró Elemak—. Si tienes el poder de matarme, hazlo. Has matado antes. Creo que fue a un borracho que yacía inconsciente en la calle. Mi hermanastro mayor, si mal no recuerdo. Es tu especialidad, matar a gente que no puede defenderse. Pero Padre piensa que yo soy el matón. ¿Qué tiene de malo romper los huesos de un hombre que puede curarse en instantes? Mira, puedo romperte el cráneo y…

Una mujer chilló de rabia, se oyeron forcejeos. Alguien la aplastó contra la pared, la mujer gritó. Nafai trató de abrir los ojos. Sólo pudo ver la pared donde estaba apoyado su rostro.

—Luet —susurró.

—Luet no puede sanarse, ¿verdad? —dijo Elemak—. Debería recordarlo antes de tratar de pelear conmigo.

—Lo único que consigues es agotar el oxígeno que nuestros hijos necesitan para respirar —dijo Nafai.

—Puedes ponerle fin en cualquier momento, Nyef —dijo Elemak—. Sólo tienes que morir.

—¿Y entonces qué? —preguntó Volemak—. Comenzarás a odiar a cualquiera que sea mejor que tú, y por la misma razón. Porque él es mejor que tú. Y cuando lo mates, encontrarás a otro. No tendrá fin, Elemak, porque cada acto sanguinario que cometes te empequeñece más y más, hasta que al fin tendrás que matar a cada ser humano y cada animal, y aun entonces te despreciarás tanto a ti mismo que no podrás soportarlo…

La vara silbó de nuevo. Nafai sintió que se le hundían los huesos de la cara, y todo se ennegreció.

¿Un momento después? Tal vez, o tal vez horas, o días después. Estaba consciente de nuevo, y no tenía la cara rota. Nafai se preguntó si estaba solo. Se preguntó qué había sucedido con sus padres. Con Luet. Con Elemak.

Había alguien en la habitación. Alguien respiraba.

—Todo mejor —dijo la voz. Un susurro. Difícil de identificar. No, no difícil. Elemak—. El Alma Suprema gana de nuevo.

Las luces se apagaron, la puerta se cerró y Nafai quedó a solas.

Eiadh canturreaba para los pequeños, Yista, Menya y Zhivya, cuando Protchnu se le acercó. Ella le oyó entrar, oyó el susurro de la puerta que se cerraba.

No dejó de cantar.

Cuando la luz regrese de nuevo, ¿ recordaré cómo ver? ¿Reconoceré el rostro de mi madre?

¿Ella me reconocerá?

Cuando la luz regrese de nuevo, entonces nada temeré. Así que cierro los ojos y sueño con el día aquí en la oscuridad.

Cantar es un derroche de oxígeno —murmuró Protchnu.

—También llorar —respondió Eiadh—. Hay tres niños que no lloran porque una persona les canta. Si vienes a interrumpir mi canto, lárgate. Denuncia mi delito a tu padre. Tal vez se enfurezca y me pegue. Tal vez te permita ayudarle.

Aún no se volvía para mirarlo. Le oyó respirar con mayor pesadez. Entrecortadamente. Pero se sorprendió cuando él habló de nuevo, pues la aguda voz indicaba que apenas podía contener el llanto.

—No es culpa mía que te hayas alzado contra Padre.

El rechazo de Protchnu en la biblioteca la había irritado tanto que no le había hablado desde entonces, ni siquiera había pensado en él. Protchnu, su primogénito, diciendo semejantes cosas a su propia madre. En ese momento el chico parecía tan salvaje, tan semejante a Elemak, que Eiadh no lo había reconocido. Pero lo conocía, claro que sí. Sólo tenía ocho años. Estaba mal que hubiera debido optar entre dos padres enfrentados.

—No me alcé contra tu padre —dijo Eiadh—. Me alcé contra lo que está haciendo.

—Nafai nos engañó.

—El Alma Suprema nos engañó. Y los padres de esos niños. No sólo Nafai.

Protchnu guardó silencio. Eiadh pensó que se había explicado con claridad. Pero no, él pensaba en otra cosa.

—¿Lo amas?

—Amo a tu padre, sí. Pero cuando la furia lo domina, hace cosas malas. Rechazo esas cosas malas.

—No me refería a Padre.

Era evidente que esperaba que ella lo entendiera. Tenía la idea de que Eiadh amaba a otro hombre.

Y era cierto. Pero era un amor sin esperanzas, un amor que ella nunca había demostrado a nadie.

—¿A quién te referías entonces?

—A él.

—Dime el nombre, Proya. Los nombres no son mágicos. No te envenenará si lo pones en tus labios.

—Nafai.

—El tío Nafai —corrigió Eiadh—. Respeta a tus mayores.

—Lo amas.

—Espero amar a todos mis cuñados, así como espero que ames a todos tus tíos. Sería agradable que tu padre amara a todos sus hermanos. Aunque tal vez tú no lo veas de esa manera. Mira a Menya dormido. Es el cuarto hijo de nuestra familia. Es a ti lo que Nafai es a tu padre. Dime, Proya, ¿alguna vez piensas atar al pequeño Menya y romperle los huesos con una vara?

Protchnu no pudo contener el llanto. Aplacándose, Eiadh lo abrazó, instándolo a sentarse en la cama.

—Nunca lastimaré a Menya —prometió él—. Lo protegeré y lo mantendré a salvo.

—Sé que lo harás, Proya, lo sé. Y no es lo mismo entre tu padre y Nafai. Su diferencia de edad es mucho mayor. Nafai y Elya no tuvieron la misma madre. Y Elemak tenía un hermano aún mayor.

Protchnu abrió los ojos.

—Creía que Padre era el mayor.

—Era el hijo mayor de tu abuelo Volemak, en los tiempos en que él era el Wetchik, en la tierra de Basílica. Pero la madre de Elemak tuvo otros hijos antes de casarse con Volemak. Y el mayor de ellos se llamaba Gaballufix.

—¿Padre odia al tío Nafai porque él mató a su hermano Gaballufix?

—Se odiaban antes de eso. Y Gaballufix intentaba matar a Nafai, a tu padre, a Issib y a Meb.

—¿Por qué quería matar a Issib?

Eiadh notó que Protchnu no se preguntaba por qué alguien quería matar a su tío Meb. Tenía su gracia.

—Quería gobernar Basílica, y los hijos del Wetchik se lo impedían. Tu abuelo era un hombre muy rico y poderoso en Basílica.