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Observándola revivir esa noche, como ella lo hacía a menudo en sus sueños, lo había partido en dos. Lo había dejado desvalido, indefenso, y con una violencia nacida de la furia que tenía que ventilar ahí mismo.

Haberla engendrado y criado, golpeado y violado, todo por venderla para otra humillación. Que dios hacía criaturas como esas y las dejaba hacer presa de un inocente?

Bullendo de rabia, se deshizo de su camisa y entró en la pequeña área de ejercicios. Puso la bolsa de entrenamiento en su lugar. Y la atacó con los puños.

Con cada golpe su enfado crecía, diseminándose a través de él como un cáncer. La bolsa era una cara que él no conocía. El padre de ella. Luego su propio padre. El la atacó con una furia concentrada que florecía en odio. Golpeó y golpeó, hasta que la niebla negra de ese odio le estrechó la visión. Golpeó y golpeó, hasta que sus nudillos quedaron en carne viva y manaron sangre.

Y aún así no pudo matarlo.

Cuando la correa que soportaba la bolsa se cortó, y ésta se estampó contra la pared, él miró alrededor por algo más para martillear.

Y la vió parada en la puerta.

Estaba envuelta en una de las batas blancas del hotel. Sus mejillas habían recuperado algo de color.

– Debería haber pensado como te iba a hacer sentir esto. Y no lo hice. -El torso de él brillaba por el sudor. Sus manos sangraban. Cuando la vió, su corazón se estremeció.

– No se que puedo hacer por ti. -La voz era densa por la emoción, con el acento que tomaba cuando sus defensas estaban comprometidas. -No sé que decirte.

Cuando ella dió un paso hacia él, Roarke negó con la cabeza y retrocedió. -No, no puedo tocarte ahora. No soy yo mismo. Puedo romperte por la mitad. Puedo hacerlo. -Su voz chasqueó cuando ella dió el siguiente paso.

Se detuvo. Porque entendía que no era sólo ella lo que podía ser roto. -Esto te dolió a ti tanto como a mi. Lo olvidé.

– Quiero matarlo, y él ya está muerto. -Flexionó sus nudillos lastimados. -Así que no puedo hacer nada. Quiero pegarle con mis puños en el rostro, quisiera haberle sacado el corazón del pecho antes de que pusiera tus manos sobre ti. Daría todo lo que tengo por hacerlo. En cambio, no puedo hacer nada.

– Roarke…

– Mi padre estuvo ahí. -Levantó la cabeza, encontró los ojos de ella. -Tal vez en esa misma habitación. Ahora sabemos eso. No sé si sus variados y obscenos apetitos incluían a las niñas, pero si la sincronización hubiera sido un poco diferente, podrías haber sido vendida a él. -El asintió, leyendo su rostro. -Veo que también se te había ocurrido a ti.

– Eso no sucedió. Ya pasamos bastante para que encima agreguemos eso. Y no digas que no haces nada. La mayor parte de mi vida mantuve todo esto enterrado, en la oscuridad. Recordé más en el pasado año que en todos los años anteriores. Porque tú estabas ahí, yo pude enfrentarlo. No sé si es todo lo que recordaré. No sé si es todo lo que quiero recordar. Y después de hoy, sé que nunca va a volver a ser de esta forma. Lo siento aquí.

Apretó una mano entre sus pechos. -Lo siento aquí, dentro de mi, se rompió a pedazos. Pero pude hacerlo porque estabas ahí. Porque sabes lo que se siente. Eres el único que realmente lo sabe. Y porque amas lo suficiente para sentirlo. Cuando tú me miras, y yo lo veo, puedo hacer cualquier cosa.

Dió el último paso hacia él, le deslizó los brazos alrededor, lo atrajo hacia ella. -Ven conmigo.

El hundió el rostro en su cabello. Sus brazos la envolvieron, uniéndolos con fuerza mientras la furia drenaba fuera de él. -Eve.

– Sólo ven conmigo. -Le acarició la mejilla con los labios, encontró su boca. Se vertió entera en él.

Todo dentro de él se abrió para ella, se abrió hacia ella y eso le llenó los rincones oscuros. La violencia que vivía con ellos se encogió y retrocedió.

Boca contra boca, él la levantó, acunándola por un momento. Como ti tuviera algo precioso. Algo raro. La cargó dentro del dormitorio donde el fuerte sol relucía a través de los cristales.

Ellos podían amarse en la luz. La depositó sobre el amplio lecho, centrándola en el blando tejido. Quería darle suavidad, comodidad, y la belleza de la que habían carecido una vez. Necesitaba darle la belleza de lo que ese acto significaba, una belleza tan fuerte que pudiera sofocar la fealdad en lo que algunos lo convertían.

Las manos que había golpeado con rabia hasta sangrar eran gentiles cuando la tocaron.

Fue ella la que tiró de él, atrayéndolo. La que suspiró cuando él suspiró. Podían reconfortarse el uno al otro ahora.

Los labios de ella encontraron los de él, entregándose. La suavidad, la dulzura de la cópula. Le recorrió la espalda con las manos, a lo largo del duro borde de los músculos cuando su cuerpo se acomodó sobre ella.

Ella amaba el peso de él, las líneas y planos, el olor y el sabor de él. Cuando los labios de él vagaron por su garganta, volvió la cabeza para darles más.

Había mucha ternura, besos exhuberantes, suaves y deslizantes caricias. Y calidez, brillando sobre la piel, y luego debajo de ella hasta que los huesos se disolvieron.

El abrió la bata, haciendo un camino de perezosos besos sobre su carne. Poniéndose sobre ella, trazó con los dedos las sutiles curvas, insistiendo cuando ella suspiraba o temblaba. Y observando con placer como el color florecía en el rostro de ella.

– Querida Eve. -Los labios encontraron los de ella otra vez, frotándolos gentilmente. -Tan hermosa.

– Yo no soy hermosa.

Lo sintió sonreir contra su boca. -Este no es el momento de discutir con un hombre. -Cerró una mano sobre su pecho, echandose atrás para mirarla. -Pequeño y firme. -Movió el pulgar sobre el pezón, oyéndola contener el aliento. -Esos ojos tuyos, como oro viejo. Es fascinante como ven todo lo que soy cuando te miro.

Bajó la cabeza para mordisquearle la boca. -Labios suaves. Irresistible. Mandíbula terca, siempre lista para recibir un golpe. -Deslizó la lengua sobre la hendidura superficial. -Amo este lugar de aquí, y este -susurró, bajando con sus labios hacia la mandíbula.

– Mi Eve, tan alta y delgada. -hizo correr su mano bajando por el cuerpo de ella. Y cuando la cubrió, estaba ya caliente y húmeda. -Vamos, querida. Déjate ir.

Ella lo hizo, impotente, con el tranquilo gemido que era para ambos placer y rendición.

El la hacía sentir hermosa. La hacía sentir limpia. La hacía sentir completa. Se estiró para alcanzarlo, rodando con él en una suerte de danza sin ardor y sin prisa. El sol salpicaba sobre ellos mientras el aire se volvía denso con suspiros y susurros. Ella tocaba, saboreaba y daba como el lo hacía. Se perdió cuando él lo hizo.

Cuando se elevó hacia él, cuando él se deslizó dentro de ella, su visión se borroneó con lágrimas.

– No lo hagas. -Presionó su mejilla contra ella. -Ah, no.

– No. -Ella enmarcó su rostro, dejando salir las lágrimas. -Está bien. Es tan perfecto. Puedes verlo? -Se elevó hacia él otra vez. -Puedes sentirlo? -Sonrió mientras las lágrimas brillaban en sus mejillas. -Tú me haces hermosa.

Mantuvo el rostro de él en sus manos mientras se movían juntos, en un sedoso deslizamiento. Cuando lo sintió estremecerse, y vió que sus ojos se volvían color de medianoche, supo que él se había entregado.

Después, permanecieron en silencio, envueltos el uno en el otro. El esperaba que ella aflojara su abrazo para apartarse, pensando que se dormiría. Cuando no lo hizo, depositó un beso sobre su cabello.

– Si no quiere dormir, debes comer.

– No estoy cansada. Necesito terminar el trabajo aquí.

– Después que hayas comido.

Ella podría haber discutido, pero recordó como lo había visto, embistiendo con los puños la bolsa de entrenamiento. -Algo rápido y sencillo entonces. -Le tomó las manos, examinando los nudillos. -Bonito trabajo. Vas a tener que curártelos.

– Hacía un tiempo que no golpeaba tanto. -Flexionó los dedos. -Sólo unos arañazos. Nada roto.

– Deberías haber sido más listo y ponerte guantes.

– Pero pienso que no hubiera sido catártico.

– Nop, no hay nada como golpear algo hasta hacerlo pulpa con tus manos desnudas para la relajación. -Se volvió, enfrentándolo. -Nosotros venimos de gente violenta. Lo llevamos dentro. La diferencia es que no lo dejamos suelto cada vez que sentimos eso, con cualquiera que esté a mano. Hay algo que nos detiene, y eso nos hace decentes.

– Algunos de nosotros son más decentes que otros.

– Respóndeme ésto. Alguna vez has golpeado a un niño?

– Por supuesto que no. Cristo.

– Alguna vez has golpeado o violado a una mujer?

El se sentó, por lo que ella se vió forzada a envolverle le cintura con las piernas. -Estuve pensando en darte un golpe rápido alguna que otra vez. -El cerró su puño, y la tocó gentilmente con sus nudillos lastimados en la barbilla. -Entiendo lo que quieres decir, y tienes razón. Nosotros no somos como ellos. Lo que sea que hayan hecho con nosotros, no pudieron lograr hacernos como ellos.