—¿Qué significa «rico»?
¿Qué hice contigo, pobre niño, que ni siquiera sabes qué significa esa palabra? La vida ha perdido toda riqueza y gracia, y como sólo conoces la pobreza, ni siquiera sabes las palabras que designan esa buena vida.
—Significa tener más dinero que…
Pero Protchnu no sabía qué significaba dinero.
—Significa tener una casa más bonita que los demás. Una casa más grande, ropa fina, muchas mudas. Ir a mejores escuelas, con mejores maestros, y tener mejor comida, y más. Todo lo que podrías desear, y más.
—Pero entonces podrías compartirlo —le señaló Protchnu—. Me has dicho que si tienes más de lo que necesitas, debes compartir.
—Y lo compartes, pero… no lo entenderías, Pro-ya. Esa vida se ha perdido para siempre. Nunca lo entenderás.
Callaron unos instantes.
—Madre —dijo Protchnu.
—¿Sí?
—¿No me odias porque elegí a Padre? ¿Ese día en la biblioteca?
—Toda madre sabe que llegará el día en que sus hijos varones elegirán a su padre. Es parte del crecimiento. Nunca pensé que te pasaría siendo tan pequeño, pero no es culpa tuya.
Una pausa. Protchnu habló en voz muy queda.
—Pero no lo elijo a él.
—No, Protchnu, nunca creí que eligieras las cosas malas que está haciendo. Tú no eres así.
En realidad, Eiadh a veces pensaba que sí era así. Lo había visto jugar, había visto su prepotencia con los demás niños, sus bromas crueles que los hacían llorar, y cómo se reía de ellos. En Armonía se había asustado al ver que su hijo era tan cruel con los más pequeños. Pero también le enorgullecía que los condujera, que lo admirasen, que aun Oykib, hijo de Rasa, dejara que Protchnu ocupara el primer lugar entre los varones.
¿Es posible una cosa sin la otra? ¿El liderazgo sin el despotismo? ¿El orgullo sin la crueldad?
—Pero está claro que elegiste a tu padre —dijo Eiadh—. Al hombre que realmente es; al hombre bueno, fuerte y valiente que amas tanto. Sé que ese día elegiste a ese hombre.
El cuerpecito de Protchnu se envaró.
—Él se siente muy infeliz sin ti —declaró el niño.
—¿Te ha enviado a decirme esto?
—No, he venido por mi cuenta —le respondió Protchnu.
¿O te ha enviado el Alma Suprema? Eiadh a veces tenía dudas. ¿No había dicho Luet que todos eran escogidos del Alma Suprema? ¿Que todos eran insólitamente sensibles a sus mensajes? ¿Entonces por qué uno de sus hijos no podía tener alguno de esos dones extraordinarios, corno el de Chveya, por ejemplo?
—Conque tu padre es infeliz sin mí. Pues que libere a Nafai y restaure la paz en esta nave, y ya no tendrá que estar sin mí.
—No puede detenerse —dijo Protchnu—. Necesita ayuda.
¿Sólo tiene ocho años y puede ser tan perspicaz? Tal vez la crisis ha despertado un oculto poder de empatía en su interior. A su edad yo no comprendía a nadie ni sabía qué era la compasión. Era un yermo moral, y sólo me importaba quién era la más bonita y quién cantaba mejor y cuál sería famosa y cuál sería rica. Si hubiera superado antes esa puerilidad, tal vez hubiera visto cuál de los hermanos era el mejor hombre antes de casarme con Elemak, cuando Nafai me miraba con esos ojos bovinos de adolescente enamorado. Cometí un terrible error. Miraba a Elemak y sólo podía pensar en que era el heredero del Wetchik, el hijo mayor de uno de los hombres más ricos y prestigiosos de Basílica. ¿Qué era Nafai?
De haber sido prudente, no me hubiese casado con ninguno de los dos y todavía estaría en Basílica. Aunque si Volemak tenía razón, Basílica ya ha sido destruida. La ciudad ya ha sido arrasada y sus pocos supervivientes se han desperdigado a los cuatro vientos.
—¿Y qué ayuda necesita tu padre? —preguntó.
—Necesita un modo para cambiar de parecer sin admitir que está equivocado.
—Como todos —murmuró Eiadh.
—Madre, me cuesta respirar. Esta mañana me he despertado con la sensación de que alguien me apretaba el pecho. No puedo inhalar bien. A veces me mareo y me caigo. Y me va mejor que a la mayoría. Tenemos que ayudar a Padre.
Eiadh sabía que era verdad.
También sabía que después de esa escena en la biblioteca ella no tenía poder para ayudarlo. Pero ahora, con la ayuda de Protchnu, quizá pudiera. ¿Tanto poder tenía ese niño?
Ocho años, pero había visto. Había comprendido lo que hacía falta, y había asumido la responsabilidad de actuar. Eso la llenaba de esperanzas, no sólo en lo inmediato, sino para un futuro lejano. Sabía que la comunidad se dividiría, a la muerte de Volemak o antes, y cuando así sucediera, Elemak estaría al mando de una de las dos facciones. Estaría colérico, resentido, lleno de odio y violencia. Pero Elemak no viviría para siempre. Algún día alguien lo sucedería, y el candidato más probable era este pequeño que estaba sentado junto a ella, aquel niño de ocho años. Si crecía en sabiduría con el curso de los años, en vez de crecer en furia como su padre, cuando lo reemplazara sería como las lluvias de otoño en las ciudades de la planicie, trayendo alivio después del fuego seco del verano.
Por ti, Protchnu, haré lo que debo hacer. Me humillaré ante Elemak, aunque no se lo merece, por ti, para que tengas un futuro, para que un día puedas cumplir la función que la naturaleza te ha asignado.
—En la biblioteca, en la próxima comida —dijo—. Ven a mí entonces, y haremos lo que sea necesario.
Elemak los acompañaba durante la comida. Los acompañaba siempre desde que Volemak había aprovechado su ausencia para pedirles que prestaran juramento. Ahora iba menos gente a comer. Después de presenciar cómo Elemak aporreaba a Nafai, Volemak y Rasa se habían quedado en cama. La falta de oxígeno los afectaba tanto como a los más pequeños. No tenían fuerzas para moverse, y quienes los atendían —Dol y Sevet— informaban de que perdían el conocimiento a menudo y de que casi constantemente deliraban.
—Se están muriendo —susurraban, pero en voz tan alta como para que Elemak pudiera oírlas durante las comidas. Él no se inmutaba.
En el almuerzo del cuarto día, Elemak estaba a solas, sin haber probado bocado, cuando Protchnu se levantó de la mesa y caminó hacia su madre. Elemak lo miró con rostro sombrío. Pero todos comprendieron que Protchnu no se sumaba a la causa de su madre, sino que iba a buscarla. Aunque su talla fuera menor, dominaba la situación. Ambos se aproximaron lentamente a la mesa de Elemak.
—Madre tiene algo que decirte —dijo Protchnu. Eiadh rompió a llorar y cayó de rodillas.
—Elemak —sollozó—, estoy tan avergonzada. Me he alzado contra mi esposo. Elemak suspiró.
—No dará resultado, Eiadh. Sé que eres buena actriz. Como Dolya. Puedes verter chorros de lágrimas y cenarlos a gusto, como si fueras un grifo.
Ella lloró aún más.
—¿Por qué ibas a creerme o a volver a confiar en mí? Merezco todas las cosas terribles que quieras decirme. Pero soy tu esposa. Sin ti no soy nada. Preferiría morir antes que no formar parte de tu vida. Por favor perdóname, acéptame de nuevo.
Notaron que Elemak luchaba entre la credulidad y el escepticismo. Desde luego, no estaba del todo lúcido. Todos se estaban idiotizando por la falta de oxígeno. Recordaban que antes tenían agilidad mental, pero no recordaban en qué consistía. Elemak parpadeó.
—Sé quién es el mejor hombre, el más fuerte —dijo Eiadh—. No el que se vale de tretas y máquinas, de mentiras y engaños. Tú eres el honesto.
El hizo una mueca desdeñosa ante la manifiesta adulación, aunque le agradó. Alguien lo entiende. Aunque sólo pronuncie palabras huecas, las dice.
—Pero los mentirosos llevan las de ganar. Son ellos quienes usan a nuestros hijos como rehenes, no tú. A veces un hombre debe ceder para salvar a sus hijos.