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Era lógico, limpio, frío. Era Julianna.

La habían encontrado en los discos de seguridad del edificio. Una vez al menos antes del asesinato de Pettibone cuando ella había comprado su provisión inicial. Estaba pelirroja entonces, caviló Eve.

Luego otra vez, una morocha, regresando para atar el nudo final.

Muy posiblemente, encontrarían transmisiones en el enlace de la víctima hacia ella y desde ella. Pero no había sido lo bastante tonta para hacerlas desde su casa, o de un enlace personal. Podían seguirlas, por supuesto, pero encontrarían que habían sido hechas desde un enlace público.

El había estado muerto cuatro días. Cuatro días muy desagradables. Ella se paseaba por ahí, con un asesinato fresco y se topaba con otro.

Se habían llevado el cuerpo, pero el aire apestaría a descomposición por mucho tiempo. Aún después que el equipo de limpieza aclarara el aire, quedaría ahí, bajo una leve capa de maldad.

– Teniente. -Peabody apareció detrás de ella. -Tengo los discos de seguridad.

Ausente, Eve los tomó. -Tengo copias en el archivo. Voy a darles una mirada esta noche, pero no creo que encontremos alguna sorpresa.

– Ella vino el día después de haber asesinado a Pettibone. Con su nuevo peinado deportivo, sintiéndose bien y juguetona. El la dejó entrar. Tal vez podían hacer más negocios. Ella le contó del asesinato. Quien mejor para compartir eso que el hombre que le había vendido el arma, un hombre que estaría muerto antes de que dejara el apartamento? Se divirtió contándoselo. Luego lo sedujo.

Caminó hacia el dormitorio. La ropa de cama había sido sacada, enviada al laboratorio, pero ella buscó hasta encontrar rastros de semen. -Bastante fácil. Estoy tan electrizada, tan energizada. Todos estos años en prisión, estos años en soledad. Necesito alguien que me toque. Eres el único con el que puedo estar, el único que sabe como me estoy sintiendo ahora.

– El lo sabía, -murmuró Peabody. -De todas las personas, él era el que sabía.

– Los ojos de ella estaban brillantes, con todas esas mentiras en ellos. El era lo bastante viejo como para ser su abuelo, y ella estaba aquí. Joven y hermosa, con ese cuerpo firme y suave. A él le gustan jóvenes. Más jóvenes que ella, pero ella está aquí. Lo deja hacer lo que quiere, tomarse todo el tiempo que necesita. No le importa. El ya está muerto. Su mente está en el próximo, a pesar de que está gimiendo, retorciéndose y simulando el clímax. Después, charló con él. Era maravilloso. Asombroso. Ella sabe que decir, como decirlo para hacerlo sentir como el jodido rey del mundo. Ella lo investigó también.

Volvió hacia el living. -Sabe que le gusta el brandy. Envenenó la botella mientras él estaba en la ducha, o orinando. No demoró mucho. No importa si lo bebe ahora, o después, pero ella prefiere ahora y así puede mirar. Se acomoda con él en el sofá, le cuenta todo sobre como y quien va a ser el siguiente. Puedo tomar vino? Puedo quedarme un rato? Es tan bueno tener alguien con quien hablar, con quien estar.

– El sirvió el vino, sirvió el brandy. Su vino, su brandy. No está preocupado. Ella probablemente bebió primero, mientras conversaba, burbujeante de energía y entusiasmo. El le sonríe mientras bebe, la mira, pensando en el sexo, preguntándose si puede llevarla a un segundo round. Cuando siente el veneno dentro de él, es demasiado tarde. Se sacude, horrorizado. No él. No puede ser. Pero lo ve en su rostro entonces. Ella deja que él lo vea. Ese frío placer. Se viste, asegura el apartamento. Va hacia la vecina y establece una conversación amistosa. El tío Eli va a salir de la ciudad por varias semanas, no es agradable?

– Y ella se fue. -terminó Peabody.

– Y ella se fue. Séllalo, Peabody. Voy a archivar el reporte, luego me voy a casa.

CAPITULO 12

Si el atractivo de los suburbios desconcertaba a la resuelta urbanita Eve Dallas, el atractivo de las grandes llanuras abiertas de Texas le era tan extraño como un viaje a la luna. Texas tenía ciudades, grandes, extensas, multitudinarias ciudades.

Entonces porque alguien en realidad elegiría vivir en el panqueque de hierba de la pradera donde podías ver por millas, donde estabas rodeada por aquel despligue sin fin de espacio?

Igualmente, había ciudades, por supuesto, con edificios que bloqueaban esa inquietante vista y calles derechas como flechas que se volcaban en autopistas que iban hacia y desde la civilización.

Ella podía ciertamente comprender que las personas condujeran hacia esas ciudades y edificios. Pero nunca comprendería que los empujaba a conducir hacia la nada.

– Que es lo que les atrae de esto? -le preguntó a Roarke cuando bajaron hacia uno de esos caminos. -No hay nada aquí más que hierba y cercas y animales de cuatro patas. Animales de cuatro patas realmente grandes. -agregó cuando pasaron a una manada de caballos con cautelosa sospecha.

– Yippee-ky-yay.

Ella levantó la mirada de sospecha hacia Roarke brevemente. Prefería mantener la vista en los animales. Sólo por las dudas.

– Este tipo está cargado. -ella volvió, un poco más calmada por el ronroneante clack de un helicóptero que zumbaba en el campo cercano. -Tiene un negocio próspero y exitoso en Dallas. Pero eligió vivir aquí. Voluntariamente. Hay algo realmente enfermo en esto.

Con una risa, Roarke le tomó la mano, la que ella mantenía a más de una pulgada de su arma, y se la besó. -Hay toda clase de personas en el mundo.

– Si, y la mayoría de ellas están locas. Jesús, hay vacas! Las vacas no deberían ser tan grandes, no? No es natural.

– Sólo piensa en los bistecs, querida.

– Uh, uh, es espeluznante. Estás seguro de que es el camino correcto? No puede estar bien. No hay nada ahí afuera.

– Puedo apuntar las numerosas casas que pasamos a lo largo de esta ruta?

– Si, pero pienso que las vacas deben vivir en ellas. -Tuvo un pantallazo de actividades bovinas dentro de las casas bajas y largas. Mirando una pantalla, haciendo fiestas de vacas, haciendo el amor como vacas en camas de cuatro postes. Y tembló. -Dios, es espeluznante también. Odio el campo.

Roarke bajó la mirada hacia la pantalla de navegación en el tablero. Vestía jeans y una camiseta, y un par de anteojos para el sol negros y brillantes. Era una vestimenta casual para él, incluso sencilla. Pero se veía como un citadino. Un citadino rico, caviló Eve.

– Vamos a llegar en pocos minutos. -le dijo. -Hay un poco de civilización ahí adelante.

– Donde? -Ella arriesgó a distraer su atención de las vacas, mirando a través del parabrisas y vió el despliegue de una ciudad. Edificios, estaciones de combustibles, tiendas, restaurantes, más casas. Su estómago se aflojó unn poco. -Ok, que bueno.

– Pero no vamos a entrar ahí. Vamos a girar aquí. -diciendo esto, giró hacia el ancho borde de la calle entrando en una estrecha lateral. Una que, en la opinión de Eve, los enviaba, demasiado cerca para ser cómodo, directo a esos extraños y amplios campos de hierba.

– Esas cercas no se ven muy fuertes.

– Si hay una estampida, vamos a correr más que ellas.

Ella se humedeció los labios, tragó. -Apuesto que crees que es divertido…

Pero se sintió algo aliviada cuando hubo otros vehículos en el camino. Otros automóviles, camiones, largos remolques relucientes y poderosos Jeep descubiertos.

Los edificios empezaron a aparecer. No casas, pensó Eve. Edificios de granja o de rancho. Lo que fuera. Graneros, cobertizos, refugios para animales. Establos, supuso. Graneros o lo que fuera. Silos, y que clase de palabra era esa? Parecía una pintura con toda esa hierba, las cosechas, el ganado de cara aburrida, y los fuertes rojos y blancos de los edificios anexos.

– Que es lo que hace ese tipo? -demandó, inclinándose en el asiento para mirar más allá del perfil de Roarke.

– Parece estar montando un caballo.

– Si, sí, puedo verlo. Pero porque?

– No tengo idea.Tal vez porque le gusta.

– Ves? -para puntuarlo, le golpeó el hombro a Roarke. -Enfermos. La gente está enferma. -Ella lanzó un suspiro de alivio cuando divisó la casa del rancho.

Era enorme, desparramada hacia todos lados. Algunas partes estaban pìntadas en el mismo blanco brillante y otras parecían estar decoradas con piedras adoquinadas reunidas caprichosamente. Había secciones construídas con vidrio, y ella casi tembló ante la idea de permanecer ahí mirando afuera campo más campo. Y sabiendo lo que había en aquellos campos mirándola a ella.

Había pequeñas áreas cercadas, y aunque había caballos en ellas, también había una considerable actividad humana. Eso la alivió, aunque esos humanos estaban todos cubiertos con sombreros de vaquero.

Vió un helipuerto y una cantidad de vehículos, muchos de los cuales ella ni podía empezar a identificar. Asumió que eran usados para algún tipo de trabajo rural.