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– Dos noches seguidas? Lo voy a marcar en el calendario. -Cuando ella sólo continuó frunciendo el ceño, él sacudió su cabeza. -Que?

– Nada. Estaba pensando. -Ella volvió a pasear, tomó otra tajada de pizza, y la dejó.

Porque él conocía a su mujer, Roarke calló y esperó que lo soltara.

– Cuando estuve entrevistando a Shelly Pettibone hoy, habló sobre su matrimonio. Parecía como si mantuviera un montón de sentimientos por él, a pesar de de que la dejó de lado y se casó con alguien de la mitad de su edad, y con grandes tetas. Pero era más como si estuviera hablando sobre un hermano que de su esposo en ese momento. Ella dijo… De todas formas, tú crees que la pasión, el sexo, la forma en que lo hacemos nosotros se va a ir suavizando y destiñendo después de un tiempo?

– Muérdete la lengua.

– Quiero decir, la gente no termina en el piso de la ducha todo el tiempo. Y cuando ese tipo de cosas dejen de suceder, puedes dejar todo eso que nos mantiene juntos? Necesitaremos estar juntos o terminaremos siendo dos personas viviendo en la misma casa?

– Ven aquí.

– No necesito reafirmaciones, Roarke. -Y ya estaba deseando haber mantenido la boca cerrada. -Eso me sacudió, es todo. Es un poco triste, pero comprensible.

– Ven aquí de todas formas. -Alargó una mano hacia ella, y cuando la tomó, la atrajo a su regazo. -No puedo imaginarme de otra forma que necesitándote tanto que me duele. Viéndote, oliéndote, tocándote, tengo todo lo que necesito. Más, después que tengamos unos ciento veinte años y esto sea más recuerdo que realidad, voy a seguir necesitándote, Eve en miles de formas.

– De acuerdo. -Ella le apartó el pelo de la cara.

– Espera. Recuerdas cuando te vi por primera vez. En el invierno, con la muerte entre nosotros?

– Sí, lo recuerdo.

– No te ví como un policía. Eso me molestó durante un tiempo, ya que estaba orgulloso de poder descubrir a un policía a media milla en la oscuridad. Pero cuando me volví y te miré, no ví a un policía. Vi una mujer. Vi a la mujer, la que pensé que no existía. Sólo sé que miré, y ví, y todo cambió. Nada volvería a ser lo mismo para mí después de ese instante.

Ella recordaba como él se había girado, mirado hacia atrás sobre el mar de dolientes en el funeral, como sus ojos se habían encontrado con los suyos como si fueran los únicos ahí. Y el poder de esa mirada la había sacudido hasta los dedos de los pies.

– Tú me sacudiste. -murmuró ella.

– Eso quería. Te miré, querida Eve, y vi a la mujer que amaría, confiaría y necesitaría cuando yo nunca había esperado amar o confiar o necesitar a ninguna alma viva. La única mujer con la que quería estar, vivir, dormir y despertarme. Y aghra, llegar a viejo.

– Como lo haces? -Ella apoyó su frente contra la de él. -Como haces para decir siempre lo que yo necesito oir?

– Hay gente que viven sus vidas juntos, y no sólo por hábito o conveniencia o por miedo de cambiar. Sino por amor. Tal vez el amor tiene ciclos. No hemos estado en ésto lo suficiente para saberlo, no? Pero estoy completamente seguro de una cosa. Te amaré hasta que me muera.

– Lo sé. -Las lágrimas corrieron por su mejilla. -Lo sé porque es lo mismo para mi. Sentí pena por esa mujer hoy porque ella perdió eso. Lo perdió, y no supo como ni donde. Dios. -Ella tuvo que hacer dos largas inspiraciones porque su garganta estaba rígida. -Estuve pensándolo después, pensando lo que ella dijo, como lo dijo. Me pareció que las cosas eran demasiado fáciles entre ellos, demasiado tranquilas.

– Bueno, -El le dió un pellizco fuerte y rápido. -Fáciles y tranquilas? Esos son problemas matrimoniales que nunca van a preocuparnos.

CAPITULO 7

Con las mandíbulas caídas y arrastrando los pies, cientos de trabajadores subían a los vuelos. O eran subidos, pensó Eve, como cargamentos y cadáveres, por los zánganos uniformados de rojo y los droides del Manhattan Commuter Transporte Service.

La terminal era una colmena de ruidos, una gran cacofonía de sonidos que más era un zumbido de insectos que un tono bajo. Por encima de esto, las incomprensibles voces de los anunciadores de vuelos zumbaban, los niños gemían, los enlaces de bolsillo chillaban.

Ella pensó quien había tenido la idea de diseñar lugares como este, con techos elevados y muros blancos donde aquellos que tenían el infortunio de usar los servicios eran como hromigas atrapadas dentro de un tambor.

Olió café malo, sudor, insoportables colonias, y lo que asumió era un pañal con una desesperada necesidad de ser cambiado.

– Como en los viejos tiempos. -dijo Feeney después que hicieran uso de sus músculos y atraparan dos de los asientos diseñados para culos estrechos de anoréxicos de veinte años. -Cuanto hace que no usas un transporte público?

– Creo que lo olvidé. -Ella hizo su mejor esfuerzo para mantener la cara lejos del desfile de entrepiernas y traseros que presionaban dentro del pasillo embutido obligando a arrastrar los pies. -Como conseguiste algo tan malo?

– No es tan malo. Estaré aquí adentro una media hora, si no la fastidian. -El jugó con las almendras azucaradas de la bolsa que sacó de uno de sus bolsillos. -Hubiéramos ganado tiempo con uno de los transportes de Roarke.

Ella pescó en la bolsa, masticó, consideró. -Piensas que soy estúpida por no usar sus cosas?

– Nah, tú eres sólo tú, chica. Estar sofocados aquí nos ayuda a mantenernos en contacto con el hombre común.

Cuando la tercera maleta la golpeó en la espinilla, y un tipo se enroscó como un sacacorchos en el asiento junto a ella, aplastándola contra Feeney de modo que el espacio personal entre ellos era menos que el de un par de gemelos siameses, Eve decidió que mantenerse en contacto con el hombre común estaba sobrevalorado.

Despegaron con esa especie de temblor mecánico que siempre le enviaba el estómago hasta las rodillas. Ella mantuvo los dientes apretados y los ojos cerrados hasta que aterrizaron. Los pasajeros fueron vomitados fuera del vuelo, dispersándose. Eve y Feeney se unieron al rebaño que se dirigía hacia el tren con destino al este.

– No fue tan malo. -comentó él.

– No si te gusta empezar el día con un paseo por el carnaval. Esto nos va a dejar a una media cuadra de las instalaciones. El nombre del director es Miller. Vamos a bailar con él primero.

– Quieres que recorramos la lista juntos o la repartimos?

– Estaba pensando que podemos dividirnos, ganar tiempo, pero hay que poner la siembra en la tierra primero. Supongo que necesitamos jugar a los políticos, parando en los policías de Chicago.

– Podría ser que Julianna retroceda sobre su pasado. Si lo hace, Chicago es su próxima parada.

Eve optó por quedarse parade en el tren, y se aferró a un gancho. -Sí. No puedo meterme dentro de su cabeza. Cual es su propósito esta vez? Es lógico que lo tenga. Es fastidioso, pero es lógico. Estoy pensando si volvió a New York porque tenía cosas importantes pendientes. Tiene algo que probarnos, a nosotros, Feeney. Si es así, entonces los objetivos son secundarios. Esto es sobre golpearnos a nosotros, golpear al sistema esta vez. – Sacudió la cabeza. – De cualquier forma que lo pongas, ella ya tiene su próxima marca.

Dockport se asemejaba a una pequeña ciudad, autocontenida y ordenada, con torres de guardia, barras y muros electrificados. Ella dudó que los residentes apreciaran en su totalidad las calles bien mantenidas, los parches de verde, o la arquitectura suburbana. No cuando la abrumadora urgencia de dar un paseo fuera de los límites podía resultar en la alerta de un sensor y una enérgica sacudida que podía enviarte a caer de culo a unos buenos diez pies de distancia.

Perros droides patrullaban el perímetro. El campo de recreación de las mujeres era vasto y estaba equipado con cancha de basket, sendas para correr, y mesas de picnic pintadas de un alegre azul.

Los muros que lo rodeaban tenían doce pies de alto y tres de grosor.

Adentro los pisos eran tan limpios y brillantes como la cocina de una abuela. Los pasillos eran anchos y espaciosos. Las áreas estaban divididad con puertas de vidrio reforzado diseñado para contener el golpe de explosivos caseros o tiros de laser.

Los guardias vestían de azul oscuro, otro equipo con ropas de calle cubiertas con chaquetas blancas de chef. Los reclusos vestían de monos color naranja neon con un blasón en la espalda con las iniciales negras CRD.

Pasaron a través de la seguridad de la entrada principal, educadamente etiquetados con sus escudos de ID y brazaletes, y les requirieron entregar todas sus armas.

Miller, pulcro y distinguido a pesar de la estúpida chaqueta, era todo sonrisas cuando los saludó. Aferró con sus dos manos la de Eve y luego la de Feeney, disparando bienvenidas como el propietario de un centro turístico de moda.