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– Nada más -comentó Eve.

– Tus datos, teniente. -dijo Roarke y las puso en la siguiente pantalla de pared.

Ella estudió las imágenes de Julianna una junto a la otra. -Se cortó el cabello, lo tiñó de rojo, cambió el color de ojos. No se parecen en mucho más. Esto no encaja con su vieja pauta. Registramos su dirección correcta, aunque temporaria. Julianna llegó a un punto y lo cruzó. Porque haría lo que hizo con Walter Pettibone?

– Crees que ella se volvió profesional?

– Le gusta el dinero, -murmuró Eve. -Eso, no sé, alimenta alguna necesidad. La misma necesidad que alimenta asesinando hombres. Pero no concuerda con su vieja pauta. El punto es, que ella regresó, y asesinó a Pettibone. Tengo que actualizar todos los puntos.

– Has considerado que haya regresado aquí, asesinado aquí, por tu causa?

Eve suspiró. -Tal vez. Eso significaría que yo le dejé una impresión del infierno en ella todos esos años atrás.

– Tú tiendes a dejar una impresión.-

Ya que ella no pudo pensar en una respuesta, sacó su comunicador y ordenó un boletín con todos los nuevos puntos sobre Julianna Dunne.

– Si está siguiendo la vieja pauta, ya estará fuera de la ciudad. Pero la atrapamos una vez, vamos a atraparle de nuevo. Necesito meter a Feeney en esto. Eramos compañeros cuando la atrapamos.

– Si bien le tengo aprecio, espero que no intentes hacerlo hasta la mañana.

– Sí. -le dió una ojeada a su unidad de muñeca. -No se puede hacer nada más por esta noche.

– No lo sé. -El rodeo su escritorio, y deslizó sus brazos sobre ella. -Puedo pensar en algo.

– Generalmente lo haces.

– Porque no vamos a la cama, y te desnudo. Luego vemos si tú piensas en algo también.

– Supongo que es razonable. -empezó a salir con él. -No te pregunté: como siguió el resto del asunto con los Peabody?

– Mmm. Bien.

– Me lo imaginaba. Te manejas con los desconocidos mejor que yo. Oye, supe que ellos se iban a quedar en su caravana, en la que viajaron hasta acá, y no es una buena idea. Pensé que ya que tienes hoteles y todo eso podrías conseguirles una habitación.

– Eso no va a ser necesario.

– Bueno sí, porque si ellos acampan en esa cosa en la calle o en algún lugar, la policía los va a citar, tal vez los desalojen. No pueden quedarse con Peabody porque su casa es pequeña. Consígueles una habitación vacía en un hotel o algún departamento que puedan usar.

– Me imagino que puedo hacerlo, sí, pero… -En la puerta del dormitorio, él la empujó adentro, hacia la cama. -Eve.

Ella empezó a sentir una mala espina. -Que?

– Tú me amas?

Realmente una mala espina. -Tal vez.

El bajó su boca hacia ella, besándola suave y profundo. -Sólo dí que sí.

– No voy a decir que sí hasta que sepa porque estás preguntando.

– Tal vez porque estoy inseguro, y necesito, y quiero tranquilizarme.

– Mi culo.

– Sí, quiero tu culo también, pero primero está la cuestión de tu grandioso, generoso e incondicional amor por mi.

Ella lo dejó que la despojara del arnés con el arma, notando que la ponía bien fuera de su alcance antes de volverse y desprenderle los botones de la camisa. -Quien dijo que era incondicional? No recuerdo haber incluído esa cláusula en el trato.

– Porque será que tu cuerpo es una constante fascinación para mí? -El le pasó los dedos ligeramente por los pechos. -Es tan firme y suave a la vez.

– Estás dando vueltas. Y tú nunca lo haces. -Ella le aferró las muñecas antes que pudiera terminar el trabajo de distracción. -Hiciste algo. Que hiciste… -La realidad la golpeó y su mandíbula cayó casi hasta los pies. -Oh mi Dios.

– No se como fue que sucedió, precisamente. Realmente no puedo decir como fue que los padres de Peabody están ahora instalados en la habitación de invitados del tercer piso. Ala este.

– Aquí? Se quedaron aquí? Les dijiste si querían quedarse aquí? Con nosotros?

– No estoy seguro.

– Que quieres decir con no estoy seguro? Se lo preguntaste o no?

– No es el punto empezar una discusión -Uno debía, como él sabía muy bien, cambiar a la ofensiva cuando la defensa se caía. -Tú fuiste la que los invitó a cenar, después de todo.

– A cenar, -siseó ella, como si pudieran escucharla en el ala este. -Una comida no viene con privilegios para dormir. Roarke, son los Peabody. Que demonios vamos a hacer con ellos?

– Yo tampoco sé. -El humor reapareció en sus ojos, y se sentó sonriendo. -No soy fácil de convencer. Tú lo sabes. Y te juro que aún ahora no estoy seguro de cómo lo organizó ella, pienso que lo tenía organizado, y lo hizo, cuando los estaba entreteniendo después de cenar y Phoebe pidió recorrer la casa. Estaba diciendo que debe ser agradable tener tantas habitaciones adorables, y que confortable y hogareño era todo a pesar del tamaño y el espacio. Y estábamos en el ala este y ella deambulaba por una de las habitaciones de invitados y fue hacia la ventana y dijo que había una maravillosa vista de los jardines. Y mira, Sam, no es una vista maravillosa y todo eso. Extrañaba sus flores, me dijo. Y yo dije algo sobre que era bienvenida a recorrer el jardín si quería.

– Y como fue que llegaste de caminar por los jardines a dormir en la habitación de invitados?

– Ella me miró.

– Y?

– Ella me miró, -repitió con una especie de atontada fascinación- y desde ahí es difícil de explicar. Ella decía que reconfortante era para ellos saber que su Delia tenía tan buenos amigos, almas generosas y algo por el estilo. Y cuanto significaba tener este momento para llegar a conocer a esos amigos. Antes de que me diera cuenta estaba haciendo arreglos para que sus cosas fueran recogidas, y ella me estaba dando un beso de buenas noches.

– Peabody dijo que ella tenía el poder.

– Yo te lo digo ahora, la mujer tiene algo. No es mi imaginación. Es una casa grande y ellos me gustan bastante. Pero, por Cristo, usualmente sé lo que voy a decir antes de que salgo de mi boca.

Divertida, ella se le acercó, enganchando sus brazos en el cuello de él. -ella te hizo un hechizo. Estoy un poco apenada por no darme cuenta.

– Ah, lo ves? Tú me amas.

– Problemente.

Estaba sonriendo cuando lo hizo rodar con ella en la cama.

En la mañana, Eve dedicó treinta minutos a trabajar en el gimnasio, y los terminó con unas vueltas en la piscina. Cuando disponía del tiempo, era una rutina invariablemente instalada en su mente y hacía que su sangre se moviera. Para el momento en que pasó la décima vuelta, ya había delineado los próximos pasos en el caso Pettibone.

Seguir tras Julianna Dunne era prioritario, y eso significaba excavar en los viejos archivos, dándole una dura mirada a pautas, asociaciones, rutinas y hábitos. Eso implicaba, muy probablemente, una gira a Dockport, para entrevistar a los internos o guardias con los que Julianna hubiera tenido una relación.

En lo que la memoria servía, Julianna estaba muy capacitada para mantenerse por sí misma.

La siguiente prioridad era el motivo. Quien quería la muerte de Pettibone? Quien se beneficiaba. Su esposa, sus hijos. Posiblemente un competidor en los negocios.

Una mujer que se veía como Bambi podría tener otro hombre en su vida. Vería por ese lado. Un antiguo amante celoso. O un plan a largo plazo para enganchar al viejo rico, envolverlo y luego eliminarlo.

Luego estaba la ex esposa, que podría obtenido revancha y satisfacción pagándole por dejarla a un lado.

Podía ser que Pettibone no fuera el santo que parecía ser. Podía hacer conocido a Julianna. Podía haber sido uno de sus potenciales objetivos un década atrás, alguien que hubiera seducido con un romance. O ella podía haberlo investigado mientras estaba en prisión, para jugar con él cuando fuera liberada.

Ese ángulo estaba alto en su lista, y era demasiado pronto para descartar cualquier posibilidad.

Para conocer al asesino, conoce a la víctima, pensó. Para conocer al asesino, o encontrar el motivo, tenía que saber más sobre Pettibone. Y verse a sí misma como Julianna Dunne.

Al final de la vuelta veinte, sintiéndose suelta y relajada, se echó el pelo hacia atrás y se paró en la parte baja de la piscina. Ahí empezó a bracear, moviéndose como a través de una jungla de plantas. Adelantando la cabeza, empujando con el cuerpo.

– Bueno, si esto es lo que los tipos malos ven antes de que los arreste, no imagino como no caen de rodillas pidiendo clemencia.

Phoebe entró caminando, llevando una toalla. -Lo siento, -agregó- Sé que no me escuchó cuando entré. Me detuve a observarla. Nada como un pez, en el mejor sentido de la palabra.

Porque estaba tan desnuda como un pez, Eve tomó la toalla, envolviéndose rápidamente en ella. -Gracias.

– Roarke dijo que usted había bajado aquí. Le traje un poco de café. -Le dejó una taza de gran tamaño sobre la mesa. -Y una de las asombrosas medialunas de Sam. Quería tener un momento para agradecerle por su hospitalidad.