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Pasaron a través de enormes pilares de piedas coronados con caballos alzados de manos.

– Ok, él sabe que estamos llegando, y no está feliz. -empezó ella. -está obligado a ser hostil, defensivo y poco cooperativo. Pero es lo bastante listo para saber que puedo complicarle la vida, escarbar en su pasado, y apretar a la policía local para agregar alguna presión. No va a querer toda esa mierda encubierta en su patio trasero. Viniendo a su pista lo dejamos que se sienta más en control.

– Y cuanto tiempo vas a dejar que se sienta de esa manera?

– Vamos a ver como sale. -Ella salió del automóvil y casi perdió el aliento en el calor.

Un calor de horno, pensó, muy diferente al baño de vapor del verano en New York. Olió el pasto y algo que podía ser estiércol. -Que es ese sonido como un clack? -le preguntó a Roarke.

– No estoy del todo seguro. Pienso que pueden ser pollos.

– Cristo todopoderoso. Pollos. Si me dices que piense en omelletes, voy a tener que golpearte.

– Comprendido. -El recorrió el camino de entrada junto a ella. La conocía bastante bien para estar seguro de que su preocupación en la escena local la ayudaba a mantener fuera de la mente sus miedos y preocupaciones. Ella todavía no había dicho nada sobre ir al mismo Dallas, o si podía o quería hacerlo.

Las puertas tenían un ancho de diez pies y estaban coronadas con los cuernos descoloridos de algún tipo de animal. Roarke reflexionó sobre eso, y el tipo de personalidad que disfrutaba decorando con animales muertos, mientras Eve tocaba la campana.

Momentos después, la imagen del viejo Oeste americano abrió la puerta.

Era curtido como el cuero, alto como una montaña, ancho como un río. Llevaba botas con puntas afiladas como estiletes e incrustadas con mugre. Sus vaqueros eran azul oscuro y parecían lo bastante rígidos para mantenerse parados sin él, mientras su camisa era a cuadros rojos y blancos desteñidos. Su pelo era color plata, peinado hacia atrás desde un rostro duro y rudo, surcado de arrugas, el ceño fruncido.

Cuando habló, su voz traqueteó como grava suelta en un cubo muy profundo. -Usted es la policía de la ciudad.

– Teniente Dallas. -Le mostró la placa. -Este es mi asistente de campo…

– Lo conozco. -El apuntó con un dedo, grueso como un perro de soja, en una mano grande como un jamón, a Roarke. -Roarke. Usted es Roarke, y no es policía.

"-Me halaga. -reconoció Roarke- Sucede que estoy casado con una.

– Si. -el asintió y consideró a Eve. -También la reconozco a usted. Policía de la gran ciudad de New York. -Parecía como si fuera a escupir, pero se contuvo. -Jake T. Parker, y no tengo que hablar con usted. El hecho es que mis abogados me advirtieron con esto.

– Usted no está bajo ninguna obligación legal de hablar conmigo, Sr. Parker. Pero puede ser puesto bajo esa obligación legal, y estoy segura de que sus abogados le advirtieron que eso es posible.

El enganchó sus anchos pulgares en la cintura de sus vaqueros. Su alarmente estómago crujió con el movimiento. -Le costaría un poco de tiempo conseguirlo, no?

– Sí, señor, así es. No puedo imaginarme cuanta gente más puede asesinar Julianna antes que los abogados terminen la disputa. Quiere especular?

– No tengo nada que ver con ella, desde hace más de doce años. Estoy en paz aquí, y no necesitos que ninguna chica policía de la ciudad venga desde New York y me tire esa mugre en la cara.

– No estoy aquí para tirarle mugre, Sr. Parker. No estoy aquí para juzgarlo. Estoy aquí para aprender cualquier cosa que pueda ayudarme a parar a Julianna antes de que tome más vidas. Una de ellas podría ser la suya.

– Mierda. Perdone mi francés. -agregó. -Esa chica no es más que un fantasma para mí, y yo soy menos que eso para ella.

Eve sacó fotos de su bolso de campo. -Este es Walter Pettibone. No tenía nada que ver con ella tampoco. Y Henry Mouton. Tenían familias, Sr. Parker. Tenían vidas. Ella destruyó todo eso.

El miraba las fotos, y más allá de ellas. -Nunca deberían haberla dejado salir de prisión.

– No va a conseguir de mí una discusión sobre eso. Yo ayudé a ponerla en una jaula antes. Le estoy pidiendo que me ayude a hacerlo otra vez.

– Yo tenía mi propia vida. Me tomó mucho tiempo dejar eso atrás hasta que pude levantarme en la mañana y verme a mi mismo en el espejo.

El tomó un sombrero Stetson marrón sucio de un estante con perchas junto a la puerta, y se lo puso en la cabeza. Luego salió, cerrando la puerta a su espalda. -No quiero esto en mi casa. Lamento no ser hospitalario, pero no la quiero a ella en mi casa. Hablemos afuera. Quiero darle una mirada a las reservas de todos modos.

Como una concesión contra el blanco resplandor del sol, Eve sacó gafas ahumadas. -Ella se puso en contacto con usted en algún momento?

– No quise escuchar nada de esa chica desde que se fue el día que cumplió dieciocho. El dia que le dijo a su madre lo que había estado haciendo. El día que se rió en mi cara.

– Sabe si ha estado en contacto con su madre?

– No puedo decirle. Perdí el rastro de Kara cuando me dejó. Escuché que había tomado un trabajo fuera del planeta. En un satélite agrícola. Lo más lejos de mí que pudo conseguir.

Eve asintió. Ella conocía la localización de Kara Dunne Parker Rowan. Se había casado nuevamente cuatro años antes, y rehusó hablar con Eve con respecto a su hija. Su hija, le había informado a Eve durante su breve transmisión, estaba muerta. Eve se imaginó que Julianna tenía la misma actitud hacia la mujer que la había parido.

– Usted violó a Julianna, Sr. Parker?

Su rostro de endureció, como cuero viejo estirado sobre un marco. -Si quiere decir que la forcé, no lo hice. He pagado mucho por lo que hice, teniente.

Se detuvo en un potrero cercado, apoyando una bota sobre el primer peldaño, viendo fijamente a sus hombres y caballos. -Hubo un momento en que puse toda la culpa sobre ella. Me tomó un largo rato antes de poder sacarlo fuera de mi y tratar con eso. Ella tenía quince, cronológicamente hablando. Quince, y para un hombre de más de cincuenta no es apropiado andar tocando a esas buenas chicas. Un hombre casado con una buena mujer, y maldito si alguna mujer va a aceptar que toques a su hija. No hay excusas.

– Pero usted no la tocó.

– Lo hice. -El enderezó sus enormes hombros como si cargara un peso. -Le voy a contar mi versión, empezando por decir que yo sé que lo hice estaba mal, y tomo la culpa y responsabilidad por eso.

– De acuerdo, Sr. Parker. Dígame su versión.

– Ella se deslizó por la casa vistiendo casi nada. Se instaló en mi regazo y me llamó Papi, pero no había nada de hija en como lo dijo.

El apretó los dientes, mirando más allá de Eve, sobre su tierra. -Su propio papi era un hombre duro con las mujeres, pero casi adoraba a esa chica, según me dijo su madre. Julianna no se equivocaba y cuando ella lo hizo, él culpó a su madre. Yo amaba a esa mujer. Amaba a mi esposa. -dijo, retrocediendo, apartando su mirada del rostro de Eve antes de reanudar la caminata. -Era una buena mujer, iba a la iglesia, de naturaleza tranquila, resistente. Si tenía un lado ciego, era esa chica. Tiene una forma de enceguecer a la gente.

– Ella fue provocativa con usted.

– Mierda. Perdone mi francés. Cincuenta años, y ella sabía bien como envolver a un hombre alrededor de su dedo, conseguir todo lo que quería. Ella removió algo en mí que no debería haber sido removido. No debí permitir que sucediera. Empecé a pensar en ella, mirarla en una forma que me condenaba derecho al infierno. Pero no pude parar. O no quería hacerlo, no entonces. Yo sabía que estaba mal, teniente. Sabía malditamente bien donde estaba la línea.

– Y la cruzó.

– Lo hice. Una noche cuando su madre salió a una de sus reuniones de mujeres, ella vino a mi estudio, se sentó en mi regazo. No voy a entrar en los detalles, excepto para decir que no la forcé a una maldita cosa. Ella estaba dispuesta a hacerlas. Pero yo crucé esa línea, una en la que un hombre no puede retroceder.

– Usted intimó con ella.

– Lo hice. Esa noche, y cada vez que podía por casi tres años siguientes. Ella lo hacía fácil de organizar. Le decía a su madre que fuera con amigas a un fin de semana de compras. Y yo me quedaba con mi hijastra en mi cama matrimonial. Yo la amaba, Dios es mi testigo, la amaba en una forma insana. Creí que ella sentía lo mismo.

El sacudió la cabeza ante su propia estupidez. -Un hombre bastante viejo para darse cuenta. Le di dinero. Dios solo sabe cuanto más durante esos tres años. Le compré automóviles, ropas de moda, lo que ella pidiera. Me dije que ibamos a estar juntos. Tan pronto como ella fuera mayor, iba a dejar a su madre y nos iríamos donde ella quisiera. Fui un tonto. Tuve que aprender a vivir con eso. Es duro aprender a vivir con los pecados cometidos.