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Una vez más Nafai y Shedemei despidieron a Zdorab en la cámara.

—Perdóname, Nafai —dijo Zdorab.

—Ya te he perdonado —respondió Nafai—. Luet me explicó en qué pensabas en aquel momento, y cuánto lo lamentaste después.

—No habrá más sorpresas —aseguró Zdorab—. Estaré contigo hasta que muera.

—Debes fidelidad a mi padre —dijo Nafai—. Pero me alegra contar con tu amistad, y tú puedes contar con la mía.

A solas con Shedemei, Nafai permitió que las magulladuras de sus muñecas y tobillos sanaran al fin.

—Quién lo habría pensado —dijo.

—¿Qué?

—Que el error de Zdorab lograría algo que de lo contrario habría sido imposible.

—¿Y qué es?

—Yo temía que en la Tierra, Elemak perdiera el control y nos llevara a la guerra. Creo que el Alma Suprema también lo temía. Pero ya hemos tenido esa guerra, y creo que la paz durará.

—Hasta que muera tu padre —señaló Shedemei.

—Padre todavía no es viejo. Eso nos da tiempo. Quién sabe qué puede ocurrir en los años venideros.

—No quiero estar allí —dijo Shedemei.

—Es un poco tarde para eso.

—No quiero estar allí cuando llegue el conflicto, la lucha. Vine para dedicarme a la jardinería —añadió con amargo humor—. Para jugar con la fauna y la flora de la Tierra. Es el sueño que me envió el Guardián. No como a los demás. Yo soy sólo una jardinera.

—¿Sólo? Eres la persona más importante de nosotros.

—Yo también te mentí, Nafai, cuando te dije que el matrimonio entre primos era seguro. Al igual que Zdorab, yo también callé algo.

—Está bien —dijo Nafai—. Todos callan algo, sépanlo o no.

—Pero tus hijos… las consecuencias pueden ser tremendas.

—No lo creo —repuso Nafai. Shedemei hizo una mueca.

—¿Qué? ¿El Alma Suprema me indicó qué decir?

—Lo sugirió. Cada palabra era cierta. Shedemei rió con sorna.

—Al menos tan cierta como puedan ser sus palabras.

—Yo confío en ellas.

—Pues confía en que dirá lo que sea necesario para cumplir su propósito. Es toda la confianza que merece.

—Sí, Shedya, pero los propósitos del Alma Suprema son los míos. Así que mi confianza es total. Ella le palmeó la mejilla.

—Técnicamente puedes tener la misma edad que yo, tras haber permanecido despierto durante todo el viaje. Pero debo decirte, Nyef, que tienes mucho que aprender.

Shedemei se acomodó en la cámara. Nafai alzó la tapa, la trabó y activó el proceso de suspensión. La tapa se cerró y Shedemei se durmió en el compartimiento hermético. Nafai quedó a solas.

(Sólo puedo mantener el oxígeno quince minutos más.)

Me estoy dando prisa.

(Ha salido todo bastante bien, ¿no crees?)

Tengo una idea. No me hables un rato. Deja que me duerma con sólo mis pensamientos en la cabeza.

(Si así lo quieres. Pero te resultará bastante extraño.)

Puedo arreglármelas.

(Porque nunca en la vida te has ido a dormir sin mí.)

Pues ojalá fueras mejor compañía.

(Adelante, enfádate conmigo. Pero recuerda que yo no hice a Elemak tal como es. Si él hubiera escogido mejor, si fuera mejor hombre, estaría en tu lugar, usando el manto de capitán.)

Ojalá fuera así.

(Sí, lo dices completamente en serio. No quieres tener la responsabilidad ni el poder. Y sin embargo los aceptaste porque alguien debía hacerlo, y sólo tú podías. No contra tu voluntad, sino contra tus deseos y tu conveniencia. Por eso te conduje al manto. Porque si hubieras entendido lo que era, nunca habrías ido en su busca.)

Soy el títere ideal, ¿eh?

(En absoluto. Los títeres no me sirven. Necesito amigos y aliados bien dispuestos.)

Déjame dormir en paz, y tal vez al despertar vuelva a estar bien dispuesto.

(Duerme bien, amigo mío. Nos espera un largo trayecto.)

La pantalla de la biblioteca mostraba el globo azul y blanco de la Tierra, con manchas pardas y verdes. Como habían dormido durante el lanzamiento, nunca habían visto un mundo de esa manera: una esfera flotando contra la negrura de la noche.

—Como una luna —dijo Chveya.

Oykib le cogió la mano. Ella lo miró y sonrió. Los últimos tres años y medio habían sido maravillosos y desgarradores, pues Oykib sabía que la amaba pero también sabía que era imposible casarse y tener hijos durante el viaje. No hablaban de lo que sentían. Así era más fácil para ambos. Los otros habían sido igualmente discretos en su vida de pareja. Pero ahora, mientras efectuaban un reconocimiento, trazando una órbita tras otra en torno a la Tierra, leyendo los informes del instrumental, estudiando los mapas, buscando el lugar de aterrizaje, esperando que el Alma Suprema tomara una decisión, o que un sueño del Guardián les indicara qué hacer, Oykib no podía dejar de pensar en Chveya y en aquello que les aguardaba. Un nuevo mundo, trabajo duro, sembrar y explorar, por no mencionar los peligros de las enfermedades, las fieras, el tiempo. Pero al mismo tiempo pensaba en Chveya en sus brazos, en hijos, en la reanudación del ciclo, en formar parte del mundo viviente.

—Una vez huimos de este mundo con temor y vergüenza —dijo Chveya—. Una vez lo arruinamos y nos matamos entre nosotros.

No necesitaba mencionar el temor de que sucediera de nuevo. Todos sabían que los tiempos de paz terminarían, que aunque todos respetaran el juramento hecho a Volemak, la tensión permanecería latente bajo los buenos modales. ¿Y cuánto viviría Volemak? Era posible que después estallara la guerra. Era posible que una vez más se derramara sangre humana en la Tierra.

Oykib oyó que Chveya hablaba con el Alma Suprema. ¿Para qué nos trajiste aquí, donde no somos mejores ni más sabios que quienes se fueron?

—Pero lo somos —dijo Oykib—. Somos mejores y más sabios.

Ella lo miró sorprendida.

—¿Qué es lo que haces? Durante la crisis, hablabas como si lo supieras todo. Sobre lo que deseaba el Alma Suprema. Sobre lo que deseaba Nafai, cuando no habías hablado con él. ¿Qué es lo que haces?

—Fisgoneo —dijo Oykib—. Así ha sido toda mi vida. Oigo todo lo que se dice en los canales del Alma Suprema. Sus palabras. Las tuyas.

Chveya se horrorizó. ¿Es verdad?, le preguntó al Alma Suprema. Es espantoso.

—Ahora sabes por qué nunca se lo he contado a nadie. Aunque lo demostré claramente durante la crisis. Me asombra que nadie lo haya adivinado.

—Lo que digo al Alma Suprema… es muy íntimo.

—Lo sé. Yo no pedí oírlo. Sólo llegó a mí. Crecí sabiendo mucho más de lo que debería saber un niño. Entiendo lo que sucede en otras vidas en un grado… bien, digamos que preferiría aceptar a la gente por lo que aparenta ser en vez de saber cuáles son sus problemas. O, en el caso de los que nunca hablan con el Alma Suprema, sin saber las cosas que ella debe hacer para frustrar sus peores deseos. No es grato sobrellevar esta carga.

—Me lo imagino. O tal vez no. Tal vez no puedo imaginármelo. Ni siquiera lo intento. Sólo trato de recordar qué le he dicho al Alma Suprema, qué secretos conoces.

—Te diré un secreto que conozco, Veya. Sé que de toda la gente de esta nave estelar, nadie es más honesta ni más buena que tú, ni más afectuosa y respetuosa con los sentimientos ajenos. De toda la gente de esta nave, no hay nadie que esté tan en paz consigo misma, nadie que agrave menos el peso de vergüenza y culpa que llevo conmigo. De toda la gente de esta nave, Veya, eres la única con quien me gustaría estar para siempre, porque todos tus secretos son radiantes y buenos, y por ellos te amo.

—Algunos de mis secretos no son radiantes ni buenos, so embustero.